Llama la atención de los profesionales de la educación el hecho comprobable de que en las escuelas primarias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la mayoría de los cargos de docentes de grado están cubiertos por mujeres. Es posible encontrar una explicación si nos remontamos a la segunda mitad del siglo XIX, cuando se buscaba forjar las bases para la educación masiva que abarcara a todos los habitantes de la Nación Argentina. A fin de conseguir esto, se implementaron políticas educativas para crear escuelas primarias y normales encargadas de la formación de maestros, pero principalmente de maestras. Este marco inicial es el primer eslabón que conlleva a la feminización de la tarea docente.
La docencia de nivel primario está feminizada desde el principio, ya que ante la mirada de la sociedad, no solo era deber de la maestra enseñar, sino que tenía que brindar amor, cuidado y protección a sus estudiantes. Estas funciones equipararon a la docencia con las funciones maternas.
Las primeras escuelas normales surgieron en una sociedad multicultural inmersa en la Modernidad, donde las mujeres aún no poseían derechos ciudadanos y encontraban en la docencia una posibilidad de ascender en los estratos sociales.
Por el contrario, la visión de los hombres relacionada con el control, el poder y la autoridad, producía que muchos no se interesaran por la profesión docente y que, por otro lado, los maestros ascendiesen más fácilmente que las maestras. Conseguían así, en este contexto histórico, cargos de mayor prestigio social y mejor remunerados.
Si bien las mujeres docentes eran más numerosas que los hombres docentes, ellas permanecían en la base de la pirámide laboral. Mientras que los varones, por su parte, tenían más posibilidades de acceder a cargos directivos y solo ellos podían convertirse en inspectores escolares.
La feminización de la profesión docente era producto de los estereotipos y de los prejuicios sociales que aún están arraigados en nuestra cultura, ya que la sociedad identificaba a las mujeres con las tareas relacionadas al hogar, viendo a la escuela como una extensión del mismo. Esto se naturalizaba y perpetuaba desde la misma institución escolar. Los niños y niñas aprendían en la escuela sobre estereotipos sociales, roles de género y lo que se esperaba de ellos como futuros trabajadores y trabajadoras.
Este hecho puede explicarse con la teoría de la correspondencia de Bowles y Gintis. Para estos autores el mundo escolar no es más que un espejo que reproduce lo que sucede en el mundo del trabajo. En este sentido, la escuela prepara a los futuros trabajadores y trabajadoras. La teoría establece una relación entre la organización escolar y la organización productiva. Es decir, para ellos, hay relación entre cómo se enseña en la escuela y cómo funciona el sistema productivo.
La escuela repite el modelo o la forma de organización del mundo del trabajo. Algunas de estas características son: la jerarquización, la organización del tiempo, la repetición de tareas, la división del trabajo en manual e intelectual y la selección de algunas prácticas o ciertos contenidos en lugar de otros. Teniendo esto en consideración, se desprende que la escuela produce recursos humanos o capital humano para alimentar el mundo del trabajo.
El Estado progresista de finales del siglo XIX debía formar maestras que estuvieran capacitadas para inculcar sentimientos patrióticos, enseñar las tradiciones y la cultura regional. Utilizó la educación como política de unificación social para que los estudiantes incorporaran a sus vidas normas sociales, que marcarían sus acciones, ajustando a los futuros ciudadanos a un orden político, social y económico.
Según Michael Apple, cuando un sector social se impone sobre otro en los aspectos culturales, hay oculta una dominación, porque al dominar en el campo de las ideas se puede dominar también en otros campos como por ejemplo: el económico o el político. Los valores culturales que el Estado consideró legítimos era lo que los maestros debían enseñar a los alumnos. En este sentido, la escuela sería utilizada como el ámbito donde los estudiantes podían adquirir una estructura normativa y donde las culturas marginadas podían ser reinterpretadas por la cultura dominante. En la escuela, entonces, se imponían ciertos conocimientos, saberes prácticos y aspectos culturales, por lo cual, el estudiante adquiría un modo de pensar institucionalmente adecuado naturalizándose así los límites ideológicos.
Por otro lado, algunos investigadores como Graciela Morgade han llegado a la conclusión de que el bajo salario de los y las docentes de nuestro país está íntimamente ligado a la feminización de la profesión. En la República Argentina, las profesiones ocupadas mayoritariamente por mujeres, como por ejemplo: cargos de maestras o de enfermeras, reciben menor remuneración económica.
La feminización de la docencia es un proceso histórico cultural y asumido como hecho natural por las maestras. Mientras que las primeras escuelas normales de finales del siglo XIX aparecieron como una oportunidad para que las mujeres se insertaran en el mundo laboral y pudieran alcanzar mayor prestigio social, para los hombres no eran más que una posibilidad de estudio intermedio antes de entrar a la universidad. En este contexto, los varones ejercían como maestros solo hasta conseguir un trabajo mejor remunerado. Mientras que los pocos que permanecían trabajando en la escuela ascendían rápidamente.