Como se ha mencionado anteriormente, la profesión docente está feminizada desde el comienzo. Cabe preguntarse entonces, cuáles son las similitudes y las diferencias en la profesión docente y en el rol de las maestras egresadas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX con las maestras contemporáneas. En esta comparación se puede comprobar la influencia del rol del Estado en la valorización de la imagen de las maestras.
Los aportes de Graciela Morgade permiten dilucidar que luego de los procesos independentistas de Argentina, se comenzó el proceso de conformación de un Estado nacional que debía sembrar las bases para organizar el poder a través de instituciones específicas. Una de estas instituciones fue la educativa, que se encargaría del proceso de transmisión de tradiciones y saberes relevantes para los individuos. La necesidad de la conformación de los docentes especializados quedó a cargo de instituciones oficiales llamadas escuelas normales que otorgaban títulos habilitantes de nivel medio y cuyos egresados y egresadas eran portadores de un gran prestigio social. Es decir, eran ejemplos a seguir.
La educación, transformada en una política de Estado, pretendía ser una estrategia de integración nacional y debía ser capaz, entre otras cosas, de permitir que los individuos formados pudieran incorporarse al mundo del trabajo y a la sociedad, construyendo una identidad nacional. La heterogeneidad de los habitantes, muchos de los cuales inmigraban de diferentes países, exigía una estrategia unificadora, que estaría en manos, principalmente de las instituciones educativas.
Casi cien años después, en 1968, durante un gobierno dictatorial, por un decreto, se terminó con la escuela normal de nivel medio que había comenzado en 1870. Desde entonces, la carrera docente se transformó en un estudio de nivel terciario o superior. Paradójicamente, las maestras del siglo XIX y principios del siglo XX eran respetadas socialmente y vistas como un ejemplo a seguir, mientras que a partir de la década del 90, cuando las educadoras ya eran profesionales y poseían un título superior en comparación al del título secundario de sus colegas del siglo anterior, se han visto desvalorizadas, ya que el Estado las culpó por los fracasos de la educación. Para el Estado neoliberal, no era necesaria una imagen valorizada de las maestras especialmente si pertenecían al plantel estatal. “Eso le restó identidad a su valor social. No se le reconoce su autoridad y nadie puede tenerla si no se plantea que es un necesario aporte a la transformación de la realidad”, dijo Mary Sánchez en una entrevista realizada por “Ser docente en el siglo XXI”.
Myriam Southwell en la misma entrevista, sostuvo que los docentes se construyeron como profesionales del Estado y que los cambios políticos influyeron en su identidad. Pasaron de ser figuras prestigiosas a “trabajadores baratos”. “La idea de ser trabajadores baratos está presente en varias citas de la historia, así como también la de abnegación, la de incomodidad para esa tarea civilizadora, antes que el reclamo por condiciones laborales”. Parafraseando a la autora, el trabajo docente fue desvalorizado, ya que dejaron atrás su postura apostólica para pasar a ser trabajadores de la educación. Hay una desautorización proveniente del Estado, puesto que en sus palabras en “la reforma de los 90 se instaló un discurso público de que los docentes no sabían, lejos de reconocer los saberes que tienen por su conocimiento del sistema y experiencia”.
Según Romina Altamirano (2018), “en el período comprendido entre 1880 y 1916, se llevó a cabo en nuestro país un modelo denominado Estado Oligárquico Liberal caracterizado por ser una organización política de poder centralizado”. Es en este período donde se desarrolló el modelo agro-exportador. En sus palabras “al tratarse de un modelo sociopolítico que respaldaba las libertades civiles y limitaba las libertades políticas, se promovió la integración y modernización social creando un sistema educativo organizado y monopolizado por el Estado, y se sancionó la Ley de Educación N° 1.420 que explicitó el carácter obligatorio, gratuito, gradual y laico de la educación primaria”. En la actualidad, el Estado también provee educación gratuita, gradual, laica y obligatoria y esto está contemplado en la Ley de Educación N° 26.206.
En el proceso de formación de maestras y maestros se optó por utilizar un sistema educativo ampliamente aplicado en Estados Unidos, que empleaba una pedagogía positivista en el proceso de enseñanza-aprendizaje y le daba un carácter enciclopedista al conocimiento. Los estudiantes debían ser considerados como receptores pasivos de la información y el docente como el portador del conocimiento.
Según Andrea Alliaud (2007), “el maestro legítimo es, en este contexto, aquel que fue formado. El que, por lo tanto, asegura estar provisto de las herramientas necesarias para que la acción pedagógica resulte efectiva”. Los egresados de las escuelas normales de principios del siglo XX tenían una credencial para poder transmitir los saberes culturales legítimos y podían establecer el orden y homogeneizar a la población escolar en un sistema de reproducción simbólica.
En el siglo XIX se le exigía al maestro ser una persona instruida, culta y capacitada profesionalmente y la educación que impartía estaba basada en el autoritarismo, la memorización y la competencia. En la actualidad, parafraseando al Dr. Eudaldo Enrique Espinoza-Freire (2017), el rol del docente pasa a ser el de facilitador del proceso de enseñanza y se redimensiona la relación de maestro alumno. El profesor ya no es dueño de la verdad ni del saber absoluto y con la introducción de las TICs, el proceso educativo ha vuelto a revolucionar las maneras de enseñar y de aprender. Esto exige que el docente domine las herramientas didácticas para utilizarlas como un proceso de aprendizaje, enseñanza y superación.