Me tiende una mano y se la acepto. Oscar me ayuda a ponerme de pie y quedo a su altura. Acto seguido, agacho la mirada y un mechón de cabello negro ondulado me cae sobre el rostro.
—¿Estás bien?—pregunta.
¡No, boludo! ¡Sólo casi me matás!
—Ajá—respondo saliendo de mi mutismo.
—Bien. Ya me iba—señala y recoge una mochila que está tirada a su izquierda. Luego se vuelve a mí—: Y no hagás la estupidez de acercarte a un caballo que no conocés. Maja es una buena chica pero de haber sido otro, ya te habría dejado en terapia intensiva.
—Claro—murmuro un poco avergonzada por su reprimenda—. Lo... Lo tendré en cuenta. Gracias.
—Como digás.
Se da la vuelta y se dirige a la entrada.
—¡Esperá!—lo freno.
Él avanza dos pasos más hasta que el reflejo del sol que entra por la puerta semiabierta del granero, ilumina su piel tostada y brillante.
Él se vuelve esperando una respuesta de mi parte.
A propósito, no tengo idea qué diablos decirle... Sólo deseo que no se vaya, ¿es mucho pedir?
—¿Qué?—pregunta con poca cortesía. Creí que la gente del campo era mucho más grata, pero me equivocaba.
Son unos pesados.
—Me...Preguntaba si luego... Podrías enseñarme el pueblo—digo y noto que la voz me sale demasiado aguda. Fabuloso.
Sólo me anima saber que no soy la primera chica que se anima a invitar a salir a un chico.
—No, Lucy. Olvidate.
Ok, ahora sí me desanima.
Escucharle decir mi nombre termina por dejarme como si me hubiese dado una bofetada que en vez de producirme dolor, me genera un chispazo de energía.
—¿Co-cómo sa-bes m-mi nombre?—parpadeo una y mil veces, parece que me pesase medio kilogramo cada pestaña.
—Porque tú papá no hace más que hablar de vos cada puto día desde que llegó al pueblo.
—¡Ah! Pe...perdón, supongo.
—Me tenés harto desde antes de conocerte. Y ahora por tu culpa, me quedo sin trabajo para todo el verano.
—¿Es necesario que debas ser tan imbécil? Quizá por eso te estás quedando sin trabajo.
—Mi imbecilidad no cambia que me tengas harto—insiste.
—¡Pero recién te conozco!—me excuso—. ¡No tengo la culpa de lo que a vos te pase, enfermo!
—Claro que la tenés: acabás de dejarme sin trabajo, ¿entendés eso? Aparte, tu viejo me va a matar si nos encuentra hablando.
Se gira, pero me exaspero.
—¡Esperá!
Él resopla. Diablos, ¿cómo un chico lindo puede llegar a ser TAN ESTÚPIDO?
—Dejame...compensarlo—me excuso.
Él suelta una risita.
—¿Tenés trabajo para mí?—se vuelve sobre un hombro.
Trago saliva y pienso si pedirle que limpie mi pieza una vez por semana por veinte pesos ¿serviría a modo de trabajo? pero obtengo la respuesta demasiado rápido: no. Creo que sería una mala oferta laboral, además por su integridad física más íntima, no le conviene entrar a mi habitación.
—Quizá...—murmuro y se me ocurre una alternativa mucho más convincente—. Si querés, puedo convencer a papá de que no te eche.
—Basta, Lucy. Tu viejo es un cabeza dura. Cuando toma una decisión es imposible hacerle cambiar de opinión. Volveré a trabajar en el cementerio estatal. Nadie quiere ser sepulturero en un pueblo, hoy.
Lo que dice me da una punzada de horror. ¿Cuán dura ha de ser la vida de este chico como para tener que trabajar manteniendo el terreno de mi padre o cavando tumbas en el cementerio de un pueblo que tiene pocos habitantes? Papá vive en la periferia de Tandil y no precisamente llegando a Mar del Plata...
En este lugar parece que todo está abandonado.
—Lo digo en serio—insisto mientras siento que todo mi interior hierve al tiempo que veo los músculos de sus hombros marcarse por debajo de la musculosa—. Hablaré con papá para que te deje el trabajo. Pero mejorá tu actitud o fuiste.
Oscar se vuelve mirándome con una ceja levantada al igual que una sola comisura de sus labios en una media sonrisa.
—Creo que te gusta reírte de mí, princesita de mamá y papá.
¿En qué momento sucedió? Ahora mismo creo ver fuego en sus ojos que arden al igual que la temperatura.
Su cercanía me humedece aún más que las novelas de Harry y Louis.
—Tengo que escuchar historias fascinantes de tu viejo respecto de tu perfecta escuela, de tus perfectas notas, de tu perfecta madre, de tu perfecta casa de dos plantas en plena Ciudad Autónoma de Buenos Aires. No hago más que escuchar hablar de vos cada puto día de mi vida en lo que hace a este último año. Conozco más de vos de lo que te imaginás. ¿Y te creés que podrías hacer que no pierda mi laburo porque tu viejo piensa que soy un peligro para vos?
Está cerca.
Está demasiado cerca.
Hay casi medio metro de distancia entre los dos. Un cuarto. Nada. Su pecho roza el mío y mi respiración me tiene demasiado agitada.
—Lo que a vos te pase no es mi problema—le digo, tajante.
Él suelta una carcajada, me da la espalda y vuelve a la puerta diciendo a sus espaldas:
—Te espero esta noche en el ServiCompras. Si lográs hacer que tu viejo te deje ir sola hasta allá hoy a las diez, quizá te crea que pueda volver mañana. Si no, olvidame.
Y se va.
Mi corazón se detiene.
¿Acaso ha dicho que me espera...sola? ¿Esta noche?
Dios santo, este chico es imposible, me va a matar.
Literalmente: me odia y va a matarme.