Magia Divina

♠ 12. APETITO ♠

Drogada ni qué mierda. Imbécil Oscar e imbécil todo lo que tiene que ver con él.

Ya ha pasado algún tiempo de aquel inconveniente…

La noche que tuve la visita inesperada de la serpiente, le pedí a papá que tapee la improvisación de ventana con tablas. Lo hizo pero aun así no terminé de sentirme segura. Cuando llegué, la ventana estaba intacta, es obvio que semejante animal entró por la puerta, subió las escaleras y se filtró en mi habitación. ¿Casualidad? No seré yo quien crea eso.

Han pasado dos noches desde aquella ocasión.

Es tarde y ha refrescado. Me meto en la estación de servicio enfundada en una chaqueta negra de cuero con capucha puesta y me siento en la mesa que mejor vista me da al viejo pub PUERTA ABIERTA.

Cuando me recibe la asquerosa MasticaChicles, tira uno de sus triunfales comentarios de bienvenida:

—Si otra vez me hacés perder el tiempo, no vas a poder volver a entrar…

—Una hamburguesa.

—…aquí.

—Con una lata de Coca-Cola. Y una porción chica de Nuggets.

—¿Nuggets? ¿Te creés que somos McDonalds?

—¿No tienen Nuggets?

—Pollo frito, si querés.

—Asco. Sólo la hamburguesa y el refresco.

—Dios, quién entiende a estos pibes.

La mujer se retira y no la miro ni una sola vez. Mi mirada está clavada al vidrio, observando a cada una de las personas que ingresan en PUERTA ABIERTA.

Con la capucha y mi cabello en el rostro sería imposible que me reconozcan cualquiera de ellos.

Esta vez, para salir, he usado la misma excusa que la vez pasada con papá, pero en esta ocasión me costó un poco más sacarme de encima su preocupación de “¿Cosas de chicas, cielo? Si querés podemos consultar un especialista” “No pasa nada, papá. ¡Buenas noches! Ay, me duele. ¡Qué descanses!”

Y aguardar a que hagan efectos las pastillas que le metí en la cerveza para acelerar las cosas.

Yo sabía que algún día me servirían algunos de los incontables frascos de pastillas que se toma mamá y alguna vez le supe robar.

Además, con la dosis que le di a papá, alcanza para que descanse como un tronco durante ocho horas de un solo tirón.

Dos mastodontes salen de PUERTA ABIERTA.

Son los guardias que vi la vez pasada. Si es que guardia podría ser la palabra adecuada; estos dan mucho miedo, hay guardias que al menos intentan ser sexys con sus brazos anchos, tribales tatuados y cuellos enormes. Éstos, en cambio, infringen miedo y rechazo, quieren obligarte a alejarte de ese lugar.

Algunas personas llegan de manera esporádica.

El cielo se va oscureciendo de a poco, con las nubes cubriendo los últimos rayos de sol en forma circular. Desde la YPF se visualiza una enorme cruz de piedra a lo lejos en el Monte Calvario.

Dos mujeres son las primeras en entrar al pub. Una de aproximadamente cuarenta años con su cabello rapado al ras excepto por una trenza rojiza que le cae desde la parte de atrás; me deja asombrada verle un aro expansor ¡en una mejilla! El hueco que deja ver sus dientes le sienta horrible, sin embargo intento que no me afecte en absoluto. Si quiero hacer esto, será mejor no volverme a dejar llevar por el miedo, debo aprender a controlarlo.

Reviso mi celular y está al tope de batería. Perfecto. No tendrá señal, pero sigue teniendo una cámara de excelente definición. Esta noche debo llevarme pruebas de ese lugar de mala muerte.

La otra mujer tiene cabello negro hasta los hombros, viste ropa haraposa y rota, lleva puestos piercings en las orejas sin llegar a dar una impresión tan terrorífica como su acompañante. Luego aparece una chica, la de cresta que me encontré la primera vez que fui. Se queda conversando con los mastodontes. Ríen y sacan algo para fumar, deduzco que es marihuana. Luego llegan tres personas más, hombres, y dos más, y dos mujeres más, y tres más, y cinco más, todos con aspecto similar: cabellos con cortes extraños, ropa oscura o roja al extremo, extravagante, con aretes en zonas impensadas, tatuajes, uno de los tipos es pelado con toda la cabeza tatuada; aparecen dos más y tres. Les tomo fotos, a todos los que puedo. Sí, vos, movete un poquito a la derecha, eso es, eso, no idiota, a la derecha dije, en fin, tomo las fotos que puedo hasta que aparece un auto del cual desciende una persona que reconozco de inmediato. Baja del asiento de acompañante. Su cabello negro, su piel bronceada y esos penetrantes ojos verdes resultan inconfundibles. Oscar. Viste pantalones de jean color gris óxido, remera negra mangas cortas con algunos agujeros en la tela pero parece no importarle: le sientan bastante bien. También me percato de sus zapatos negros informales y gastados. Es hermoso. Pero mi mundo se quiebra en mil pedazos al descubrir que quien conduce el auto del cual acaba de bajar mi chico, digo, el idiota, es una mujer preciosa, rubia, de una edad similar a la de él, que se encuentra fumando mientras conduce, su mano con el cigarro sale del lado que tiene la ventanilla baja. Su semblante da miedo, tiene los ojos pintados con un negro demasiado intenso y los labios del mismo color. Dará miedo pero eso no impide que la odie con todo mi ser.

Oscar entra y retengo un impulso de querer salir tras él. Ello implicaría repetir la misma puta historia.

No pasa mucho tiempo hasta que un montón de motocicletas rodean el bar y se detienen en alguna parte de atrás. Tendrá cochera, parece. Entonces, se vuelven todos y una figura se recorta entre todos ellos.

Lleva una cazadora negra que le llega hasta los tobillos, camisa roja, pantalón negro, gafas negras, ¡es él, maldita sea, es ÉL! ¡MAXI! ¡Lo sabía, no estoy loca, lo sabía!

De pronto me pongo de pie y me cruzo frente a frente con la detestable mesera a quien estoy a punto de tirarle por los aires su hamburguesa y el refresco.

—¡HEY!—me grita.

Por un momento había olvidado el pedido.

Busco un manojo de billetes de mi bolsillo y le dejo al menos el doble de lo que vale su comida, sobre una de las mesas.




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