Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 30

Necesité toda mi fuerza de voluntad para no negarme a la orden de Nic de volver a entrenar al día siguiente.

Los acontecimientos del día anterior acribillaban mi mente, la sesión paranormal con Mor todavía dejándome escalofríos. Se había calmado al cabo de unos minutos, diciendo que necesitaba volver a casa antes de que su madre comenzara a llenarle de llamadas. No le creí, pero entendí la necesidad de estar sola después de lo que habíamos hecho.

Después de lo que ella había vivido.

Le acompañé hasta su coche, atrayéndola en un abrazo antes de dejarla ir, dejándole saber que no estaba sola.

—Gracias.

Se estremeció ante mi voz, pero no me apartó. La dejé ir mientras asentía, una última mirada hacia mí y entonces se había ido.

Miré hacia la casa, una parte de mí con miedo a volver al interior; pero Ella seguía allí; y necesitaba comprobarla.

Sentí algo en la nuca, como un peso invisible, la clara sensación de no estar sola. Miré alrededor pero no vi nada fuera de lo normal; caminé hacia la casa con esa sensación inquietándome. Me sentía vigilada.

No creí que estuviera del todo sola.

 

 

 

—Esto es lindo, ¿cómo deberíamos llamarnos? ¿La manada de tres? Bueno, cuatro si no queremos que Netta se ofenda.

La voz cantarina de Nathan me volvió a la realidad; había estado sentada sobre el tronco inclinado sobre el lago, demasiado absorta en mis pensamientos para notar la llegada de los hermanos.

Ambos salieron del bosque para encontrarse conmigo; Nathan observando el lugar como si lo viera por primera vez, quizás preguntándose cómo habíamos estado ocultándonos debajo de sus narices. Nic por su parte tenía la mirada fija, en mí.

Bajé del tronco.

Ambos iban completamente de negro, y me pregunté qué tan ridícula me veía en mi sudadera gris dos tallas más grande y los pantalones de pijama.

Supuse que ni copiando su idea podría estar a la altura. Los hermanos Keller eran simplemente…impresionantes.

Una sonrisa renuente alzó las esquinas de la boca de Nic; alcé mi escudo pateándome mentalmente.

Afortunadamente no hizo algún comentario, y si Nathan lo notó, prefirió no señalarlo.

—Maine, cariño. Te extrañé.

Negué hacia Nathan, una sonrisa traicionándome muy a mi pesar.

—Nos despedimos hace un par de horas, literalmente.

Se acercó y me escondió bajo su brazo, intenté no sucumbir al encanto casi irresistible de los Keller. Fallé.

—Es demasiado tiempo, se sintió como una eternidad.

Me sacudí de su agarre riendo, no llegué muy lejos mientras una de sus manos enganchaba un mechón de cabello que había escapado de mi trenza.

—Y tú sabrías cómo se siente la eternidad, ¿huh?

Una risa sorprendida escapó de él, todavía no soltaba mi cabello.

—Qué descarada te has vuelto, Maine. Uno pensaría que temerías provocarme, ahora que sabes…lo que soy.

—¿Por qué, acaso planeas hincarme el diente, Nathan?

Su sonrisa se volvió completamente lobuna.

—Si me lo pides tú, Maine. No te negaría una mordida, o dos.

Inhalé.

—Si ustedes dos —nos interrumpió una voz enojada —han terminado de jugar, tenemos trabajo que hacer.

Antes de que Nathan pudiera agraciarnos con otro de sus cuestionables respuestas, una mano alejó la suya de mi cabello; obligándole a soltar las mechas azules.

Observamos la espalda rígida de Nic mientras se encaminaba hacia un área parcialmente plana, despejando las ramas caídas que pudieran estorbar la lucha.

Una mirada extraña cruzó el rostro de Nathan mientras miraba hacia su hermano, entonces volvió a mí.

—Interesante.

Y entonces se alejó, ayudando a limpiar nuestro “tatami natural”.

Una hora después, estaba segura que mis únicas opciones frente a un caminante eran correr, o ahorrarle el trabajo y matarme sola.

Los hermanos seguían lanzando y esquivando golpes, algunos movimientos demasiado rápidos para que mis ojos los registrara, aunque me habían asegurado que reducirían la velocidad para que yo imaginara que eran humanos.

Como si eso fuera posible.

Nic atrapó a su hermano en una llave que se veía incomoda, utilizando la fuerza que ejercía Nathan para liberarse a su favor y terminar de tirarlo al suelo, un segundo después, una rama fue estampada en el pecho de Nathan.

Un arma, habían dicho, desde ahora siempre debería llevar un cuchillo encima. Más discreto que una pistola, y podría llevarlo siempre metido entre mis ropas.

La lucha abandonó el cuerpo de Nathan, mientras suspiraba y se acomodaba en el suelo, sin preocuparse de ser el pseudo cadáver.




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