—Mmm, tendré que pedirle a Oscar que se mantenga lejos de mi hija hasta que se termine el verano—murmura papá pasándome por un costado y llevando dos grandes valijas a cuestas que me traje de Buenos Aires.
Con que Oscar, eh. Ya le hice tantas cosas con la mirada...
Creí que pasarme el verano en el campo sería menos interesante. Bueno, un chico apartado de la urbe no lo hace más divertido, pero al menos tendré una distracción para los ojos cuando el Internet se caiga.
—¿Creés que tenga Instagram o Tik Tok? ¿Wattpad, quizás?—le pregunto a papá mientras reviso la pantalla del móvil.
Él se ríe.
—¿Instaqué?
—Instagram, papá. Ya existía antes de que vos y mamá se separaran.
—¿Será Facebook?
—No, papá. Eso es retrógrado.
Examino la pantalla y descubro que en este campo la señal está muerta lo cual no es muy buena noticia pero sí lo será para mis datos.
—¿Cuál es la contraseña de Wi-Fi?—le pregunto antes de cruzar la entrada.
Él vuelve a reír.
—No hay servicio Wi-Fi más allá de la estación de servicio. Ahí tienen ServiCompras.
—La YPF está a diez kilómetros, papá, ¿estás de broma?
—Lo siento mucho, hija.
—No mencionaste eso cuando me ofreciste venir. ¡Hubiese sido conveniente quedarme con mamá!
—Cariño...
Una sombra le atraviesa el rostro y caigo en la cuenta de que lo he herido.
—Yo... No quería...—murmuro.
Es tarde. He arremetido con lo peor que tenía: mamá.
—Yo...—murmura sin levantar la vista—voy a ir subiendo tus cosas al cuarto que te preparé... Vos podés...ir conociendo la casa.
—Papáaaaaa, no lo dije en serio—insisto.
Pero él se marcha escaleras arriba y el rechinar de la madera es lo único que tengo por respuesta.
Veamos, usualmente soy una chica con serios problemas para tratar con los demás, y se vuelve aún peor cuando se trata de hacer bromas. Yo sé que mis bromas son pésimas, lo reconozco y aún así me da igual.
El problema es que la gente que no me conoce, suele mirarme mal cuando hago alguno de mis chistes de mal gusto.
Y papá no me conoce.