Es gorda, gruesa, grande, con una cabeza dura que se mueve con habilidad.
Lo que tiene de majestuosa lo tiene también de horrible: poco conozco de serpientes y ésta tiene escamas doradas, más un diámetro tal que a mi cabeza se la engulliría de un bocado. Para peor de males, la apariencia de la criatura es como la que salió del interior de Maxi.
Doy un paso atrás de modo silencioso, lo cual resulta inútil. El animal se percata de mí en cuanto abro la puerta, se gira y clava el punto medio de sus ojos bestiales en mi presencia como si fuese una intrusa en un cuarto ajeno.
—Di…Disculpa…—murmuro e intento dar otro paso hacia atrás pero la cola del animal se empieza a desenroscar. Está preparado para atacar. Saltará en cualquier momento.
—No quería molest…—continúo. Y no sé por qué motivo se supone que deba estar dándole explicaciones a una serpiente que se ha metido en mi habitación. Ella es la intrusa aquí. Pero la amenazada soy yo.
Y no sólo eso.
Mientras más la observo, más me puedo convencer de que es idéntica a la que salió de la garganta de Max y engulló a la chica desde adentro dejándola hecha un saco de piel y huesos.
La serpiente se sigue desenroscando y retrocedo, pero me encuentro con uno de los muebles y trastabillo.
Grito.
La cola se termina de desenroscar…
…y la serpiente salta.