Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 32

Volví a la casa, eligiendo entrar por la puerta de la cocina, usando el tiempo para recomponerme. O intentarlo al menos.

Nic Keller me había besado. Como real, realmente besado.

Y le había devuelto el beso. Entusiasta.

Estaba en tantos problemas.

Nos habíamos despedido sin promesas de repetir, sólo con un simple adiós y su intensa mirada en mi espalda hasta que llegué a la puerta; entonces miré hacia atrás y él ya no estaba.

Dios mío, había besado insaciablemente a Nic Keller.

Realmente tenía que rechazar el falso alcohol de Mab en futuras ocasiones.

Cerré la puerta, respirando profundamente mientras echaba el seguro; armándome de valor y borrando cualquier indicio de lo que había sucedido de mi expresión.

—Las chicas se quedaron dormidas.

La voz a mi espalda me hizo pegar un salto, giré totalmente culpable para encontrarme con la misteriosa mirada de Mor, mientras terminaba de lavar los platos que habíamos usado en la cena. Terminó y secó sus manos, entonces tomó una taza y me la extendió en ofrenda.

—¿Té? Me gusta beberlo antes de dormir.

Acepté la taza y me acerqué a la encimera, sentándome en ésta mientras bebía unos sorbos del caliente brebaje.

—Te agradezco lo de esta noche —dijo Mor, llamando mi atención —necesitaba una…distracción. Un descanso. Y me divertí mucho, Netta es agradable.

Asentí de acuerdo, dejando la taza junto a mi cadera.

—Netta es genial —miré hacia el salón, pero no se oían señales de que Cassie o Mab estuvieran despiertas, volví mi mirada hacia Mor otra vez —la distracción que necesitabas… ¿tiene esto que ver con lo…lo que pasó aquí? ¿la otra noche?

Mor bajó la mirada a su propia taza, supuse que evitando contestar, aunque el simple gesto era respuesta suficiente.

—En parte, sí —dijo finalmente —no fue sencillo, lo que pasó; no me había pasado antes. Me asustó mucho, Maine. Lo que sentí cuando…cuando me usó como si no fuese más que un recipiente para ser llenado. Fue aterrador, no controlar lo que sucedía, lo que me hacía.

—Lo lamento, Mor. No debí acceder a que eso sucediera.

Negó, acercándose y dejando la taza junto a la mía, su mano cubrió la mía y le dio un suave apretón.

—Quería ayudarte, no necesitas disculparte. Fue mi decisión, y lo volvería a hacer.

Me dio un último apretón antes de soltar mi mano y alejarse, antes de salir de la cocina se detuvo, volviéndose nuevamente. Algo brillaba en su mirada.

—Por cierto, es una gran vista la que tienes desde esa ventana sobre el fregadero.

Antes de que pudiera preguntar, Mor se alejó para unirse a las demás.

Confundida por sus palabras, me bajé de la encimera, y me acerqué a la ventana. Sólo cuando mis ojos se adaptaron a la vista del exterior, comprendí lo que Mor quiso decir.

Desde esta ventana se tenía una vista privilegiada de la sección del bosque de la cual salí, en donde Nic decidió detenerme. Mor había sido testigo de mi beso con Nic Keller.

Mierda.

 

 

Ella tenía una conferencia importante en otra ciudad, y no pude resistirme ante la oportunidad que se me presentó.

Tenía que volver al laboratorio.

Esta vez, tenía que entrar. Decidí.

Falté a clases, enviando mensajes a mis amigas, fingiendo que no me sentía bien y rechazando cualquier visita de cortesía por su parte. También debía volver a la casa antes del horario de salida porque no creía ni por un segundo que los hermanos Keller se tragarían el cuento del resfriado nuevamente.

Les contaría todo, decidí mientras me calzaba las botas, esta tarde les contaría lo que había encontrado en los papeles de Ella, lo que había escuchado en mi intento fallido y lo que sea que viera hoy.

Miré la hora en mi celular, asegurándome de ponerlo en silencio, dándome cuenta que ya había perdido veinte preciosos minutos. El tiempo corría.

 

 

 

Llegué a los laboratorios, notando un único guardia estacionado en la entrada, demasiado entretenido con un periódico en sus manos. Miré hacia los arbustos en los que me había escondido la última vez, decidiendo que tendría una mejor oportunidad de entrar por la trampilla trasera.

Avancé por el costado del edificio, oculta de la mirada del guardia, rogando en silencio no encontrarme con ningún oso vagando por allí. Sólo sería mi suerte.

Llegué a la altura de la trampilla, miré nuevamente hacia todos lados, pero no había ningún guardia en esta zona, y el de la entrada no me había notado. Aún.

Tomándome unos segundos para reunir valor, salí de los arbustos, acercándome lentamente a la zona donde recordaba haber visto a los guardias bajar por las puertas en el suelo. Una capucha cubría mis rasgos de cualquier posible cámara en el lugar, mi cabello minuciosamente oculto debajo de un gorro oscuro. Si alguien revisaba las grabaciones, sólo verían a algún bandido al azar intentando colarse en las instalaciones, quemaría esta sudadera después de esta tarde de ser necesario.




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