Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 20

Nic no volvió a besarme.

Entrenamos durante el resto de la semana; reforzando mi escudo hasta que dominarlo no requiriera de toda mi atención, hasta que las interminables distracciones de Nic no hicieran que la esfera se partiera en pequeños pedazos y el vampiro sintiera el inconfundible aroma de mi furia.

También intentamos una lección de lucha que predeciblemente terminó conmigo sobre mi culo, aunque Nic asegurara que se había contenido y no había usado su fuerza sobrehumana. Elegía creer que era un tramposo embustero.

Las horas de entrenamiento me seguían cobrando partida tiempo después cuando me encontraba demasiado cansada para hacer algo más que ducharme y dormir; lo cual sería algo bueno de no ser por los exámenes a la vuelta de la esquina y mi falta total de conocimientos para hacerles frente.

Suspiré terminando de enjabonar mi cabello, el tinte azul comenzaba a perderse con los lavados, hice una nota mental de conseguir más tintura pronto. Un sonido ahogado me distrajo, un silbido agudo y entonces el agua se detuvo. Parpadee incrédula hacia la ducha, pero la lluvia tibia nunca volvió a caer. Gemí mientras cerraba la llave y la volvía a abrir, la espuma restante corriendo por mi frente, intentando alcanzar mis ojos; la aparté de un manotazo frustrado mientras rezaba que el agua volviera en el segundo intento.

Escuché un sonido trabajoso en las tuberías antes de que una cascada helada cayera sobre mi cabeza, grité intentando huir de los gélidos hilos pero no había refugio en los limitados confines de la cabina. Por otra parte, la espuma seguía cayendo de mi cabello, demostrando que no me había enjuagado lo suficiente aún. Hice una mueca de dolor y me armé de valor, respiré profundamente y de un latido a otro me lancé al encuentro de la helada lluvia. Mi día sólo iba mejorando más y más, pensé irónicamente.

 

 

 

—Hey, hice risotto para la cena, —anuncié mientras veía a Ella caminar fuera de su habitación. Se había prácticamente encerrado allí desde que llegó del laboratorio, tirando un saludo vago sobre su hombro —¿quieres que te sirva un poco?

Su cabello miel se hallaba sorprendentemente desabrido, casi sucio, despeinado intentando sostenerse en el nudo en el que lo había atado. Ojeras hacían lucir su rostro más pálido y le daban a sus facciones rasgos cadavéricos. Pensé en los últimos días, intentando ver más allá de mi mezquina rutina, intentando recordar el comienzo de este comportamiento extraño tan impropio de la perfecta Ella.

Había estado trabajando en el laboratorio a altas horas de la noche, incluso los fines de semana; supuse que habría avances en su investigación que la habían mantenido en vilo, no me había detenido a preguntar si otra era la razón para su obvio desconcierto.

No me acusarían de ser la mejor hermana del mundo.

Ella, aún sin contestar, se dirigió a una rebosante estantería en la sala; cada rincón de la casa era un buen lugar para que uno de sus libros descansara.

Comenzó a leer los títulos, y en aquellos cuyos títulos se habían desvanecido con el paso del tiempo, los abrió para hojear los capítulos rápidamente; frenéticamente buscando algo.

Su impaciencia comenzaba a ponerme nerviosa.

—¿Ella? —me acerqué, notando como se estremecía ante mi voz, como si hubiese olvidado por un segundo dónde estaba, y que no se hallaba sola —¿te encuentras bien? ¿qué buscas? Quizás pueda ayudarte a encontrarlo.

—¡No! —di un paso atrás, sorprendida ante su arrebato. No podía recordar un momento en el que Ella me hubiera gritado, suspiró, luchando por encontrar las palabras —lo siento. Quise decir que no hace falta que me ayudes, estoy bien. Sólo cosas de la investigación que me tienen un poco nerviosa, pero lo resolveré. No te preocupes.

Dudé, quizás lo notó en mi expresión porque soltó el tomo que sostenía y se limpió las manos contra su ropa, que ahora recordaba era la misma que llevaba ayer.

—Lo siento, ¿dijiste algo sobre la cena? Muero de hambre, no he parado a almorzar hoy.

Me preguntaba si había comido algo en estos días además de la comida que prácticamente le obligaba a comer.

—Hice risotto, recordé que es tu favorito —cedí ante el evidente cansancio en su rostro, mis preguntas podían esperar —¿por qué no vas a ducharte mientras preparo la mesa? Te diría que te hundas en la bañera, pero no hay agua caliente en el baño de arriba.

—Debe ser una falla en la caldera, llamaré a alguien para que lo repare…

—Ella —la detuve —no te preocupes. Llamaré a alguien para que lo revise, después de la escuela. Déjalo en mis manos, ¿sí?

Asintió cansadamente, una renuente sonrisa finalmente apareciendo en la esquina de su boca.

—Gracias.

Parecía estar agradeciéndome por más que sólo hacer una llamada al plomero, asentí de todas formas.

Terminé de servir los platos cuando mi hermana emergió, en pijama y con su cabello brillando nuevamente. Fruncí el ceño ante los papeles que sostenía, pero no encontré la fuerza para objetar; esta era Ella después de todo.

Comimos en un relativo silencio, hasta que recordó la escuela y me interrogó por los próximos exámenes. Gemí internamente, casi deseando que volviera a perderse en sus documentos.




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