Magia Divina

♠ 6. SIN LÍMITES ♠

A las diez menos cinco ya estoy emperifollada en la gasolinera.

Me meto una pastilla de menta a la boca y vuelvo a ver la hora en mi reloj pulsera. 21:56.

Todavía no puedo creer cómo me las arreglé con papá. Le he mentido. Y le mentiré a Oscar.

Con mamá eso ya no funciona. Si podés mentirle a tu mamá es porque no sos humano sino de una raza superior. No entiendo cómo lo hacen, pero ellas siempre descubren cuando les mentís o les ocultás algo. Cuando mi amigo Alec le dijo a su mamá a los quince que es gay, ella le contestó "lo sé desde que tenías tres años". Son algo así como brujas.

Por eso a mamá ya no puedo mentirle. Al principio creía que funcionaba pero no era así: siempre, de una u otra manera, me terminaba descubriendo. Por eso, cuando no funciona la mentira con mamá, intento con la persuasión y últimamente como la persuasión tampoco funciona, vamos a la negociación. Por ejemplo, el mes pasado, cuando no me dejaba salir con Joaquín, tuve que sacarme el haz de la manga:

—Mirá, mamá—le dije—. Si vos me dejás salir esta noche con Joaco, yo no le voy a decir a papá que te gastaste la última cuota alimentaria en vodka y cigarrillos.

—¿Qué decís?

—Sí, mamá. No sirve que tirés las botellas en la basura de los Güemes. Encontré los tickets de tus últimas visitas al supermercado mientras hurgaba en los bolsillos de tus sacos y en tu cartera.

—¿Qué hacés hurgando en mi...?

—No desvíes el tema. ¿Tenemos un trato?

Fue un poco cruel, pero su actitud de gastarse la cuota alimentaria que papá se desvive por ganarse, no es el mejor gesto de su parte.

—Por cierto—añadí esa noche antes de irme—. No te veo bien, mamá. Si tenés problemas con el alcohol, me lo podés decir... Podríamos beber juntas.

Y un bocinazo sonó fuera.

Desde esa noche, no me volvió a prohibir estar con Joaquín.

No me extraña que haya llegado a ese acuerdo con papá de venirme a pasar las vacaciones con él. "Vacaciones" son las que ella ha de haberse tomado de mí. Me la imagino gritándole al tubo del teléfono: "¡PONELE LÍMTES A TU HIJA, TE LA ENVÍO DOS MESES Y QUIERO QUE ME LA DEVOLVÁS DERECHITA!". Bueno, tampoco es cosa que me estoy inventando, alguna vez le escuché decirlo desde el otro lado de la puerta de su habitación.

Volviendo a Joaquín: es un chico de último año que juega para Los Jaguares y tiene los brazos más fuertes que conocí en mi vida. Quizás Oscar no sea tan grande como él, pero destaco que Joaquín es mucho más estúpido. Oscar me da mala espina, un poco de miedo y eso me fascina.

Son las diez y dos minutos. Dónde diablos se ha metido.

Camino de un lado a otro y me siento frente a una de las mesas que hay en la estación de servicio. Hace calor. En este lugar hace calor hasta de noche, por todos los cielos. ¿Se deberá a que es pleno enero?

Una mujer de rulos que mastica chicle al ritmo que mece sus caderas anchas, se me acerca sosteniendo una libretita y una lapicera.

—¿Qué vas a querer, ladroncita?—me pregunta.

¿Quizá lo dice por cómo estoy vestida? Camiseta blanca sin mangas y con escote, short de jean y medias de red rotas en varias partes. Algunos detalles de encaje gastado.

—Nada. Estoy esperando a alguien—le digo, examinando que el esmalte negro no se haya corrido.

Ella ojea la silla frente a la mía.

—Ya no va a venir quienquiera que estés esperando—señala—. ¿Vas a pedir algo o te vas?

Suspiro y la fulmino con la mirada. ¿Cómo se atreve a decirme que no va a...venir? ¿Acaso lo conoce?

—Bien. Diez minutos—dice Señora MasticaChiclesDeModoAsqueroso—. Si en diez minutos no llega, tendrás que desocupar la mesa.

—No hay nadie en toda la cuadra—le digo y es cierto: soy la única que está en este lugar de mala muerte—. ¿Dónde están las reglas que dicen que no puedo permanecer más de diez minutos aquí sin ordenar nada?

—Aquí.

Se señala la entrepierna y se va a la cocina.

Quedo horrorizada sin poder sacarme de la cabeza el gesto desagradable de esa señora. Y pensar en su horrible goma de mascar me produce incómodas arcadas.

Definitivamente la gente de pueblo no es lo que yo pensaba.

Afirmo mi frente en el ventanal del ServiCompras y miro al otro lado: el viejo pub que creía abandonado cuando llegué, tiene sus luces encendidas. Es sólo un letrero bordó que reza PUERTA ABIERTA y entorno los ojos buscando si Oscar quizá estará por ahí metido con alguna zorra.

En efecto, hay personas que entran y salen pero no encuentro mi objetivo.

—Diez minutos. Chau.

¿En qué momento se pasaron?

Miro mi reloj. 22:12.

—Diez minutos más—le pido a la MasticaChicles.

—Adiós.

¡Demonios!

Oscar me las va a pagar. O puede que toda la culpa sea mía por activar el Modo Insensata cada vez que me lo cruzo.

Cuando me pongo de pie, escucho la puerta del negocio abrirse y una voz ronca me atraviesa los oídos.

—Hola, bebé. Vámonos de aquí.

Es él.

Lo detesto.

 

 




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