Felix se encontraba en el muelle San Ignacio de la ciudad del Lirio, viendo tranquilamente las olas del mar. Llevaba ahí más de tres horas en espera de su padre, quien le había prometido que llegaría ese día. Aun no llegaba y no había señal de que lo hiciera pronto.
En cierto modo, se había acostumbrado a que su padre llegara más tarde o el día siguiente, o incluso que nunca lo hiciera. .
Felix estaba cansado del comportamiento de su padre, lo amaba, pero estaba cansado de él. Parecía que nunca quería verlo, poniendo cualquier excusa para retrasar sus visitas. Al menos, su padre pensaba en él, mandando cartas y algunos regalos de distintas partes del mundo.
—Felix… — Escuchó la voz de su madre, Marina, acercarse. El ni se inmutó, siguió viendo al horizonte en espera de ver algo. Cualquier señal, algo — Ya está oscureciendo, ¿No crees que deberías volver?
Felix pestañeó rápidamente intentando ahuyentar las lágrimas que se estaban formando y negó rápidamente con cabeza.
—Él prometió que llegaría hoy — Sollozó Felix.
Su madre se sentó a su lado, lo rodeó con un brazo y le dio un beso en la frente.
—Ya sabes como es él. Siempre tan ocupado viajando por ahí — Suspiró Marina.
Felix se quedó viendo al horizonte. El Sol ya se estaba poniendo, llenando el cielo de hermosos colores. Así duraron unos cuantos minutos, disfrutando de la compañía del otro.
Ambos se levantaron listos para volver a su departamento. Felix divisó algo en el horizonte. Una figura de un pequeño barco. ¿No podía ser su padre? ¿O si?
Entrecerró los ojos en espera de ver con más detalle pero la oscuridad no se lo permitía.
Conforme se fue acercando pudo distinguir más los detalles. Las velas rojas con figuras de dragones dorados grabadas, en cierto modo, le recordaba a un barco pirata. E incluso logró distinguir la figura de un hombre alto y fornido.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo ver que efectivamente era su padre. Quien lo saludaba a los lejos con una gran sonrisa.
Felix regresó el saludo con gran emoción.
Felix y Marina esperó en el muelle un par de minutos en lo que su padre terminaba de llegar.
El barco se acercó cuidadosamente a la plataforma de madera y el padre de Felix con una soga, y un poco de magia, ató al barco para que no se alejara.
Oscar bajó del barco con un salto.
Oscar era un hombre bastante imponente, lo que más destacaba eran sus ojos rojos escarlata que parecían brillar en la oscuridad. Lo que más podía aterrorizar era su rostro, marcado por una mancha negra que le cubría casi la mitad del rostro, una marca de magia negra.
Oscar extendió sus brazos para abrazar a su único hijo.
—Hola, pequeño dragón. ¡Mira cuanto has crecido! ¡Ya casi me alcanzas! — Loó Oscar mientras revolvía el cabello dorado de Felix. — ¿Ya estás estudiando con mi hermanito, no?
Antes de que Felix pudiera decir algo, Marina habló.
—Lo sabrías si estuvieras aquí — Reprochó Marina.
El aire se tensó. Para Felix no era sorpresa que sus padres no se llevaban para nada bien, y parecía que con cada visita Marina odiaba más a Oscar.
Oscar tosio un poco tratando de alivianar un poco el ambiente.
— Bueno… creo que es un poco tarde — Dijo Oscar mientras fingía ver un reloj en un su muñeca — Será mejor que regresemos a casa—
Oscar regresó rápidamente a su barco por sus maletas y colocó un hechizo de protección al barco para que nadie intente robarlo.
Los tres caminaron por las solitarias calles de la ciudad, que solo eran iluminadas por las lámparas. Por esas zonas la gente no era muy activa de noche, y menos en verano. Era más común que los magos se reunieran en el centro cultural, en el corazón de la ciudad. Félix lo prefiere así, sin estar en un lugar abarrotado de gente donde apenas si podías caminar.
En el camino, Felix le contó todo a su padre de lo que había hecho en las últimas semanas. Todos los hechizos nuevos que aprendió, lo mucho que exploró Valparaíso y como se llevaba con sus nuevos amigos.
Oscar lo escuchaba con atención. En cierto modo, lo ponía feliz ver como su hijo estaba tan emocionado y tener ganas de aprender más.
Llegaron a La villa Falcao, un conjunto residencial que se encontraba cerca de la costa de la ciudad.
Marina y Felix vivían en el edificio 4, en el tercer piso.
El departamento era pequeño, decorado con plantas y flores. Con muebles de madera desgastados.
— Puedes dejar tus cosas en la sala — Indicó Marina a Oscar— Y como siempre, dormirás en el sillón — Dijo Marina con una sonrisa un tanto macabra.
Un escalofrío recorrió la espalda de Oscar. Hizo caso a lo que le dijo Marina, puso su maleta en una esquina de la sala donde no estorben mucho.