—¿Segura no querés sacarte la ropa?—murmura. Con llevar la chaqueta de cuero en mis manos es suficiente.
—No, gracias.
—Se te secará más rápido si la dejás.
—No—reafirmo mi posición.
—Como digás.
Andamos por un sendero que marcan los árboles. El Monte Calvario se ve un poco más cerca que antes.
Él va con ventaja: haberse quitado la ropa antes de meterse al río es beneficioso para que en este instante lleve una linda remera negra, jeans y zapatos secos.
En mi caso, si me mojé fue para salvarlo porque se supone que estaba en peligro y al final todo era una broma. No sé ni por qué gasté un poquito de energía en semejante estupidez. A la próxima no me importa que lo rodeen veinte caimanes a la vez, no seré yo quien acuda para intentar cubrirle ese lindo pellejo.
—Entonces, ¿tenemos que buscar a un amigo tuyo para que me esconda? —le repito lo que me acaba de indicar pero utilizo un tono de burla.
—Exacto. ¿Qué te divierte?
—Lo loco que estás, Oscar. Olvidate si creés que voy a ir a cualquier lugar con vos que no sea la casa de mi padre.
—No podés volver con él.
—¿Por?
—Porque lo matarían. Y de paso te matarían a vos.
Lo miro, absorta.
¿Quiénes? ¿Las serpientes?
—No entiendo—le digo poniendo en duda nuevamente cada una de mis percepciones.
—Ellos. Maxi. Kaneki. Su grupo. Te matarían a vos y a tu viejo. Y no estoy dispuesto a salvarte una vez más.
—¡¿Qué?! ¿Salvarme? Vos no has hecho otra cosa más que ponerme en peligro.
—Nunca te puse un cuchillo en las costillas y te obligué ir al bar.
—No, pero anoche podía defenderme solita hasta que te apareciste y lo echaste a perder todo.
—Definitivamente no podías.
—¿Por qué?
Oscar me dirige una mirada sombría.
—Porque de haberlo hecho, hoy serías comida para serpientes.
Llevamos más de una hora andando en mitad de la nada. No podemos ir a la orilla de la carretera porque nos verían, no podemos volver al pueblo porque nos verían, no podemos volver al bar porque nos verían, entonces ¿qué se supone que haremos?
—Llevame a casa de mi madre—le exijo.
—Imposible.
—¿Por qué?
—No tengo coche.
—Entonces pagaré un micro.
—No podés.
—¿Por qué?
—Porque sería necesario ir a la estación y eso queda en el pueblo. Nos…
—Ah, dejame adivinar: nos verían.
—Aprendés rápido.
Me guiña un ojo y suelto un bufido.
Ya estoy seca, casi por completo. Al menos ir mojada hace que la caminata se vuelva más soportable teniendo en cuenta el calor infernal de este lugar de mierda.
—¿Quién te hizo eso?—le pregunto, tratando de darle un poco de conversación.
—¿El qué?
—Tu espalda. Las cicatrices.
Oscar se pone tenso y noto el modo en que se marcan los músculos de su mandíbula.
—No creo que estés lista para saber eso—contesta mirándome de reojo.
—Después de la vida que tengo, estoy lista para saber cualquier cosa.
—¿Cómo podrías decir eso si llevás una vida perfecta?
—Nunca te equivocás más que me incriminás de esa manera—le suelto con gusto de querérselo aclarar hace tiempo.
—Para colmo lo negás—ríe sin gracia—. Tú viejo me cuenta más de vos de lo que te podés imaginar.
—No creás en todo lo que escuchás.
—Y vos deberías creer más en lo que ves.
Le echo un vistazo con consternación y me responde guiñando un ojo.
—¡¿Entonces…?!
Sé a qué se refiere. Lo sé. No estaba loca, santo cielo ¡no lo estaba!
—¡Maxi en verdad hizo… eso a la chica! —le suelto con cierta culpa de estar en lo cierto. Lo que vi fue espantoso.
—Lamentablemente, sí. Pero no es extraño en ese ambiente.
—Oh, claro, en ese ambiente está de moda tragarse una serpiente.
—Claro que no es moda. Ves: no lo entenderías. No estás lista para que responda a tus preguntas, Lucy.
—¿Entonces no me vas a decir de qué son esas seis cicatrices?
—¿Las contaste?
—Ejem…sí—asimilo con vergüenza.
—Wao, en verdad me estás acosando.
—Hey—le doy un codazo.
—Al menos—le pido entre titubeos—, ¿podrías explicarme quién es esa tal Elena? ¿O qué le debés a Kaneki? ¿Por qué se odian? ¿Qué sucedió luego de que Male me escondiese? ¿Por qué se supone que debería esconderme ahora?
—No puedo resp…
—Oscar, basta. Dame una maldita respuesta, por favor.
Él suelta un soplido largo pero lo deja estar:
—Qué mierda, si ya todo se fue al carajo. Se ha roto.
—¿Qué cosa?
—El pacto. El tratado de paz. Está roto.
—¿A qué te referís con eso?
Oscar se hace crujir los huesos de los dedos y dice:
—Aún queda una hora para llegar a un lugar seguro y sería conveniente que algo sepás. Decime, ¿cuánto has leído de la biblia?
—¿Eh?
—¿Leíste el Apocalipsis?