Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 26

Abrí los ojos mientras mi pecho se alzaba con aire, codicioso de llenar mis pulmones que ardían.

Las ramas de altos árboles se alzaban muy por encima de mí, me incorporé sin lograr silenciar el gemido de dolor al tragar. Mi garganta se sentía magullada. Entonces lo recordé.

Me había asfixiado, manos estrangulándome hasta la muerte.

—Tampoco mencionó que no puedes morir —dijo una voz a mis espaldas, me tensé —eso sólo dificulta aún más mi trabajo. Estás haciéndome enfadar, querida Maine.

Seguía aquí.

Se alzaba a dos metros, engañosamente tranquilo mientras me observaba con curiosidad y un inconfundible destello de fastidio.

No puedes morir, sus palabras se colaron en mi mente. Pero no me di el tiempo para analizarlas, no. En su lugar decidí tomar la ventaja que no me había dado antes e hice lo único que podía.

Corrí.

Atravesé los primeros árboles que rodeaban la casa antes de adentrarme de lleno en el bosque; sabía a dónde me dirigía. En busca de los únicos que podían ayudarme; los Keller.

Escuché el característico sonido de pasos siguiéndome, las hojas crujiendo en una sinfonía que iba en crescendo en sincronía con los frenéticos latidos de mi corazón. Mi pulso resonando en mis oídos casi ensordeciendo cualquier otro sonido.

—Maine, Maine —cantaba la siniestra voz —sólo huyes de lo inevitable.

Tropecé con una raíz, me incorporé antes de caer del todo, mis manos raspando y sangrando, no le presté atención mientras volvía a la carrera. No había tiempo para lamer mis heridas, no si quería sobrevivir.

Sentí un viento rozando mi piel y de pronto las hojas caídas se alzaron a mi alrededor, permaneciendo estáticas en el aire. Comenzaron a formar una barrera entre la casa frente a mí y yo. Sabía lo que intentaba hacer.

Me concentré en mi escudo, me envolví en él, fortaleciéndolo mientras atravesaba la barrera sin dudar, ninguna de las hojas estaba ahí; estaba intentando confundirme.

Salté sobre otra raíz sobresaliente mientras lo escuchaba gruñir, su paciencia encontrando su límite,

—Suficiente.

Una sola palabra de advertencia antes que un cuerpo impactara con mi espalda, tumbándome entre las ramas caídas y el manto de hojas secas. No me di un segundo de descanso, en su lugar me di vuelta y golpeé mi codo contra su rostro; satisfecha con el sonido quebradizo y el quejido que recibí.

—Pagarás por eso.

No lo dudaba.

Intenté golpear nuevamente pero ya estaba esperando el movimiento y lo bloqueó mientras me empujaba contra el suelo y se subía a mi espalda. Gruñí por el peso casi insoportable y sentí pequeñas ramas cortando mi mejilla. Me retorcí intentando mover el cuerpo que me aplastaba, pero todo parecía inútil.

—Así —respiró la voz en mi oído, depositó un siniestro beso en mi sien —así te ves más bonita.

Grité, luchando contra la dominación. No es que importara, sabía que no lograría quitarlo. Estaba atrapada.

—Me pregunto si puedes revivir sin cabeza —dijo como si habláramos del clima —o sin un corazón en tu pecho.

OhDios. OhDios.

—Extrañaré nuestros momentos juntos, querida Maine.

Quería insultarle, lastimarle una última vez, llevarme el sonido de su molestia incluso al más allá.

Pero una voz nos interrumpió.

—No creo que ella sienta lo mismo, amigo.

Sentí el cuerpo sobre mí congelarse, luché por mover mi cabeza lo suficiente para que mi mirada llegara al dueño de esa voz, una voz que me cubrió como un bálsamo.

Allí, alzándose sobre nosotros, rodeado del bosque testigo silencioso, estaba Nathan Keller.

No había rastros de la conocida diversión en los rasgos impenetrables de Nathan, no. Todo en él gritaba letal.

Sonreí, incluso si eso significaba que restos de hojas luchaban por adentrarse en mi boca.

—Estás en tantos problemas, querido Daniel.

Valió la pena el dolor que sentí al forzar la burla fuera de mí.

—¿Estás bien, Maine? —preguntó Nathan, aunque su mirada seguía en mi atacante, quien poco a poco se ponía de pie, dejándome libre.

—He estado mejor —dije, la sonrisa seguía en mi rostro a pesar de que los cortes en mi mejilla ardían con la mueca —pero me alegro de verte, Nathan.

Iba a regalarle patatas fritas por todo un mes, todo un año.

Asintió, pero su atención siguió en el caminante, el cual se hallaba sospechosamente lejos de donde me encontraba incorporándome. Lo comprendí, iba a intentar escapar.

Si, bueno; buena suerte con eso, amigo.

Noté un extraño cosquilleo en mi mente, me llevó unos segundos comprender de qué se trataba. El dreamwalker intentaba controlarme; miré a Nathan, sus labios al fin se alzaban en una sonrisa, una totalmente siniestra sin nada de diversión.




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