Conocía el lugar.
O al menos creía haber visto esos sauces llorones en algún momento de mi vida. Aunque una parte de mí sabía que nunca antes había pisado este sitio.
Entonces, ¿cómo explicaba el hecho de que mi cerebro supiera cuantos pasos entre las penumbras silenciosas del llanto de estas ramas caídas debía dar para llegar al rudimental sendero de piedras que llevaba a la glorieta más allá? Quince desde donde me encontraba ahora. No sabía cómo podía identificar, incluso en la profunda noche esos detalles, pero contra toda duda, llegué al sendero luego de los quince pasos a tientas.
Algo dominaba mi cuerpo mientras recorría el sendero, sabiendo cual era mi destino, incluso si nunca antes lo había visto. Allí, a un par de metros se alzaba la sencilla glorieta de madera blanca, secretamente custodiada por los sauces que ofrecían protección de cualquier ojo curioso; lo sabía incluso si nunca antes la había visitado.
Mis pies descalzos se estremecían en contacto con la fría piedra, pero no había bordes afilados que fueran peligrosos; también sabía esto. No me molesté en mirar mi camino, no cuando la glorieta consumía cualquier otro pensamiento que pudiera tener. Tenía que llegar a ella, no sabía el porqué.
Sentí el primer peldaño cuando una luz se filtró entre las tristes sombras, y lo iluminó. Estuvo ahí todo el tiempo, en medio de la vieja construcción, observándome mientras avanzaba confundida a su encuentro.
Me estaba esperando.
Su cabello era tan oscuro que se confundía con la propia oscuridad, como si ésta última escapara de él. Sus ojos negros se encontraron con los míos, una familiaridad tardía detrás de ellos, como si supiera que vendría, como si lo hubiera hecho tantas veces en el pasado.
Noté vagamente que vestía un traje negro y pensé cuál sería la ocasión, entonces mis ojos se dirigieron al vestido dorado casi transparente que jamás había visto en mi vida, pero que ahora me envolvía; la tela tan suave que no pude identificar el material; mi pecho se agitó cuando esos ojos de carbón ardiente comprobaron mi cuerpo, una suave caricia fantasmal recorriéndome.
Llegué a su lado y su mirada subió todo el camino hasta encontrarse nuevamente con mis ojos, entonces algo detrás de mí llamó su atención; curiosa me giré y el aliento se atascó en mi garganta.
Allí, en el sendero que momentos antes había recorrido, ahora descansaban cientos de pétalos de rosas. Pétalos rojos. Un río de sangre que desembocaba en la glorieta, a nuestros pies.
Lo volví a mirar y la suave curva de su boca insinuó una sonrisa secreta, una parte de mí sabía que esas sonrisas podían destruir mi mundo. La confianza detrás de esos ojos me dijo que él también conocía el poder que poseía.
—¿Cuánto tiempo llevas esperándome?
Porque lo sabía, él me estuvo esperando. Estaba aquí por mí, ¿eso significaba que yo estaba aquí por él?
—No el suficiente, aún.
Esa sonrisa terminó de formarse, tan oscura y siniestra como él. Llena de secretos.
Con esas palabras extendiéndose como un eco infinito, mi sueño se desvaneció.
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Editado: 28.01.2022