Maestra para desiertos

Capítulo I | Pata de conejo

Malía

Llevaba casi quince minutos intentándolo, pero no cedía, ni siquiera se movía. Era como hablar con un muerto. Alex se lanzó sobre la cama e intentó hacerle cosquillas, pero nada daba resultado.

—No lo haré.

—Debes levantarte.

—¿Para qué lo haría? -respondió poniendo la sábana sobre su cabeza.

—Bueno, una buena razón es esa por la cual te has levantado temprano todo el mes -señaló abriendo las cortinas de la habitación, ella solo cubrió más su cabeza-, ya sabes: Encontrar trabajo y ganar dinero.

Alex se puso en jarras desesperado. Le quitó la sábana de encima y la lanzó al suelo, ella se hizo un ovillo sobre el colchón y se tapó los ojos con los brazos.

—No me voy a levantar, me resigné a ser pobre.

—¿Y cuándo lo decidiste? -preguntó Alex buscando algo para lanzarle.

—Cuando cruzaste la puerta de mi cuarto hace dos minutos y vi la hora en el reloj.

—Son las siete de la mañana, Malía -le lanzó un cojín.

—Sí, es muy temprano -deshizo el ovillo de su cuerpo y extendió brazos y piernas.

—No somos pobres -exclamó el chico volviendo a la afirmación de antes.

—¿Entonces qué somos? -aún no abría los ojos.

—Somos personas con deudas y sin empleos estables.

—¿Y específicamente como le llamarías a eso?

Ella se sentó cruzando las piernas, tallando sus ojos con las muñecas, Alex intentó pensar algo para ponerla en su lugar, pero especialmente ese día la inspiración para corcharla le faltaba. Al notar que no encontraría respuesta, Malía le lanzó el cojín y así sacarlo de sus pensamientos.

—¿Incoherencia financiera? -preguntó Alex atrapando el objeto en el aire.

—Pobreza, Alex -Malía se volvió a lanzar a la cama-. Es simple y pura pobreza.

Alex se inclinó sobre la cama y la tomó por los tobillos, Malía intentó agarrarse de cualquier cosa, pero fue en vano. Cayó al suelo en medio de un grito.

—¡Estás demente!

—Y tú ya estás despierta -dijo lanzándole de nuevo el cojín-, te espero para desayunar.

Alex dejó la habitación antes de que ella pudiese levantarse del suelo. Cuando se puso de pie cerró las cortinas de la habitación, se metió a la ducha y dejó que el agua helada se llevara la pereza que aún la poseía. Tras poner una toalla en su cabeza y otra alrededor de su torso, se dirigió a su armario.

—Me puse esto ayer... esto el otro día, creo que aquí no hay ropa limpia ¿Alex, hoy te toca lavar la ropa? -gritó lo suficientemente fuerte para que él la escuchara desde cualquier lugar de la casa.

No hubo respuesta.

Tras vestirse con lo único que parecía estar limpio le dio un vistazo a su persona, esa joven en el espejo definitivamente no era ella. Faldita negra, botas negras, medias veladas, jersey caqui y sus infaltables: el relicario y su prendedor en forma de cruz.

—¿Quién eres y qué hiciste con Malía? -dijo Alex a sus espaldas, traía un par de jeans colgados del brazo.

—No tengo nada más que ponerme -señaló su armario abriendo los ojos con frustración.

—Digamos que olvidé lavar la ropa accidentalmente apropósito y dejé un par de cositas que no has usado... nunca.

—No es mi estilo.

—A mí no me importa tu estilo, es hora de que pongas un poquito más de empeño en tu imagen si vas a conseguir trabajo.

Volvió a mirar el espejo y se dio cuenta que aunque no parecía ella, sí se veía menos ordinaria de lo normal.

—No conseguiré trabajo en un lugar súper-wow que necesite mi estilacho.

—Empieza por no hablar así, hermanita.

—Necesito mis tenis, hermanito.

—Ni lo pienses.

Malía se lanzó al armario y tomó sus nike air negros, se los puso con Alex sobre ella tratando de evitarlo. Llevaría las botas en su bolsa.

—Esta sí soy yo.

—Debí haber lavado los zapatos, así estarían empapados y no habrías hecho tal barbaridad, odio tus tontos tenis. -estrechó los ojos e imitando llanto dijo-: Acabas de arruinar mi obra de arte.

Malía aún estaba cuestionando el hecho de tener que conseguir trabajo, lo hacía mientras intentaba ponerse maquillaje, desde la adolescencia lo intentaba. Era urgente que encontrara un empleo, vivían de lo que Alex ganaba a diario en el restaurante, algo que claramente no alcanzaba para ambos y menos en una ciudad tan grande como esa. La única opción era que ella encontrara un trabajo en el que fuera lo suficientemente buena para no ser despedida de nuevo o al menos no en tan poco tiempo.

—Podrías trabajar con Jorge en la freidora -dijo Alex tratando de meterse en sus nuevos jeans.

—Tú podrías vestirte en tu habitación y no en la mía.

—¿Y por qué tú puedes maquillarte en mi baño?

—Si lo piensas bien, esta conversación no tiene sentido, Alex.



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En el texto hay: adolescentes, comedia, comedia humor secretos

Editado: 10.11.2021

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