Maduras son mejores. El catálogo del amor.

Capítulo 13:1 ///

Me siento a su lado, despacio, sin saber qué soltar, porque para esto no hay palabras en ningún idioma, no hay frases hechas ni consuelos baratos que sirvan, solo estar, ocupar el espacio junto a alguien que se está desmoronando, y a veces ni eso sirve, a veces es solo testigo de un dolor tan grande que no cabe en una sola persona. Miro la foto otra vez. Daniel tiene mi edad, más o menos. Quizás es un poco más alto, más ancho de hombros, pero podríamos pasar por primos, por hermanos incluso. El pensamiento me revuelve el estómago.

"Tú tienes su edad," sigue Laura, y finalmente me clava los ojos, girando todo el cuerpo hacia mí con una intensidad que me hace querer retroceder pero no puedo, estoy clavado en el sofá. Sus ojos están tan llenos de dolor, de un sufrimiento tan profundo y antiguo que siento que se me quiebra algo dentro, una costilla quizás, o algo más fundamental. "A veces, cuando estás aquí… cuando me abrazas en la oscuridad y no puedo verte la cara… cuando pones tu cabeza en mi hombro y respiras así, despacio… siento que volvió." Las lágrimas le corren por las mejillas sin que haga ningún esfuerzo por detenerlas. "Sé que está mal. Sé que es una locura. Pero por un momento, por esos minutos en la oscuridad, puedo fingir que mi hijo aún está vivo, que aún puedo tocarlo, que no lo perdí en esa carretera mojada una noche de octubre."

Me quedo helado, no de miedo sino de una vergüenza que me sube por la garganta como bilis, caliente y amarga, porque en ese instante pillo todo, entiendo con una claridad brutal y cegadora que no he estado queriendo a Laura estos meses. He estado tapando un hueco de muerto, llenando un espacio en forma de hijo que nunca podré ocupar realmente. Y peor, mucho peor: ella no me ha querido a mí, no ha deseado a William con sus miedos y sus sueños de paternidad frustrada y su colección de discos viejos y su manía de comer cereales a medianoche. Ha querido la sombra de su hijo proyectada en mi piel joven, en mi aliento tibio, en mi carne viva, usando mi cuerpo como médium para invocar a un fantasma que no puede regresar.

"Lo siento," digo, aunque no sé ni por qué me disculpo, si acaso por existir, por tener diecinueve años cuando Daniel ya no puede cumplir veinte, por ser un recordatorio ambulante de lo que ella perdió. "No tienes que," responde Laura, y me agarra la mano con una ternura que corta más que un grito, más que una bofetada, porque es genuina y eso la hace insoportable. "Al contrario. Gracias, William. Gracias por dejarme fingir, aunque sea una noche, aunque sea solo en la oscuridad, que aún puedo tocarlo, que aún puedo sentir que mi hijo respira, que está tibio, que está vivo."




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.