No había golpeado a Nic Keller. Pero fantaseé con la idea.
El brillo detrás de sus peligrosos ojos mientras me observaba abrir la puerta y salir, me dijo que sabía mis oscuras fantasías.
No lo había golpeado entonces, pero había una gran posibilidad de que lo golpeara ahora.
—¿En serio? —dije notando como guardaba sus propios libros, nunca lo había visto llevar una mochila; supongo que los Keller eran demasiado geniales para eso —¿Una nota en mi casillero? ¿Es que estamos en la primaria?
No había firma en la simple esquela pulcramente garabateada, pero el mensaje sólo podía venir de una persona:
“Recuerda la promesa.”
La nota se había deslizado de mi casilla después del almuerzo, momento en el que Nathan no había tenido mejor idea que unirse a mis amigas y a mí para comer.
Mor seguía intentando sacar los restos de cereales de su garganta.
No entendía a qué juego estaban jugando los hermanos, pero iban a dejarme fuera. Ahora.
Nic todavía seguía concentrado en el interior de su casilla, sin molestarse en reconocer mi presencia.
—Creí que necesitabas un recordatorio después de la…escena del almuerzo.
Oh, vamos.
—Sólo le ofrecí mis papas fritas, no iba a comérmelas. No es mi culpa que tu hermano las adore, ¿cómo iba a saber que iba a emocionarse tanto?
Y lo había hecho. Tan pronto había deslizado el plato hacia él, había gritado emocionado y me había abrazado.
Frente.A.Todos.
El sonrojo volvió a mis mejillas con el recuerdo de esos fuertes brazos envolviéndome; Nic eligió ese momento para mirarme, frunciendo el ceño a las manchas rojas en mi cara.
Por favor.
—Escucha, no sé cuál demonio sea tu problema, pero…
—Mi problema —dijo, interrumpiéndome como si fuese su maldito deporte favorito —es que ahora todos en la escuela creen que ustedes están saliendo. Mi problema es que ese rumor puede viajar a cualquier parte, a oídos que verían eso como un…inconveniente, y eso me causaría dolores de cabeza que me niego a soportar. Mi problema, eres tú.
La furia trajo un nuevo tipo de rubor a mi rostro.
—No soy tu problema.
La mirada aburrida que me dirigió me dijo que no le importaba una mierda lo que sus palabras podían hacerme, casi apostaría que su intención era hacerme daño.
—Demuéstralo —me retó —Aléjate de él y demuéstrame que no eres solo…problemas.
Antes de que pudiera responder, ya se alejaba por el pasillo.
—Necesitarás ropa más abrigada, ratoncita.
Salté cuando alguien se dejó caer a mi lado en el banco. Era mi última clase del día y la profesora de arte quería que hagamos algo, cualquier cosa, inspirado en la naturaleza por lo que habíamos salido al patio a buscar inspiración de la fuente misma.
Todo lo que veía eran hojas muertas que ya iba siendo hora que alguien barriera y mi nariz volviéndose roja por el viento gélido que elegía ese momento para hacer presencia.
Observé el sencillo suéter que abrazaba como un guante los brazos y el torso de Nathan, alcé una ceja para hacer mi punto.
—Yo puedo soportar un poco de frío, —dijo sonriendo ante mi nariz que estaba segura caería de un momento a otro —tú en cambio, te ves como un cubito de hielo.
Fruncí el ceño ante su comparación, mi nariz protestando por el movimiento.
—Aquí, ten mi chaqueta.
Antes de que pudiera protestar, un agradable peso se depositó en mis hombros; la prenda estaba un poco fría como si su dueño no la hubiera usado en todo el día, pero mi cuerpo rápidamente empezó a trabajar en calentarla. Me hundí en la tela con un suspiro.
—Gracias, tengo una maleta entera que desempacar aún, estoy segura que encontraré ropa de invierno en alguna parte.
—Puedes quedártela mientras buscas algo más, como dije, un poco de frio no me afecta.
“Recuerda la promesa.”
El ronco susurro parecía venir del viento, pero sabía que era alguien más el causante; maldito Nic Keller y su capacidad de molestarme incluso en su ausencia.
—No será necesario —. No me atreví a mirar a Nathan, en su lugar contemplé un grupo de hormigas marchando contra la tempestad, buscando algún escondite de los fuertes vientos; quizás podía hacer mi trabajo de arte sobre ellas —. Te la devolveré al final de la clase.
Podía sentir el peso de esa mirada sobre mí, me mantuve impasible.
Los hermanos Keller, y sus miradas de plomo.
—¿Qué te dijo?
La sorpresa hizo que perdiera la compostura y lo mirara, parecía complacido por alguna extraña razón.
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Editado: 28.01.2022