Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 22

Pude haber usado mi “día libre” para estudiar, o intentarlo al menos. En su lugar decidí invertir las horas de la tarde en ponerme al día con la nueva temporada de mi serie de terror favorita.

En pijama y con restos de pochoclo y sal cubriéndome tuve que pausar el episodio cuando alguien llamó a la puerta.

Nathan me sonrió desde el otro lado cuando se percató de mi pinta, no me molesté en parecer sorprendida, aún seguía resentida con un hermano Keller, ver a otro con mi temperamento aun templándose no era buena idea.

—¿Una fiesta a la que no fui invitado?

Un mechón oscuro escapó detrás de su oreja para rozar su ceja, mi mano picó por extenderse y colocar el mechón en su lugar.

—No veo que haces aquí si ese fuera el caso.

Una risa divertida escapó de él, mis labios casi cedieron en una sonrisa ante su divertida expresión.

—Eso, mi querida Maine, es porque yo tengo una invitación para ti.

Mi diversión murió mientras mi cautela crecía.

—¿Qué clase de invitación?

Su sonrisa se amplió.

—Alguien quiere conocerte.

 

 

 

Hacer esperar a Nathan fuera mientras me cambiaba no parecía ser cortés, y todavía no me sentía segura al invitarlo a pasar, ya tenía suficiente con las visitas sin avisar de su hermano, muchas gracias; por lo que alcancé la bufanda de Ella del perchero y la envolví para cubrir el hematoma antes de seguirlo a través del bosque que separaba nuestras casas en mi pijama especial de terror.

Tenía que hacer juego con las bragas, después de todo.

—Esto es más lejos de lo que pensaba —me quejé mientras hojas caídas se peleaban por colarse en mis pantuflas. No parecíamos más cerca de llegar que hace unos minutos.

—¿Cuán lejos creíste que estábamos?

Dudé.

—No lo sé, ¿veinte metros?

Nathan me observó como si bromeara, no lo hacía.

—Tu percepción de la distancia es una mierda.

Touché.

Le lancé una mirada.

—No me digas, cuán lejos estamos entonces, Sherlock.

—Hay un poco menos de mil metros entre las casas.

Lo miré boquiabierta.

—Estás jugando conmigo.

Me lanzó una mirada suave, muy a su estilo. Volví a observar su casa, parecía realmente cerca, aunque no parecíamos llegar nunca.

Entonces lo entendí. Magia.

No es como si pudiera preguntar a Nathan al respecto, suspiré.

—Nos gusta nuestra privacidad —explicó Nathan, confundiendo mi suspiro.

Caminamos en silencio otro minuto.

—¿Tienes frio?

Alcé las cejas ante su pregunta, sin comprender de dónde venía. Sus ojos bajaron a la delicada bufanda turquesa que nada pintaba con la frase NORMAL PEOPLE SCARE ME manchadas en sangre de mi pijama.

—EH, sí. Un resfrío, me estoy resfriando ya sabes —acaricié la suave tela, nerviosa —esto evita que me duela…la garganta. Y la tos.

Iba a matar a Nic Keller. Definitivamente asaltaría Google con formas de matar a un vampiro.

Nathan me echó una última mirada curiosa, totalmente notando mi nerviosismo. Me mordí el labio intentando contener el sonrojo.

—Entonces —casi grité, desesperada por desviar la conversación lejos de mí —¿vas a decirme por qué estamos yendo a tu casa, y quién quiere conocerme? ¿O sólo serás un maldito misterioso?

Su risa me dijo que lo tenía, respiré.

—Bueno, a decir verdad, mis órdenes sólo fueron buscarte y convencerte de seguirme a través de este misterioso bosque hacia mi remota casa, sin testigos oculares, como ves.

—Muy gracioso —pateé una rama lejos.

—Puede que la persona que dio dicha orden mantuviera cautivo el refrigerador de helados, y eso era algo que no podía permitir.

—Por supuesto que no.

—Porque yo en serio amo el helado.

—Lo sabemos, lo sabemos. Helado de rehén, estamos hablando de palabras mayores aquí, ¿crees que estaré segura?

Llevó una mano a su fornido pecho, muy dramáticamente.

—Te protegeré, o al menos lo intentaré. Aunque si tengo que elegir entre el helado y tú…

Lo empujé.

No me sorprendió que ni siquiera lograra desequilibrarlo un poco. Gruñí mientras su risa aumentaba y nos acercábamos a su entrada.

Malditos sentidos perfeccionados vampíricos.

—¿Lista?

Miré la gran puerta oscura con nerviosismo, todo eran chistes hasta que tenías que entrar a la cueva del lobo.




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