Mafias Peruanas

Capítulo 3: "Sombras y Alianzas"

La madrugada en Lima era silenciosa, pero dentro de las paredes del cuartel general de la policía, la actividad era frenética. El coronel Ricardo Mendoza repasaba con su equipo las últimas informaciones sobre los movimientos de Diego “El Cholo” Ramos y la investigación de Valeria Quispe.

—“No podemos permitir que esta guerra se descontrole.” —afirmó con voz firme—. “Cada paso que demos debe ser calculado.”

En ese instante, la teniente Andrea Huamán recibió un mensaje cifrado. El contenido era claro: un nuevo aliado había decidido aparecer en la lucha contra las mafias, pero también con sus propios intereses ocultos.

Al otro lado de la ciudad, Diego se encontraba en una reunión clandestina con un hombre de rostro marcado por cicatrices, conocido como “El Serpiente”. Era un intermediario en el negocio internacional de drogas y armas.

—“Necesito que me asegures una ruta segura hacia el norte.” —dijo Diego con determinación—. “Y que ninguna autoridad nos detenga.”

—“Eso costará caro.” —respondió El Serpiente con una sonrisa torcida—. “Pero podemos hacer que ciertos cabos se aten.”

Mientras tanto, en la Fiscalía, Valeria sentía la presión crecer. Su imagen estaba en juego y su vida también.

—“No podemos confiar en nadie fuera de este despacho.” —advirtió María Sol—. “Ellos saben que somos una amenaza.”

En ese momento, sonó el teléfono. Era un número desconocido. Valeria tomó aire antes de contestar.

—“Valeria Quispe.” —dijo con voz firme—. “¿Quién habla?”

Una voz grave respondió, con un dejo de advertencia:

—“Te están observando. Cuida tus pasos.”

La tensión se apoderó de la sala. La batalla por Lima apenas estaba en su punto de inicio, y las sombras se movían rápido, tejiendo alianzas inesperadas.

La llamada dejó a Valeria con un nudo en la garganta. María Sol y Sandra la miraban en silencio, conscientes de que cualquier palabra fuera de lugar podía significar una filtración.

—“¿Creen que es una amenaza o una advertencia real?” —preguntó Sandra.

—“En este juego, todo mensaje tiene doble filo.” —respondió Valeria—. “Pero si alguien arriesga su seguridad para avisarnos, es porque la tormenta viene más rápido de lo que pensamos.”

En paralelo, en un club exclusivo de San Isidro, el congresista Félix Montoya brindaba con el empresario de transporte marítimo Juan Pablo Cárdenas. Entre risas y copas de whisky, sellaban un pacto que implicaba mover cargamentos ilegales bajo la fachada de importaciones de maquinaria agrícola.

—“Mientras la prensa esté distraída con tus discursos, yo muevo lo mío sin problemas.” —dijo Cárdenas—. “Y tú ganas lo que siempre quisiste: dinero y control.”

Montoya sonrió, sabiendo que sus palabras en el hemiciclo eran apenas una máscara.

Esa misma noche, Diego “El Cholo” Ramos recibió a un emisario extranjero, un colombiano llamado Camilo Herrera, que había trabajado con carteles de Medellín.

—“Tú mandas aquí, Diego.” —dijo Camilo—. “Pero si quieres crecer, necesitas mi red. Puedo darte armas, contactos y rutas… a cambio de un 40% de las ganancias.”

Diego no respondió de inmediato. Miró por la ventana, donde la lluvia caía sobre las luces de Lima. Sabía que aceptar significaba entrar en un juego más grande que el suyo, pero rechazar podía costarle la vida.

En un café del Centro de Lima, la periodista Lucía Robles se reunía con una fuente secreta. Era un exagente policial que le entregó un sobre manila.

—“Aquí está la lista de políticos, empresarios y uniformados implicados.” —susurró—. “Pero ten cuidado, muchos de ellos matan para proteger su nombre.”

Lucía abrió el sobre y su corazón se aceleró. Entre los nombres, aparecían personas que creía intocables… incluyendo un general activo.

Lucía Robles guardó el sobre en su bolso con el pulso acelerado.
—“Esto puede cambiarlo todo.” —pensó—. “O puede ser mi sentencia de muerte.”

Salió del café, pero un hombre con gorra y chaqueta negra la siguió a distancia. Ella lo notó por el reflejo en una vitrina. Apresuró el paso, dobló por una calle lateral y se refugió en una librería antigua. Desde la ventana vio cómo el hombre pasaba de largo… o eso creyó.

Mientras tanto, en un almacén abandonado en el Callao, Diego y “El Serpiente” supervisaban la llegada de un nuevo cargamento. Cajones llenos de armas cortas y fusiles AK-47 eran descargados por hombres armados.

—“Con esto, controlaremos no solo el puerto, sino también la carretera central.” —dijo Diego.

Pero antes de que pudieran terminar, un grupo de camionetas sin identificación irrumpió por la entrada. De ellas bajaron hombres con pasamontañas y fusiles M4. Los disparos retumbaron, el eco de las balas chocando contra los muros de concreto.

En el cuartel de la policía, la teniente Andrea Huamán recibió un aviso por radio:
—“Enfrentamiento armado en el Callao, posible conexión con el Cholo Ramos.”

El coronel Mendoza ordenó de inmediato una unidad de intervención.
—“¡Muévanse! Si logramos atraparlo, esta guerra podría inclinarse a nuestro favor.”

Mientras los agentes se movilizaban, en el Congreso, Félix Montoya sonreía durante una sesión pública, leyendo un discurso sobre “la lucha contra la corrupción”. En su celular, sin que nadie lo notara, llegaba un mensaje de Diego:

> “El cargamento se complica. Necesito que frenes a los perros de Mendoza.”

Montoya borró el mensaje al instante.

Esa noche, la ciudad entera parecía contener la respiración. El enfrentamiento en el Callao era solo una chispa… y el incendio apenas estaba comenzando.

El eco de las balas en el Callao se mezclaba con el sonido distante de sirenas. El Cholo Ramos gritaba órdenes mientras esquivaba disparos. “El Serpiente” se cubría tras un contenedor oxidado, devolviendo fuego con una pistola Glock.

—“¡Tenemos que mover el cargamento ya!” —rugió Diego—. “¡No dejen que caiga en manos de esos malditos!”




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