Madrugada del lunes

Madrugada del lunes

Si buscase hacerlo adrede a buen seguro no me saldría así de bien. Cada pensamiento y cada amago del mismo parecen revolcarse en pozas hechas de minutos y horas. Se abate la madrugada en la calle; el sol peinado con raya al medio aprieta duro en esta noche de lobos. Oculto entre cerrazones y crepúsculos no se deja ver pues no le toca mas yo puedo observarlo con este par de ojos velados tras dos cristales de bohemia.

 Paseo por la acera encerada con humanidad ausente como cada noche. La mitad de mi cuerpo por debajo de la susodicha y la otra mitad sobre ella. Por consiguiente oteo a media altura no obstante tal despropósito no me afecta pues soy el ayudante del mago venido a menos. Me ha cortado en dos, usando para ello el plastinudo del pan de molde.

 Relumbrón repentino nebuloso, neblina repentina y brevísima que desde que se ha ido ha dejado de marcharse. Desde ella emerge una cama desplazada por nubes de tormenta. Circula por la carretera desprendiendo corchetes y onomatopeyas sin sonido. Yo voy metido entre las sábanas, durmiendo placidamente alterado… ¿hacia dónde iré? ¿Hacia dónde el destino me trasladará?...

 Se despliegan paraguas de intuición cerrados y abiertos. Mortificados sean sus funciones pues atrapan cada gota de lluvia seca. Desvían el agua pero no las tormentas de cada quién. Gallo que subido al palo no canta sin coro; delfín decidido a no saltar el aro y al galope caricias prohibidas a base de monedas sin alma y colchones usados…

 ¡Pégame tus pesadillas! Locuaz huella libertaria coartada bajo la propia liberación. Ni almas condenadas ni almas sin condena ¡qué demonios!

Abrazo el aire de la noche porque necesito sentirme vivo. Huelo a soledad del que sueña solo porque así como nacemos y morimos solos también ensoñamos solos...

 Un hada vuela bajo, lleva a cuestas su propia cruz. Cuerpo diminuto de mujer tallado en titanio y cobre; en azufre y acre. ¡No me mires que tendré que verte! Veraz montaraz de ceros redondos y ceros cuadrados pujando por ver quién de ellos llega antes a la curva del primer ángulo…

 Nada de regalos invisibles e intangibles ni falsa abundancia conminada ¡tremenda dentera! ¿Qué puede emerger de este continente salino? En realidad nada. Bajo mínimos tomarán adeptos, partiendo de cualquier cosa físicamente palpable. Mis visiones no estaban allí y no puede que no estén aquí; entonces un escalofrío me hace comprender que sigo durmiendo sin dormir o dormido sin estar durmiendo…

 Acá las farolas son de plástico inyectado. Éstas alumbran apuntando al cielo como si fuesen antiaéreas de la Gran Guerra. Allá en la distancia se alza un semáforo de ancha panza y enérgicos discos. Se retuerce retorcido, parlamentando consigo mismo. Lleva un silbato en la boca ¡miradlo! Orgulloso de su labor, clavado en el cruce deslavazado; diseñado a mano alzada sin tazas de café por medio. Realmente no importan los kilómetros porque ninguno tiene comienzo ni final al desplazarte sin moverte del sitio…

 Pinchados al cielo grajean pájaros a secas y pájaros de levita negra equipados con picos sin palas y plumas desplumadas. Se ocultan en la noche al ser de ella copias intransitivas y del sol que los solivianta juiciosos némesis.

 Espejos de pie y espejos de pared; en ningún caso reflejarán el otro lado. Descolgados de fríos y húmedos palmerales desesperan ante su propio reflejo. Voz trémula tú zarparás cara horizontes sombríos, dejando en mitad del océano cristales, notas y apuntes que afirmas haber escrito despierta. ¡Qué sabrás! Si probablemente a ambos lados del espejo no haya más que tres cuartos de media intención...

 A veces tanto silencio resulta excesivamente alborotador. Lo subscribo aquí y dónde sea empero también deba hacerlo alguien infinitamente más iluminado que yo, ya sea dentro de esta ensoñación o fuera…

 —¡Ey, tú! —Gritan a mi espalda—. ¿Has visto a mi mamá?

 Me giro y observo una rata con cabeza de bebé sentada sobre sus patas traseras. En una de las manos agarra el chupete mientras con la otra me señala, esperando una respuesta.

 —Lo siento, no he tenido el gusto de cruzarme con su augusta madre —le doy por respuesta, sin despegar en ningún momento mis labios. Se mete el chupete en la boca para seguidamente perderse en una arqueta pintada con tiza en el arcén.

 Alborada de esclavos prendidos con alfileres al corcho público. Foliadas amargas; exiguas convicciones de durmientes esquizofrénicos. Este solano achicharra la mitad superior de mi cuerpo mientras el gélido aliento de la noche hace lo propio con mi otra mitad; justo la que queda por debajo del piso. ¿Por qué será? Tal vez el astro rey no tenga a bien aderezar por aquellos lares velados bajo líneas de flotación. No debiera ser así pues a fin de cuentas anocheció en ambas caras ¿o no?…  

 Continúo mi marcha pisando con garbo. Echo de menos mis pies pues no los puedo contemplar. Parajes y situaciones perdidas de lógica se asoman al balcón de esta magra realidad y entonces por la otra acera los veo…

 Son dos enanos chepudos y su fiel perro. Uno de ellos va a hombros del otro. Pintoresco pero no menos cierto que de tal guisa parecen alcanzar el tamaño del hombre medio. El mayor tiene barba blanca hecha de finos alambres puntiagudos mientras que por pierna diestra una hilada incompleta de ladrillos sin revestir. El otro gasta por cabezón una pantalla de cartón fluorescente. Emite el anuncio de un circo lleno de rarezas humanas. La mayor colección del mundo, lista y dispuesta para ser contemplada en familia…

 Luego está el can, éste por cabeza cuenta con la cola de un caballo y por rabo peludo la cabeza de un moscardón. Un enano se ríe a mentón partido, pinchándose los alambres en el pecho y semeja no dolerle; ni siquiera cuando sangra palabras áureas. El otro, perdido de rostro, solamente ese anuncio repitiéndose una y otra vez.

 El perro me mira de soslayo, agitando su diminuta cabeza de mosca con muchos ojos y muchas miradas. Dentro de su senectud de can éste parece irradiar algo de dicha a medio camino entre pulgas garrapiñadas y ladridos salubres…




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