Mafias Peruanas

Capítulo 13: "El Congreso en la mira"

La sesión del Congreso estaba en pleno desarrollo cuando Esteban Cruz tomó la palabra. Vestía un terno azul impecable, con una corbata granate que contrastaba con el tono sereno de su voz. Hablaba de “la urgente necesidad de fortalecer las fuerzas del orden” y “la intolerancia frente al crimen organizado”.

En la pantalla gigante, detrás del podio, pasaban imágenes de operativos policiales contra bandas menores, mientras los aplausos resonaban en el hemiciclo. Afuera, la prensa grababa, los flashes rebotaban, y la opinión pública seguía creyendo que Cruz era un baluarte de la justicia.

Pero en un piso alto de un hotel frente a la Plaza Bolívar, Ramos, Lucía y Dorian lo miraban todo a través de una transmisión interceptada.

—Ese tipo tiene más sangre en las manos que todos los que están en esa sala juntos —murmuró Dorian, ajustando el zoom de la cámara.

Lucía no apartaba la vista de la pantalla.
—Si lo acusamos ahora, sin pruebas sólidas, nos van a enterrar a nosotros primero.

Ramos encendió un cigarro y se acercó al ventanal.
—Entonces busquemos lo que nadie más puede encontrar. Algo que lo hunda tan hondo que ni sus aliados puedan salvarlo.

En la mesa, Silva desplegó un plano digital de Lima, marcando varios puntos rojos.
—Estos son depósitos y oficinas pantalla que, según Mendoza y Cáceres, pertenecen a Cruz. Aquí mueve armas, dinero y hasta documentos falsos para su red de políticos y empresarios.

—¿Y qué tan seguro es que esa información sea real? —preguntó Lucía.

Silva sonrió de forma oscura.
—Digamos que la verifiqué con… métodos poco convencionales.

El Puma entró a la habitación con un sobre manila. Lo arrojó sobre la mesa y el contenido se esparció: fotografías de Cruz con Montenegro, abrazados en un club privado; imágenes de reuniones nocturnas con Gamarra y otros uniformados de alto rango.

—Esto es suficiente para que empiecen a sospechar, pero no para derribarlo —dijo Ramos.

Dorian se reclinó en la silla.
—Entonces hay que ir más allá. No se trata solo de fotos: necesitamos grabaciones, movimientos de cuentas, testimonios que no puedan desaparecer de un día para otro.

Lucía lo miró con una mezcla de admiración y cautela.
—¿Y conoces a alguien que pueda abrir una caja fuerte en un edificio del Congreso?

Dorian sonrió apenas.
—Conozco a alguien mejor… una periodista que odia a Cruz tanto como nosotros.

Su nombre era Daniela Rivas. Periodista de investigación, 34 años, conocida en los pasillos de los medios por su terquedad para no soltar un caso hasta que lo veía arder. Había denunciado a ministros, generales, jueces… y había sobrevivido a dos intentos de asesinato.

Cuando Ramos y Lucía le propusieron trabajar juntos, su respuesta fue seca pero contundente:

—Si vamos a hacerlo, vamos a hacerlo bien. No quiero fotos borrosas ni rumores. Quiero la bala de plata que lo destruya.

Esa misma noche, con credenciales falsas de un canal regional, Daniela ingresó al Congreso junto a un grupo de prensa que cubría un debate sobre seguridad ciudadana. Su objetivo no estaba en el hemiciclo, sino en el despacho privado de Cruz, tres pisos más arriba.

Mientras los camarógrafos se dispersaban, ella se escabulló por un pasillo lateral. El eco de los tacones sobre el piso de mármol parecía gritar su presencia, pero no dudó.

En su bolso llevaba un dispositivo que Dorian le había entregado: una microcámara de 8 milímetros con visión nocturna y un pequeño taladro silencioso para abrir cerraduras sin dejar rastro.

Frente a la puerta del despacho, Daniela se detuvo. Dos cámaras de seguridad apuntaban directamente a la entrada. Revisó el reloj: 23 segundos antes de que el sistema girara a otro ángulo.

Respiró hondo y, en el momento exacto, insertó la herramienta en la cerradura. Click. La puerta cedió.

Dentro, el lugar olía a cuero y madera pulida. En el centro, un escritorio de caoba con papeles perfectamente alineados. Pero Daniela sabía que lo importante no estaba a la vista.

Se dirigió al mueble lateral, un archivo metálico con doble cerradura. El taladro zumbó en silencio y, tras dos minutos, el cajón se abrió. Allí encontró carpetas con el logo del Congreso, pero los nombres en las portadas eran empresas fantasmas: Andes Supply S.A., Pacific Traders Ltd., Inversiones Barranco SAC.

Entre los documentos, una carpeta negra sin rotular. Al abrirla, Daniela se quedó inmóvil: contratos firmados entre Montenegro y el Estado peruano para la provisión de armamento, avalados por Esteban Cruz y dos generales del Ejército.

Grabó todo, página por página, con la cámara oculta. Iba a cerrar el cajón cuando escuchó un ruido seco en el pasillo.

Se asomó por la rendija de la puerta. Un hombre alto, con traje oscuro y auricular de seguridad, se acercaba directamente hacia ella.

Daniela apagó la linterna de la microcámara y pegó la espalda contra la pared. El guardia se acercaba con pasos firmes. No parecía uno de los de seguridad interna; su andar era más militar, más calculado.

La periodista evaluó opciones: escapar por la puerta principal era un suicidio. Solo quedaba el pasillo lateral que conducía a las escaleras de servicio.

Cuando el guardia giró la esquina, Daniela ya estaba moviéndose. Se agachó y cruzó la puerta lateral, cerrándola sin ruido. Bajó dos tramos de escalera a toda velocidad, pero en el segundo piso se encontró con otro hombre, esta vez armado.

—Alto ahí —dijo él, levantando el arma.

En ese instante, se escuchó un estruendo en la calle. Un auto negro explotó a unos metros de la entrada del Congreso. Las alarmas sonaron y los guardias se dispersaron para ver qué ocurría.

Era la distracción de Dorian. Desde su camioneta, estacionada a una cuadra, observaba con binoculares y sonrió.
—Te queda un minuto, periodista —murmuró para sí.

Daniela aprovechó el caos para bajar al sótano, donde las cocinas ya estaban vacías. Corrió hasta una puerta de emergencia que daba a la parte trasera del edificio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.