Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 2

Si alguien más me notó como la chica nueva, además de la bibliotecaria al darme mis libros y un horario, lo disimularon muy bien.

Pasé desapercibida a través de mis primeras clases, los profesores apenas dándome una mirada antes de comenzar el tema del día como si no mereciera palabras de recibimiento más allá del asentimiento en saludo por parte de ellos.

No es que me quejara, me encantaba la idea de ser tan sólo un fantasma.

Aunque la mañana había disfrutado esta falta de reconocimiento, ahora me enfrentaba a un nuevo territorio, uno en el que podría verme en desventaja al no tomarme el trabajo de saludar a alguien, o pedir un lápiz.

El almuerzo.

Me detuve a un costado del gran recinto, mientras todos estaban repartiéndose en grupos pequeños sobre las mesas como si hubiesen sido catalogados con anterioridad; en los últimos días de mi anterior escuela no había tenido estómago para unirme a nadie para almorzar, por lo que había huido a alguna sombra de algún árbol y había ignorado a todos, o lo había intentado. Coven Hills no ofrecía esa hospitalidad, sólo esta mañana había amanecido con los ruidos de la lluvia fuera de mi ventana, mi mirada se perdió en las puertas que daban al exterior, las gotas sobre la superficie de vidrio jugándose una carrera por quien alcanzaba el suelo primero. No habría refugio bajo un árbol para mí aquí.

—Oye, ¿quieres unirte a nosotras?

La voz ronca me saca de mis pensamientos, busco con la mirada a la dueña de esa rica voz, con la esperanza de que se esté dirigiendo a mí.

Tres pares de ojos me devuelven la mirada.

Sólo para estar segura miro sobre mi hombro, pero allí sólo hay pared. Vuelvo a girarme y las encuentro sonriéndome cómo si supiera que me estaba asegurando.

—Claro, me gustaría, gracias.

La que habló, una chica de piel y cabellos oscuros, mordió una fritura entre sus labios pintados en un violeta intenso. Me deslicé en el asiento vacío a su lado, captando un aroma a flores y miel que no parecía para nada encajar con su estilo; pero quién era yo para opinar.

Del otro lado de la angosta mesa, una rubia hermosa con su cabello pulcramente apartado hacia atrás con una diadema blanca me brindó una suave sonrisita de bienvenida, antes de volver a contemplar su ensalada, que sabía que no había conseguido en el limitado menú de la cafetería; a su lado los rizos cortos de su amiga se movieron cuando inclinó su cabeza en saludo antes de devorar su… ¿cereal?

Bueno entonces.

Supongo que sería la primera en hablar.

—Soy Maine.

Las tres dejaron de comer para observarme.

—Oh, por supuesto, lo siento. Lo olvidamos, es extraño tener a alguien nuevo en este lugar. Soy Cassie —dijo la rubia, sus amigas siguieron comiendo, observándonos entretenidas —y estas son Mab, —la morena asintió guiñándome un ojo —y Mor.

Miré a la de corta melena, sus ojos grises me devolvieron la mirada. No preguntes, no preguntes.

—Es por Morrison, pero nadie tiene permitido llamarme así. —Explicó mientras me llevaba otra cuchara llena de cereales de colores a su boca.

Asentí rápidamente, aceptando los términos y condiciones a cambio de tener un asiento a la hora de almorzar.

—Entonces, eres de California, ¿verdad?

Cassie preguntó amablemente, aunque sabía que ya conocían la respuesta, no dudaba que, aunque me hubiesen ignorado toda la mañana, todos en la escuela sabían quién era. Ellas lo habían confirmado al afirmar que no había muchos cambios en este lugar. Le seguí la corriente.

—Santa Bárbara, vine a quedarme con mi hermana un tiempo.

Todas compartieron una mirada secreta, Mor incluso sonrió socarronamente contra su cuchara.

—¿La conocen? —pregunté, estudiando sus expresiones.

—Oh, sí. Es un pueblo pequeño, aquí todos conocen a todos, me temo.

Asentí como si eso explicara esa mirada que habían compartido, pensé en investigar la razón después, cuando pudiera ser más discreta.

—Me gusta tu cabello.

Miré a Mab, su mirada acariciando las mechas azules que había domado en una trenza para no lidiar con las secuelas de la humedad.

—Me gusta tu maquillaje —ofrecí antes de beber un trago de mi refresco. Además de los labios pintados en un violeta eléctrico, los ojos tenían un elaborado diseño de enredaderas brillantes que pasaban desapercibidas a la distancia, pero que de cerca notaba con claridad.

La sonrisa que recibí me confirmó que había dicho lo correcto.

—Gracias. Una chica necesita su armadura, ¿no?

Su mirada volvió a dirigirse a mi cabello como si hiciera su punto, como si reconociera en mí a una igual. No añadí nada más, concentrándome en devorar mi sándwich.

—¿Por qué Nathan Keller te está mirando?

Levanté mi mirada del seco sándwich, renunciando a él; mañana traería mi propio almuerzo, decidí.

Todas me estaban mirando fijamente. Me retorcí bajo su escrutinio antes de preguntar.




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