Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 9

Quizás fue por la ferviente e inesperada promesa de Nic, pero volví a la escuela al día siguiente, aun miraba sobre mi hombro, pero el sentimiento asfixiante de terror se había desvanecido a algo más tolerable. A algo que me mantenía alerta y atenta de mi entorno.

A algo que me mantendría con vida.

También, gracias a Dios, me había quitado al fin su suéter. El cual ahora descansaba bajo mi almohada. Pensé en traérselo, pero sólo podía imaginar los rumores que desencadenaría aparecer con prendas de un hermano Keller, mientras estaba siendo cortejada por el otro.

Sería el año del periódico escolar.

Por otra parte, tampoco creía que Nic se acercaría a hablarme frente a todo el instituto, nos habíamos despedido después de la caminata con un simple adiós, como si los secretos nos hubiesen abandonado, quedándose junto al lago; no había mencionado nada de su promesa, pero una parte de mí sabía que estaría atento, contemplando el panorama desde las sombras.

Muy al estilo Nic Keller, si me lo preguntan.

Las primeras clases pasaron como un borrón, y cuando el profesor de Historia, el señor Hendricks, anunció que había un cuestionario con nota para la clase siguiente agradecí la distracción. Dios, estaba agradeciendo la tarea extra, ¿cuán patético era eso?

En el almuerzo las chicas me esperaban ya sentadas en nuestra mesa habitual, Cassie desaparecida por el entrenamiento de porristas –sí, incluso Coven Hills tenía porristas- noté con alivio como el color había vuelto al rostro de Mor, las ojeras ausentes. La mirada cómplice que me dio me dejó saber que las cosas estaban mejor para ella, y me alegré. Ambas comenzaron a hablar cuando me acerqué, quizás exigiendo saber sobre mi ausencia de los días anteriores pero sus palabras terminaron en nada mientras algo sobre mi hombro llamaba su atención.

Oh, no, ¿qué has hecho ahora, Nathan?

Efectivamente, detrás de mí estaba Nathan Keller, con su hermosa sonrisa traviesa, y una caja de pizza que no tenía nada que ver con esta cafetería, ¿en serio? Pero, por increíble que parezca, no era Nathan o su pizza lo que había causado la expresión sorprendida de mis amigas. No, porque detrás de Nathan estaba Nic Keller, una caja de hamburguesa y un refresco en su mano.

Dios mío.

Antes de que pudiera decir algo, como ¿Qué, en el infierno, mierda? Nathan se dejó caer a mi lado, un beso depositado en mí mejilla; lo miré aturdida.

—Buenos días, dulces y preciosas florecillas. Espero que me hayas extrañado, Maine, terriblemente. Te lo mereces por abandonarme por cuarenta y ocho, eternas, horas.

Aún seguía sin encontrar respuesta, sobre todo cuando Nic eligió sentarse en mi otro costado, como quien quiere la cosa.

Estaba en un sándwich entre los hermanos Keller, bendito niñito Jesús.

Mor parecía estar pensando lo mismo mientras miraba de un hermano a otro, y finalmente, a mí. Sus cejas se arquearon desapareciendo bajo los cortos rizos en su frente, una sonrisa diabólica en sus gruesos labios.

Gemí en mi interior, mi almuerzo completamente olvidado. No podría comer entre estos dos, ni aunque lo intentara con todas mis fuerzas. No cuando toda la cafetería nos estaba mirando. Incluso las cocineras, por el amor a Dios.

—Oh, ¿dónde están mis modales? —dijo Nathan, ya había terminado de comerse una rebanada, de dos mordiscos —Este es Nic, mi no tan inteligente y a la vista menos atractivo, hermano. Ya lo conocen, claro. Disculpen sus faltas de modales, lo encontramos de niño en una cueva, siendo criado por lobos; e incluso entre los lobos no era muy sociable.

Los labios azul metálico de Mab se abrieron sorprendidos, mirando desde Nathan, y su pizza, a Nic.

Él finalmente reconoció al resto de la mesa, inclinó la cabeza en saludo.

—Como sea, el niño no tenía amigos con los que almorzar, y como sé que ustedes chicas son las mejores, dije bueno te llevaré de paseo siempre y cuando te comportes. Ustedes sólo ignórenlo, yo lo hago la mayor parte del tiempo.

Si Nic reconoció alguna de las bromas de su hermano, no lo demostró; demasiado ocupado terminándose la mitad de su hamburguesa.

El apetito de esta familia no tenía límites.

Sintiendo mi mirada en él, Nic levantó sus oscuros ojos, mirándome fijamente. Ya no había rencor u odio detrás, y no quería nombrar lo que sea que se había mudado a aquella mirada.

—¿Cómo estás? —susurró hacia mí, afortunadamente el resto de nuestros acompañantes simplemente siguieron en lo suyo, hablando sobre la hoguera y alguna banda que actuaría esa noche.

—Bien —gracias a ti —¿Qué estás haciendo aquí?

Me miró intensamente, una fritura detenida a medio camino de su boca.

—¿Quieres que me vaya?

¿Lo quería? Algo me decía que, si respondía que sí, él lo haría. Se iría tan silenciosamente como había llegado, sin mirar atrás.

—No —no quería que se fuera, no quería volver a lidiar con el Nic que me odiaba sin razón aparente —Sólo no entiendo, este cambio brusco de actitud.




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