¡Bien! ¡A conocer la casa que será mi casa durante los próximos dos meses y medio! Ni forzándome se oye entusiasta...
Desde afuera no es nada bonita sino vieja y descuidada. Al principio pensé que podía ser al estilo "vintage" de esas que te aparecen en Tumblr o en Pinterest, pero estaba errada. Toda de madera que cruje sola. Con cada paso, se siente que en cualquier momento se romperá una tabla y seré carne triturada.
Pasar de Retiro a Tandil son dos extremos completamente opuestos y no lo digo por las casas que crujen sino por otros aspectos particulares: por ejemplo, no me esperaba tantísimo calor, creí que esta parte al menos se diferenciaría del gran Buenos Aires.
La entrada tiene tres escalones y un hall con dos reposeras de esas donde los viejos de las películas se pasan tardes meciéndose con un rifle en la mano o las abuelitas se mantienen las horas tejiendo una manta.
Dudo que papá sea de esos, supongo que la usa para leer un libro en las eternas tardes que pasa solo.
El comedor que me encuentro examinando ahora es nada menos que la entrada a la casa. Lo juzgo grande, espacio demás, tiene un juego de sillones a un lado de la puerta y un viejo televisor que dudo mucho que sintonice más de tres canales. Dejé de ver televisión cuando Netflix llegó a mi vida, no tengo ganas de que una programación de mierda me diga lo que tengo que ver.
Hay un ventanal enorme que da al oeste y me inclino buscando con la mirada dónde estará el tal Oscar. Cuando llegué, me encontré con ese chico de ojazos verdes, musculosa blanca transpirada, jeans azules y una camisa leñadora atada a la cintura. Podaba el césped del patio lateral de papá a suficiente distancia como para no tener que saludar. Todo un maleducado, ya siento que lo amo.
Busco su cabello largo o su piel bronceada brillante de sudor bajo el sol veraniego pero no lo encuentro. Dudo que haya escuchado el comentario de papá de que debe mantenerse alejado de mí mientras permanezca en su casa. Entonces, ¿dónde fue?
Sigo andando hasta la cocina y compruebo que la heladera funciona bien, tiene una cocina a gas, cafetera, una mesa afirmada contra la pared y sobre la mesada, frascos con fideos para hidratar, de al menos diez variedades. Hay una ventana que da con el fregadero al norte de la casa. Me acerco a ella y observo la parte de atrás: hay un pequeño ¿granero? con la puerta entreabierta. Ahí debe estar Oscar.
Oh, vamos, recién llego y ya lo estoy persiguiendo. Pensará que soy una pervertida. Bueno, lo estoy persiguiendo así que...
Cuando me doy la vuelta, me choco con el pecho de un hombre y me asusto.
Ahogo un grito y papá se aparta.
—¡Me...asustaste!—le culpo.
—¿Te gusta la vista al patio?—me pregunta dirigiéndose a la cafetera.
—¿A eso le llamas patio?
Yo le llamaría "campo infinito".
Papá sonríe y pone dos tazas sobre la mesa. Evidentemente la cafetera es un punto a favor.
—Te acostumbrarás—señala.
Suelto un resoplido y trato de explicarle las condiciones de mi vida sin que suene demasiado cruel.
—Verás... Tengo que pasarme aproximadamente 75 días en medio de la nada, sin Internet ni señal en el celular, con electricidad precaria, en un campo inmenso donde los restos más próximos de civilización están a unos kilómetros y no voy a poder comunicarme con mis amigas.
—Claro que vas a poder. Si querés, vamos a la YPF a comer.
—¿Eso sería...?
—Dos o tres veces a la semana. O vamos al centro de Tandil, aunque eso está un poco más lejos...
Me agarro la cabeza y tomo una de las tazas por la manija. Se la paso a papá quien está junto a la cafetera y le señalo:
—Que sea bien cargado, por favor.
Lo necesitaré.