Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 12

Quizás el golpe sí había hecho una diferencia en mi manera de pensar porque después de esas merecidas horas de sueño, recuperé la cordura.

Y no podía estar lo más lejos posible de mi casa, y la casa de al lado.

Por eso me encontraba temprano en lo que parecía ser la casa museo más antigua en la que había estado alguna vez.

—Lo siento por eso —se disculpó Mab, mientras alejaba una estatuilla precolombina para que pudiera sentarme en el sofá —todo esto es de papá, y su abuelo, y su bisabuelo. Tienen una herencia de colecciones históricas, aunque en mi opinión, la acumulación es el principal legado aquí.

Podía estar de acuerdo con ella en eso.

La sala principal de Mab estaba cubierta de elementos de colección, desde estatuas de culturas que jamás había visto, a pinturas y una gran biblioteca rebosante, incluso la lectora en mí admitía que había libros que ni siquiera yo podría leer.

Me tendió una taza de té, el aroma a hierbas y flores inundando mis sentidos, un poco de menta cosquilleó en la punta de mi nariz, pero por mi vida si lograba descifrar el resto del brebaje.

Bebí un sorbo tentativo, los sabores nadaron en mis papilas gustativas, apenas logré contener el gemido que luchaba por escapar de mí.

Mab sonrió, alcanzando su propia taza después de haber contemplado expectante mi primera impresión.

—¿Bueno, verdad? Las demás también tenían esa mirada extrañada la primera vez que les ofrecí una de mis tazas de té, ahora son adictas. Este es como tu verdadero ritual de iniciación, ahora me temo, que eres oficialmente una de las nuestras.

Bebí otro trago, aún sin comprender la mayoría de los sabores, pero sorprendiéndome al reconocer unos pocos, ¿era eso lavanda?

—¿Qué es esto y por qué quiero embotellarlo y abrazarlo mientras canto “mi precioso”?

Su sonrisa se amplió, el delineado blanco en forma de pequeñas nubes casi desapareciendo por el movimiento en su rostro.

—Es nuevo, lo hice para ti apenas recibí tu mensaje. Se llama Maine, y lleva los sabores y aromas que aparecen en mi mente cuando pienso en ti —. Dejó su taza mientras me ofrecía unas galletas, el aroma a romero flotando hasta mí, prácticamente se la arrebaté —. Sé que es raro, pero me gustan…las plantas. No en un sentido botánico o algo así, yo sólo las entiendo. Sé cuáles se llevan bien entre sí, cuales se rechazan. Puedo curar una gripe con dos hierbas y ayudé a Cassie con sus cólicos con un té de flores que encontré en el bosque detrás de su casa.

La contemplé absorbiendo todo, su mirada vagaba alrededor de las reliquias de su familia como si esperaba mi juicio.

—Eso es increíble, ¿lo has hecho desde siempre?

Observé sus hombros desinflarse con alivio, supuse que las reacciones a sus talentos naturales no siempre fueron bien recibidas, fruncí el ceño ante el pensamiento de alguien intentando menospreciar la naturaleza amorosa de Mab, los golpearía a todos ellos si pudiera.

—Sí, no lo sé. Nadie entiende de dónde nació, yo sólo…se siente como respirar, para mí. Estar en contacto con las flores, sentir la tierra en mis manos, forjarlas a mi antojo. Es como…magia —me congelé, un vago sentimiento de consciencia recorriéndome, yo sabía lo que se sentía, aunque no podía recordar la raíz del sentimiento —. Nadie en mi familia parece estar interesado en ello, mamá es arquitecta, papá tiene sus juguetes históricos y mi hermano sólo piensa en deportes. He intentado pensar en alguna abuela o pariente lejano, pero además de la historia absurda de brujas que escuché de niña, no hay ninguna otra conexión.

—Tal vez es sólo tuyo, algo que te pertenece sólo a ti.

Asintió como si hubiese llegado a la misma conclusión hace tiempo, noté con impotencia los bordes risueños de su rostro apagarse como si la idea de no poder compartirlo con alguien…le doliera.

Pensé en eso, en lo que sentiría si tuviera algo tan maravilloso que sólo me perteneciera a mí; magia había dicho Mab, ¿querría compartirla?

No, pareció susurrar una voz sobre mi hombro, la querrías toda para ti.

Supuse que yo era mucho más egoísta que Mab.

Mucho más egoísta que todos.

 

 

 

Para el momento del almuerzo, ya no podía seguir escondiéndome en los confines de Coven Hills. Ella se había escabullido al laboratorio, dejándome una nota sobre el refrigerador; supuse que podía hacerme alguna ensalada rápida y ver algunos episodios tardíos de alguna serie, no llegué muy lejos antes de que una voz me sorprendiera.

—Te estás escondiendo.

Casi tiré el bowl cerámico que sostenía en mis manos al suelo, me giré mientras intentaba recuperar mis latidos bajo control, Nic se apoyaba perezosamente contra la encimera, una manzana de mi plato en su mano, la mordió.

—¿Cómo entraste aquí? —espeté, observé la puerta, pero estaba segura que había puesto el seguro.

Nic adivinó mis pensamientos.

—Te vi llegar, olvidaste asegurar tu ventana.




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