Madrugada del jueves

Madrugada del jueves

Un puente colapsado en esta madrugada desarrapada. Pongo por testigo a este asfalto resquebrajado, a los cables de acero partidos y a los tantos pilares cedidos. Por doquier vitorean cánticos celestiales, poseídos en su mayoría por demonios aprensivos y un averno despoblado. El ángel blanco vestido de negro observa de soslayo, moviéndose de acá para allá hasta finalmente desaparecer entre los cascotes…

 Automóviles de colores, marcas y tamaños no pueden comprender semejante escena apocalíptica. Con sus motores en marcha rugen como fieros leones buscando salir de allí. No obstante es tarde para cortar la mecha y más tarde aún para ponerse a salvo. Giran las ruedas a lo loco, sin hallar tracción. Sus ocupantes enaltecen; hurra por la destrucción y hurra por la purga del alado…

 A ratos se desdibuja cualquier señal de catástrofe. Allí únicamente rocas apiladas de tamaños alterables y formas dispares. Pedruscos arrastrados por la corriente del río que fluye de día para evaporarse de noche. Veo arriba y cuanto es palpable continúa aletargado, en suspensión, aplaudiendo y gritando por lo acontecido…

 Cuatro lagartijas no cesan de observarme con creciente desconfianza. Sus largas colas cachemira y sus cuerpos de caimán ya se han calentado al sol. Otean las alturas y luego me ojean a mí. Una de ellas incluso señala algo, quizás ese rincón donde no sirven de nada brújulas ni pensamientos. Al segundo siguiente las cuatro comienzan a levitar, yéndose al firmamento para formar parte de la parte consumada…

 Un gruñido me obliga a saltar hacia atrás. Diviso un corpulento oso pardo con hocico de pato y patas de milpiés. Se manifiesta torpe, salvando cuanto obstáculo encuentra en la ruta que lo distancia de mi persona. Sin embargo antes de poder oler su aliento inicia el ascenso vertical, pataleando acompasadamente con sus mil patas.

¡Un globo, dos globos, tres globos! ¿Cómo seguía?…

 ¡Azuzo mis ideas frente a las del anochecer! Y aún así nada de goteos en sentidos razonamientos. No me derrotareis en singular combate pues armado voy con lanza de farsas y espada de apariencias. Allá que se van propios y extraños, amigos y enemigos, tomando el punto romboidal menos minúsculo de la madrugada…

 Comienza a llover copiosamente de abajo para arriba. Hasta la lluvia semeja existir a contrasentido. El suelo se sacude violentamente, temblando bajo mis pies. Debo hacerme a un lado, alígero, sin vacilar. Y sin tiempo atemporal, sumado y restado, termina emergiendo un enorme zigurat. En su parte más alta un sacerdote de Anubis rezando cánticos del antiguo Egipto pero ¿es posible? Por supuesto. Amartilla cada palabra con cargadores de creencias descreídas, enfatizándolas mediante el uso de alharacas. No deja de mirar por encima de su cabeza y ésta por debajo del limbo…

 ¡Son detalles los que nos definen! Esto pienso a pies puntillas. Sin darme cuenta en mi pecho se clavan dos puñales que no lo son pero que sí son dos colmillos de áspid. Incansable no deja de inyectarme su veneno regalía que más pronto que tarde actúa. La vista se me nubla, me fallan las piernas de pelele fantasioso, ensoñador de soñaciones afuerinas. ¡Escarmiéntame ángelus!

 El sacerdote pronto inicia idéntico destino, siendo absorbido cara lo alto. A buen seguro en tal incidente sus pecados alcancen menor trascendencia. Le siguen el zigurat y el áspid. Mientras se aleja me hace muecas groseras…

¡Qué mal me siento en estas largas horas muertas! Desfallecer no puedo, no, no puedo. Y lo cavilo fríamente, al menos hasta que una fuerza misteriosa me hace erguir la cabeza. ¡Salvas! ¡Chillidos! ¡Desbarajuste! Todos levitando sobre aquel puente inexistente, agrupados empero desagrupados, aplaudiendo la tragedia mientras los servicios de socorro trabajan afanosamente. ¡Incautos! Alguien talló a navaja un pájaro de madera que echó a volar desde una ventanilla…

 Palomas y palomos tan ricamente posados al abrigo de viejos tejados desprovistos de tejas y vigas malintencionadas. Son sin ser arrumacos desparejados suspirando dentro y fuera de multiformes nubes lívidas. ¡Alejaos del cielo radiante! Dos por tres, a la de tres dos pues salir volando sin trayectoria es, a fin de cuentas, volar…

 La arena del desierto se agita irritable, haciéndose a un lado en dos pequeños montículos ¡alto! ¿Qué desierto? De la oquedad brota un libro abierto que echa a correr merced a una pierna larga y fina cuan hilo de coser. No llega lejos pues un ávido lector poseído por el germen de la lectura lo devora impaciente... ¡Hasta la próxima edición!

 Un pájaro carpintero sin pico se afana en abrir un agujero en el vetusto tronco del roble más grande del robledal. Una nave alienígena venida desde el otro lado del universo se accidenta en las cercanías. Un numeroso grupo de peregrinos desviados de su Santo Camino lloran lágrimas de sangre. Las sucesivas tormentas de arena cubrirán dichas e infortunios por igual…

 Anochece más allá del comienzo del mundo y de la finalización del mismo. Madrugada doliente que no logra ver el sol; que no logra ver nada. Tuyo es en realidad este sueño declarado enredoso y vilipendioso. Salva umbrales de paletas grises y extensiones no reconocidas al tener el poder de los sueños.

 Mis pupilas parecen haber sido cubiertas por un fino velo traslúcido ¿a quién deba observar para no quedarme ciego? Yo, insensible al frío y al calor. Entropía de emociones; dicho queda mas de profesar la más quisquillosa de las susodichas ¿cómo poder identificarla?

  Recién hace entrada al recinto del despropósito la mujer morena de pelo dorado, pálida y escuálida cuan sombra de otra sombra. Carga a la espalda un pesado cesto con piedras de cierto tamaño que cuchichean entre ellas. Más que caminar parece arrastrarse. Con gran esfuerzo también acarrea, entre sus brazos cerrados contra el pecho, leños de encina. Los mismos farfullan entre sí, preguntándose dónde habrá quedado el tocón madre…




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