Magia Divina

♠ 13. LA FIESTA ♠

OSCAR

 

La fiesta empieza.

Cuando atravieso la puerta de entrada, alguien pone sus pies delante de mí y se cierra de brazos mirándome con semblante de pocos amigos.

—Se te termina el plazo, Oscar. Tenés que pagar lo que debés.

Lo miro con un refilón de odio y lo intento pasar de costado; él me bloquea el camino.

—Está bien, Kevin, te voy a pagar, pero no será hoy. Todavía no se vence el plazo.

—Tenés hasta el próximo…

—Sexto día. Ya lo sé. Ahora, ¿me dejás…?—señalo el resto del lugar y el idiota no se mueve. Lo rodeo y me mezclo entre la gente.

Kevin es El Cobrador. En PUERTA ABIERTA, Kevin hace bien su trabajo. Anda por todo Tandil cobrando por las malas. Lo mandan a pedir lo que corresponde con sus deudores. Es algo así como la sombra de aquellos que deben, hasta que llega el momento de cruzar el anonimato y hacerle saber al deudor que el tiempo se le termina. Si es necesario, alguna vez ha aplastado una cabeza. En mi caso, no le temo a él ni a quien lo envía sino en no poder enviarle el dinero ya que otros lo están necesitando más…

Y no tengo lo suficiente para poder pagarle, carajo. Para colmo, esa niña princesita de papá casi me deja sin laburo y necesito el dinero ahora más que nunca. Y se piensa que me lo gasto en tragos…

Apenas sabe de Mile pero algo que no está al tanto es que ella pertenece a mi bando, administra la barra y es una de las dueñas del bar. Lo que significa tragos gratis de por vida. Pero no es este el punto: si frecuento Open Door es porque no tengo otro lugar donde ir. Y más allá de ser un punto donde encuentro a gente desagradable, también es donde vienen mis amigos (los pocos a quienes podría considerar en tanto “amigos”).

Cuando me siento en una de las sillas, Mile repara en mi presencia y se acerca.

—¿Otra vez Kev?—pregunta echando un vistazo por encima de mi hombro izquierdo.

Toma una copa y sirve desde una de las canillas un chorro de cerveza negra. Lo único que suelo beber cada vez que vengo a este lugar.

Observo en dirección donde Mile lo hizo antes y me encuentro a Kaneki sobre uno de los juegos de living rojos que hay para la gente “importante” de PUERTA ABIERTA. Su cabello negro aplastado reluce de gomina aún en la oscuridad y su traje negro da la impresión de que va así a todas partes. Kaneki es uno de los “prestamistas” en PUERTA ABIERTA pero también cumple con otros rubros más por fuera del bar. Kevin seguramente recibirá una comisión de lo que yo deba pagarle al inútil de su jefe que lo único que sabe hacer es heredar negocios de su padre que vive en Hong Kong y despilfarrar, como por ejemplo, con las prostitutas que tiene ahora mismo a su alrededor y arriba de la mesa baja que yace delante de él.

—Otra vez él—le digo y me vuelvo a mi amiga. Observo el líquido espumoso con olor a café y cebada. Ojalá todo fuese tan sencillo como enviarle un mensaje a tu padre y pedirle que se encargue de quitarte de encima todas las preocupaciones, tan sólo en lo que dura un chasquido de dedos.

—¿Hasta cuándo vas a seguir debiendo dinero, Oscar?—me pregunta Mile y otro tipo se sienta a mi lado. Lo conozco, aunque no suelo conversar con él, sí viene seguido al bar.

—Creo que de por vida—le respondo—. Mi familia en el Norte no tiene un peso partido al medio y yo soy quien debe enviarles todo lo que puedo recaudar.

—¿Tu familia?—se vuelve Mile con reprobación.

—Sí—le digo desafiante—. Mi familia.

Se encoje de hombros y me deja un plato con maní. Luego se pone del lado opuesto al otro cliente y me pregunta desde cerca.

—Por cierto… ¿qué has sabido de la niña?

—Ninguna niña. Tiene dieciocho años muy bien cumplidos con su CI acorde a su edad, súper estimulada cognitivamente y con un porvenir excelente. Ah, y fue aceptada en una de las Universidades más importantes del condado.

—Oscar… Sabés a qué me refiero. Por respuestas como esas es que vas a seguir debiendo dinero toda la vida.

—No tiene que ver.

—Kaneki acrecienta tu deuda si lo mirás mal o si demorás un segundo en pagar. Lo sabes.

—Pero Lucy no tiene que ver con Kaneki. Nunca debería tener que ver con él.

Mile me mira, escrupulosa.

—¿Por qué? Es asunto de Lucy si se mete en estas cosas o si la matan. Ya suficiente nos jugamos el pellejo apartándola de…

Me aclaro la garganta para detenerla y que no lo diga en voz alta.

Maxi anda cerca. Siempre está cerca.

Luego de un incómodo silencio, Mile me pregunta:

—¿Se acuerda de algo?

Sacudo la cabeza. Creo que hice un buen esfuerzo al hacerle creer que todo fue producción de esa cabecita suya y que no debería volver a acerarse al bar. Después de todo, no me ha vuelto a hablar desde que se llevó el susto de la serpiente en su habitación.

—Evidentemente no sabe nada—le contesto—. Sólo tiene imágenes borrosas y me encargo de que ponga en duda su cordura. A decir verdad, lo estoy haciendo bien.

—Eso es cruel—Mile vuelve a las copas dedicándome una sonrisa de complicidad—y está bien.

—Se me pegó al comienzo como suponía que iba a ser pero te aseguro que no volverá a acercar su nariz a este lugar. Nunca más, ya verás.

 




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