Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 14

—Realmente no eres la primera persona que deseo ver tan temprano, Nic, no te ofendas.

El susodicho sólo me miró, apoyado en su jeep como si fuese el maldito reino del estacionamiento, apagué la voz que me susurró que claramente no estaba lejos de la verdad.

—Tenemos que hablar.

Observé sus brazos cruzados, intentando fuertemente no notar como el músculo se tensaba con la posición; en su lugar noté que no llevaba ningún libro o mochila.

¿Es que los vampiros no realizaban tareas nunca?

—Eh, no. Lo que realmente necesitamos es entrar a clases, tengo que ponerme al día con biología, tendremos examen en una semana y doy asco en ello.

—Pensé en lo que me dijiste, tienes razón.

¿Nic Keller admitiendo que tengo razón en algo? Demonios, de seguro me quedé dormida y Ella estará entrando a patear mi trasero en cualquier segundo.

Me pellizqué. Dolió.

—Maine, ¿me estás escuchando? Te dije que… ¿qué haces?

Sus ojos bajaron al moretón apareciendo en mi brazo, donde mi piel ardía.

—Estás admitiendo que tengo razón, claramente debo haberme quedado dormida, mi hermana me matará por no ir a clases.

Nic hizo un sonido exasperado que supuse no era muy propio de un vampiro, antes de aparecerse frente a mí con sus súper poderes sobrenaturales; le fruncí el ceño mientras me aseguraba de que nadie más había sido testigo de esa maniobra; pero afortunadamente éramos los únicos en el estacionamiento.

Mierda, realmente estaba llegando tarde.

—Maine.

Maldita sea, estaba usando esa voz. Y estaba tocándome, observé su mano envolviendo suavemente por debajo de mi codo; su mirada bajó, pero no hizo ademán de soltarme.

—Nic.

—Tenías razón, no puedo esperar que actúes como si nada hubiese cambiado, no después de lo que dije, no después de lo que me viste hacer.

Mi respiración se detuvo.

—Nic, lo que hiciste…

—No importa por qué lo hice, lo que importa es que lo hice, Maine. Maté a alguien, y no…fue la primera vez que lo hice, tampoco será la última. Tengo que proteger a mi familia, a cualquier costo.

Lo miré, entendiendo el peso que descansaba en sus hombros, sabiendo que ni siquiera Nathan podría quitar algo de eso de Nic, no cuando este chico estaba decido a ser el protector y verdugo de su mundo.

Y de cualquiera que amenazara con alterarlo.

—¿Qué quieres decir realmente, Nic?

Sus ojos se clavaron en los míos, prohibiéndome apartar la mirada.

—Que necesitas comprender con qué estás lidiando, quiero terminar de contarte mi historia, la historia de mi familia. Necesitas comprender por qué haría cualquier cosa para protegerlos.

A lo lejos el sonido de la última campana nos alcanzó finalmente, ninguno de los dos rompió el trance que compartíamos.

—Quiero llevarte a mi casa.

 

 

 

Ella iba a matarme, no sólo iba a reprobar biología, lo cual era terriblemente irónico teniendo en cuenta que vivía con una maldita genio, sino que ahora Nic Keller me había convencido de faltar a clases para llevarme a su casa, y revelarme sus oscuros secretos, o lo que sea.

Mi hermana me mataría, si Nic no me mataba primero.

Quiero decir, ¿en qué estaba pensando al aceptar irme con él sin rechistar? Merecía ser drenada hasta mi muerte por mi estupidez.

Observé a Nic, su brazo relajado en el volante; una sonrisa insinuándose en su boca peligrosa.

Sí, éste sería mi final, yo era la estúpida que caía por una cara bonita.

Pero, qué cara.

La sonrisa se amplió. Un momento.

—Estás haciendo lo de leer mi mente sin leer mi mente de nuevo, ¿no?

La diversión brotaba de él a raudales.

—Te lo dije, piensas en voz alta.

Murmuré una maldición, mirando por la ventana. Su risa acarició mi perfil; sonreí a mi pesar.

La casa de los Keller era una réplica de la nuestra; o eso creí hasta que atravesamos la puerta principal.

—Oh, vaya.

Creo que los Keller competían fervientemente con la familia de Mab, observé impresionada las esculturas de cobre en la entrada; ¿eran reales? Observé el resto de la decoración de coleccionista de arte; por supuesto que lo eran.

—Son objetos que fueron adquiridos por la familia, con el pasar…del tiempo —explicó Nic mientras me conducía a través de una sala de estar que nada tenía que ver con la hogareña estancia en casa de mi hermana; aquí los colores oscuros de los tapices y los retratos de gente que ya deberían perderse en el olvido te intimidaban, como retándote a permanecer.

No era un reto que creía ser capaz de ganar.




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