Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 3

No vendría.

Observé el último coche abandonar el estacionamiento, maldiciéndome por haber rechazado el aventón de Mab luego de informarme que el autobús no me llevaría ni siquiera cerca de casa, al parecer sólo recorría la única carretera principal y daba por terminado el trabajo.

Observé el aguacero que había comenzado en sintonía con mi última clase y me pregunté qué tan rápido podría correr hasta el próximo refugio contra el clima; quizás pudiera llegar a casa protegiéndome en los escaparates de las tiendas o algo así. Iba a comenzar la carrera, haciendo una mueca por mis libros escondidos en mi mochila, cuando un jeep se detuvo junto a mí.

La ventana del acompañante bajó y Nathan Keller me sonrió, su mirada permaneciendo en mi cabello mojado que no quería imaginar cómo se veía en este punto.

—Hola ahí.

La gruesa voz divertida envió escalofríos a través de mí, culparía a la ropa mojada si me preguntara alguien más.

—Parece que nos encontramos con una ratoncita empapada, ¿no, Nic?

Mis ojos se dirigieron al conductor, pero Nic Keller sólo ignoró la burla de Nathan mientras sus manos se apretaban en el volante; no se dignó a mirarme. Bien.

—¿Dónde están mis modales? Maine, ¿puedo llamarte Maine? Soy Nathan Keller, pero asumo que ya sabes eso.

Mi mirada aburrida fue la única respuesta que recibió, la sonrisa haciéndose más grande como si aprobara mi comportamiento rebelde. No me importaba.

O eso me decía mientras intentaba no retorcerme bajo su escrutinio.

—Y este cascarrabias es mi hermano, el menos apuesto, claro; Nicholas. Puedes llamarle Nic.

Silencio.

—No entiendo por qué los llamaría de algún modo, a cualquiera de los dos.

Bien, sé una perra desde el comienzo y te dejaran en paz. Ahora, apártense de mi camino.

La risa sorprendida de Nathan hizo que la fachada de su hermano se deslizara el tiempo suficiente para dirigirle una mirada de reproche; aún sin dignarse a reconocer mi presencia.

—¿Terminaste? Netta nos espera.

¿Netta? Casi pregunto, pero me detuve al recordar que no era mi maldito problema.

Nathan me guiñó como si supiera que estaba a punto de preguntar.

—Netta es nuestra hermanita —explicó, lo miré aburrida como si no me interesara la información que insistía en darme —le gusta atormentar a Nic luego de la escuela; a mí me ama, por supuesto.

Por supuesto.

—Vale, te agradezco la actualización de tu árbol genealógico, que no pedí, pero debo…

—¿Irte? ¿Con esta lluvia?

Miré a través de las gotas que colgaban en mis pestañas, no necesitaba responder a lo obvio.

—Sube, te llevaremos.

No podía decidir quién de los dos, Nic o yo, estaba más sorprendido con la declaración de Nathan. Me atreví a mirarlo, pero sus ojos negros seguían lanzando fuego hacia su demasiado entretenido acompañante. No necesitaba ser Ella para comprender que Nic Keller no me quería en ese auto.

—No es necesario…

—Tonterías —me cortó, Nathan, la sonrisa al fin deslizándose mientras se aburría de mí deprimente vista y se concentraba en su móvil —. Sube, somos vecinos, vamos al mismo lugar sería tonto dejarte atravesar este diluvio sólo para dejar que hagas tu punto.

—Te lo agradezco, pero puedo…

—Sube.

La tranquila pero profunda voz del lado del conductor fue suficiente para que Nathan levantara la vista de su móvil, de nuevo interesado en la situación. Yo, por otro lado, intentaba no ser demasiado obvia al temblar por el bajo barítono decadente de Nic Keller. Como si no alcanzara con ser perfecto a la vista, tenía una voz que prometía cosas sucias y prohibidas.

Seguía parada en mi sitio, intentando pensar con qué comparar esa voz, cuando esos ojos carbón al fin se encontraron con los míos.

—Sube —repitió —. La tormenta sólo se hará peor, podemos llevarte.

Subí al coche.

Realmente tendría una conversación con Ella sobre volver a abandonarme de esta forma.

 

 

 

 

No pude ver a mi hermana hasta el día siguiente, no había llegado a casa hasta entrada la noche y la espié desde el rellano de la escalera notando lo cansada que parecía estar; decidí irme a la cama y preguntarle en el desayuno.

Sus ojos permanecían en su tableta digital, su café enfriándose en su mano; terminé de empacar mi almuerzo y recargué una taza con café caliente, se la cambié mientras ella parpadeaba y me sonreía en agradecimiento.

—Ella, ¿cómo vuelvo a casa de la escuela cuando no puedas recogerme?

La culpa se instaló detrás de sus ojos mientras dejaba la taza, ahora casi vacía, sobre la mesa.

—Maine, lo siento tanto. Olvidé que debía recogerte, entre tanto trabajo; quería disculparme anoche pero ya estabas dormida.




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