Abro los ojos luego de una espantosa pesadilla.
Miro a mi alrededor y compruebo estar en el lugar correcto: es mi pieza. Me siento mareada, aturdida, molesta, asqueada y con un miedo tan intenso que podría romperle el alma a cualquiera.
Mi cabeza se ubica tratando de saber cuánto es dos más dos hasta que logro atar cabos.
Anoche.
El tipo.
El enfermo que mató…a la chica.
La serpiente de su boca.
El crujir de los huesos.
El reguero de sangre.
Oscar.
Oscar me sacó de ahí.
Mierda.
No puedo recordar más.
“¡Lucy, tenés que decirme si te hizo algo…!” Su voz resuena como un eco lejano. Estábamos en una habitación extraña dentro de la cueva. ¿Puerta qué? PUERTA ABIERTA. Sí. Ahí estábamos. Pero Oscar me apartó, me hizo algunas preguntas inconexas.
Trato de recordar algo más y me duele la cabeza terriblemente.
No estábamos solos.
La chica.
La cantinera del pub se apareció y puso su mano en mis ojos. ¿Milena? Sí, ella. Me dijo “No tendrías que haberte mojado”. ¿Fue eso? No, no, ahora recuerdo mejor: “No tendrías que haberte alejado”. Exacto. Y me alejé. Carajo.
Me cubrió los ojos hasta que todo se volvió negro y no recuerdo más.
Se volvió todo negro de modo extrañamente espeso.
Tengo que buscar a Oscar.
Me siento de sopetón y me doy un golpe contra el tejado. He olvidado que mi ático-habitación está justo debajo del declive. Con el dolor en mi frente me apresuro en ir hasta la pequeña ventana redonda y corro la cortina color púrpura para mirar afuera. La puerta del granero está cerrada. Mierda.
Capto que estoy sudando la gota gorda cuando me pongo de pie. Necesito una ducha urgente, en este lugar hace más calor que en el infierno.
Salgo a grandes trompicones hasta la puerta en busca de mi padre para reclamarle saber dónde vive Oscar. Necesito hablar con él. Que me dé explicaciones. Que me explique por qué me trató como una zorra y luego me apartó de Maxi para terminar dejándome durmiendo en mi cama. Si es que él hizo eso.
Bajo las escaleras con miedo y percibo el olor a tocino. Papá ya se ha levantado.
Ando hasta la cocina y lo miro completamente despreocupado preparando café.
—Buen día, cariño—me mira sonriendo—. Espero que hayas podido descansar pese al…calor. ¿Funciona tu aire acondicionado?
Miro mi pijama. ¿En qué momento pude haberme puesto el pijama anoche por mis propios medios? Mierda, si es que algo de todo lo que ocurrió fue real o fue un sueño, cómo rayos me puse el pijama y no lo recuerdo.
Además me desperté sudando como nunca.
—Sí, funciona…creo. Papá, ¿estuvo todo bien anoche?
Él frunce el entrecejo.
—Supongo que sí, cariño. ¿Por qué lo preguntás? ¿Te duele la cabeza o siguen siendo “Las cosas de mujeres”?
—Ejem…Ambas. ¿Podrías decirme qué hora es?
—Las siete treinta.
Ni siquiera sé a qué hora vine anoche. ¿Sería muy descabellado sacar a Oscar de su cama y exigirle que me cuente qué diablos ocurrió anoche en PUERTA ABERTA y por qué tuvo que comportarse de esa manera conmigo? Además, ¡cómo demonios sucedió todo con ese tal Maxi y la chica a la que descuartizó! Si es que descuartizar sería la palabra indicada. ¿La succionó? Sí. Puede que también sea. La succionó, la vació, la destruyó desde adentro.
Fue mucho peor que una violación.
Pero ¿habrá tenido algo mi bebida? Sólo recuerdo haberme acercado la cerveza negra a la nariz, no tragué nada, no entiendo cómo podría haber alucinado al sujeto con la serpiente en su boca, además el crujir de huesos fue tan real, el miedo fue tan real, su cuello ensanchándose y tragando fue tan real.
Al igual que Oscar.
—Papá—insisto—. Sé que te molesta que lo pregunte pero ¿podrías decirme dónde puedo encontrar a Oscar?
Él levanta una ceja y me observa con cierta sospecha.
—¿Y eso por qué sería de tu…interés? En verdad no lo es, así que te pido que reformulés tu pregunta.
—Papá—le ruego—. Es importante. Necesito hablar sobre algo con él.
Él entorna los ojos.
—¡Apenas ayer le viste pasar de reojo y ahora tenés que hablar algo importante con él! ¿Hay algo de lo que tenga que enterarme, Lucy?
—Sólo…—resoplo y me doy la vuelta dándole la espalda.
Ahora recuerdo por qué es que casi no hablo con papá.
Ando hasta llegar a las escaleras en el esfuerzo de ignorarlo, pero me detiene al decir en un tono más alto:
—Está afuera. He decidido que conserve el trabajo.