Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 10

Seguía luchando mientras Nic me metía a su auto, abrochando el cinturón alrededor de mi torso. No es que importara, cualquier esfuerzo por huir parecía ser en vano mientras él sólo me ignoraba y cerraba mi puerta, dirigiéndose al lado del conductor.

—¿Qué sucede con ella? —oí que una voz preguntaba cuando Nic abría su puerta y entraba, conocía esa voz, aunque ahora no lograra recordar a quien pertenecía; sólo podía recordarlo a él, y a mis hermanas que seguían llorando por mi partida, el viento me lo susurraba. Gruñí, renovando mis intentos por volver con ellas.

—Está borracha, deberías regresar y comprobar que las demás puedan regresar sin problemas, yo me encargo de Maine.

No estaba borracha, quise decir, pero lo cierto era que me sentía intoxicada de poder; aún sentía el calor del fuego en mi piel, el canto ancestral en mis venas. Borracha parecía ser lo suficientemente cerca.

La voz parecía dudar, como si supiera que Nic y yo en un espacio tan cerrado como los confines de su Jeep era una mala idea, no podía estar en desacuerdo; pero Nic lo tranquilizó.

—Nathan, estará bien. La protegeré, lo prometo. Revisa a las demás. Ve que lleguen a casa a salvo.

El dueño de la voz, Nathan, finalmente se rindió. Nic cerró su puerta y avanzamos, cada metro que nos alejábamos de la hoguera sentía mi cuerpo más y más pesado; la fuerza abandonándome. No, la magia.

Gemí cuando el último de los hilos se rompió, ya no podía recordar su rostro, ya no sentía el calor del fuego; Nic me echó una mirada.

—Tienes tanto que responder, Maine Warlock.

Pero no podía hablar, no cuando sólo sentía frío.

 

 

 

Apenas noté bajar del auto, aunque eran mis pies los que se dirigían a mi puerta de entrada, Ella ya se encontraba en casa y sus ojos se abrieron desmesuradamente mientras notaba mi estado, y a mi atractivo acompañante.

—¿Maine? ¿Qué sucede? ¿Estás bien?

Sus preguntas atornillaron mi cabeza, la molestia detrás de mis ojos haciendo difícil sólo enfocarme en su bello rostro; afortunadamente Nic se apiadó de mí y respondió.

—Está bien, se sentía un poco descompuesta por lo que me pidió que la trajera; quizás es el virus que la mantuvo en cama estos días.

No podía creer que mi hermana se creyera esa estupidez, pero contra todo pronóstico, lo hizo. Me dejó entrar, pasos tambaleantes cruzando el umbral; y después de agradecer a Nic, me llevó a la cama.

Me desmayé a penas sentí la suavidad de mi almohada.

Hogueras adornaron mis sueños, canto de tambores y violines, y un par de ojos carbón que perseguían todos mis movimientos.

 

 

 

 

Ella me despertó para el almuerzo, pero elegí seguir en la cama, podía escuchar el regaño formándose en esa cabeza excepcional suya, pero quizás por lástima, quizás por falta de argumentos; me dejó dormir el resto del día. Sólo cuando llegó la noche subió a informarme que la necesitaban en el laboratorio; que cenaría sola esta noche. La despedí con un gesto de la mano, mi cuerpo aún en las telarañas del sueño.

Telarañas que se volvían sólidas como serpientes.

Había algo extraño, pensé, en la manera en que mi cuerpo se sentía incluso en el umbral de este sueño.

¿Dónde estaba? Los árboles a mi alrededor parecían tocar el cielo, quizás fuese de día afuera, pero dentro de este bosque siempre era de noche. La oscuridad era mi única compañera, o lo era hasta escuché el inconfundible sonido de una rama cediendo al peso de un paso a mis espaldas. No estaba sola.

El miedo comenzó como un lento cosquilleo en mi nuca, moviéndose por mis terminaciones nerviosas como gotas oscuras; inhabilitando mis movimientos, dejándome paralizada y a merced del intruso. Sentí una caricia burlona del viento en mi mejilla, como dándome una palmadita satisfecha; entonces pensé que quizás lo que me mantenía cautiva no era el miedo.

Y quizás no estaba soñando en absoluto.

La desesperación me llevó a luchar contra el hormigueo que adormecía mi cuerpo, el sudor brillando en mi frente por el esfuerzo; se sentía como empujar una pared, una sólida pared inamovible, irrompible. Los pasos se acercaban más y más; ya no molestándose en ocultar su presencia.

Me obligué a controlar mis instintos, luchando con la necesidad de escapar, de pelear; necesitaba analizar mi entorno, encontrar algo que pudiera servirme; la fuerza no parecía ser suficiente; la pared invisible no cedería. Al menos que encontrara una grieta.

Pensé en eso, y olvidé la presencia a mi espalda, sintiéndola a pocos pasos; me concentré en la pared, probé empujarla sólo para confirmar que no se movería, entonces acaricié su superficie lisa con tentativos roces de mi mente; el frío enviando un estremecimiento a través de mí; allí sobre la superficie invisible y gélida, había un borde irregular. Un quiebre, casi pasaría desapercibido, pero lo noté. Reuniendo todas las fuerzas que me quedaban, empujé en esa dirección, imaginando que mi pie pateaba la irregular superficie, imaginando que sólo era un corte en un papel.




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