Maedow (melodía de Amor 3)

Capítulo 3

Maedow salió de la universidad para cruzar el campus y entrar en la cafetería para desayunar con sus amigos. Estaba cogiendo el pomo de la puerta acristalada cuando alguien la agarró del brazo y tiró de ella hacia el pequeño callejón entre los edificios.

La espalda de la muchacha se apoyó sin demasiada delicadeza en la fachada de la cafetería y abrió los ojos de par en par al ver el rostro de su ex entrenador con la furia reflejada en él y la mandíbula en tensión. 

—¿Ese niñato es tu novio? Pensé que querías a alguien con más experiencia —le recriminó acorralándola entre su cuerpo y la pared. 

—Kevin, déjalo ya. Ambos sabemos que lo nuestro no habría durado. Aún estás enamorado de tu esposa y solo buscas divertirte antes de suplicarle que te perdone —le dijo la chica intentando mantener escondido el miedo que estaba sintiendo en aquel momento. 

—¿Eso es lo que él te ha dicho? Estás muy equivocada. No quiero regresar con mi esposa. Quiero estar contigo —la voz del hombre se suavizó y acarició la mejilla de ella. 

El corazón de la joven se aceleró, pero no por nervios de su contacto, sino porque temía lo que aquella dulzura pudiera traer después. Tragó saliva con dificultad para quitar la congoja que se había atascado en su garganta y dijo:

—Yo no quiero estar contigo. Me he dado cuenta de que no es a ti a quien realmente amo. Lo siento mucho. Esto debe acabarse aquí. 

La mandíbula de él volvió a tensarse y rodeó su cuello con su enorme mano para apretar con fuerza mientras ella intentaba mantener la cordura. 

La tenista recordó el movimiento que su padre les enseñó a sus hermanas y a ella desde pequeñas si alguna vez se veían en una situación complicada como en esa ocasión. Movió el cuerpo para posicionarse mejor, alzó la rodilla con fuerza y velocidad, y golpeó la entrepierna del hombre. En cuanto él la soltó para caer de rodillas en el asfalto, la muchacha salió corriendo hacia el interior de la cafetería para encontrarse con sus amigos. Disimuló durante toda la mañana el miedo y la angustia para no preocuparlos. 

Temía la hora de la salida de la universidad, pero para su suerte, uno de sus mejores amigos la invitó a llevarla a la casa, por lo que no tendría que caminar hacia la parada del autobús sola. 

Se montaron en el coche y Jerome puso rumbo hacia la casa de su amiga. La miraba de reojo, extrañado con su comportamiento desde el desayuno. No sabía cómo preguntarle lo que le ocurría porque sabía que si ella no estaba a gusto con la conversación lo evitaría y no llegaría a contarlo nunca, aun así, decidió hablar. 

—¿Te ha ocurrido algo antes del desayuno? —le preguntó sin poder evitarlo durante más tiempo con aquel silencio incómodo en el habitáculo. 

—No, ¿por qué? 

—Estás un poco rara. Tu sonrisa no llega a tus ojos y me preocupa. 

—Estoy bien. Debe de ser el cansancio y el estrés por los Juegos Olímpicos. Están muy cerca y quiero ganarlos a toda costa. 

—No te esfuerces demasiado. Sabes que eres la mejor, no hace falta que nos lo refriegues por la cara —la regañó en broma su amigo para hacerla sonreír. 

Y lo logró. Una leve sonrisa se dibujó en los labios de la chica y se lo agradeció con una mirada llena de amistad. 

El chico frenó delante de la puerta de la casa de ella y se despidió con un movimiento de la mano. Esperó a que entrara en la vivienda y se marchó. 

Maedow subió las escaleras a gran velocidad, dejó la mochila encima de la silla de escritorio y respiró hondo para calmarse. No podía perder los nervios. Aquella mala experiencia ya había pasado y no podía recordarla para siempre. 

Estaba agarrando el respaldo de la silla con sus manos, inclinada para coger y soltar aire varias veces, cuando escuchó la voz de su madre a su espalda, sobresaltándola.

—¿Estás bien? —le preguntó su progenitora al ver la palidez de su rostro. 

—Me has asustado. No te esperaba ahí. 

—Baja. Vamos a celebrar el cumpleaños de Summer. Por cierto, ¿sabes de quién es también el cumpleaños hoy? —le inquirió con una sonrisa traviesa en los labios rosados. Su hija negó con la cabeza dejando el móvil en el escritorio—. De TaeYang. Van a venir para celebrar el de tu hermana y le vamos a dar la sorpresa. Hace poco que se marcharon al hotel y ya los echo de menos. 

—Me parece genial. Bajo enseguida. 

—No tardes —le advirtió dejando un beso en la mejilla de la chica. 

En cuanto su madre se alejó de la habitación, la joven corrió al baño anexo que compartía con su hermana pequeña, se miró al espejo y se dio unos pequeños retoques en el maquillaje para acabar cepillando su pelo. Si su cuñado venía significaba que los demás integrantes del grupo también. 

El timbre resonó en la casa y Maedow sonrió a su reflejo nerviosa. Bajó la escalera despacio y se quedó parada en los escalones del medio cuando la mirada penetrante de Seung se clavó en ella con una sonrisa. 

Todos salieron al porche cubierto y Seena pasó su mirada experta de su hija al chico. Caminó despacio hacia la puerta acristalada que daba al jardín y le dijo a la joven:

—Pequeña, ¿podrías ayudar a Seung y traer la bebida de la cocina? 

—Por supuesto, mamá. 

La tenista terminó de bajar los últimos escalones para encontrarse con el chico, pasó por su lado rozando su mano y se alejaron hacia la cocina para coger las bebidas frías de la nevera y llevarlas al jardín para comenzar con la celebración. 

—¿Cómo te ha ido el día? —quiso saber él cogiendo las botellas que ella le pasaba. 

—Bien. Un poco estresada porque los Juegos Olímpicos se acercan.

—No deberías preocuparte. Eres la mejor y estoy seguro de que ganarás todos los partidos que te pongan por delante. 

La muchacha dio media vuelta para mirarlo, cerró la puerta de la nevera con dos botellas entre sus brazos y le dedicó una gran sonrisa de oreja a oreja. Aquellas palabras la habían hecho olvidar por completo lo que había sufrido con su ex entrenador esa mañana. 




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