Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 34

Tres días después, seguíamos sin tener oportunidad de entrar a las instalaciones.

Decidimos que tendríamos mayor suerte durante el día, pero Ella había estado trabajando todos estos días desde que salía el sol hasta que se ponía. No nos habíamos visto casi las caras, pero cuando lo hacíamos, la rabia ardía en mi sistema al ver la apariencia demacrada de mi hermana. Solucionaría esto por ella, prometí en silencio, la liberaría de lo que sea que le atormentara.

—Tiene que ser por la noche —dijo Nic mientras me ofrecía una toalla para limpiar el sudor de mi rostro y cuello. Habíamos estado entrenando en el lago, con Nathan, pero éste último había recibido un mensaje de Netta y se despidió poniendo los ojos en blanco mientras murmuraba algo sobre una obsesión con programas dramáticos con adultos que fingían ser adolescentes, antes de desaparecer en el bosque.

Se había relajado, alrededor de Nic y la cosa entre nosotros. Ya no necesitaba estar protegiéndome todo el tiempo, y la conciencia me dolió al pensar en lo que le estábamos ocultando ahora.

Pero esto era diferente, esto era demasiado peligroso para arrastrar a más gente con nosotros.

Dejé la toalla colgando en mi cuello mientras me incliné a recoger mi botella de agua, esperó a que bebiera antes de seguir.

—Alexander saldrá de Coven Hills mañana, tiene negocios en la ciudad y suponemos que se tardará unos días antes de regresar. Si queríamos una oportunidad, es ésta.

Asentí, cerrando mi botella.

—Creo que es la oportunidad que esperábamos. Le diré a Ella que iré a casa de Mor, a reunirme con las chicas. No sospechará.

Asintió mientras comenzábamos a caminar hacia mi casa. Acaricié la corteza de algunos troncos mientras dejaba al fresco viento mitigar el calor de la actividad física. Mi lucha había mejorado, no estaba contenta porque nadie estaría contento con la razón de mi lucha, pero estaba orgullosa.

Mis opciones ya no se reducían a correr o esperar ser salvada. No, yo lucharía. Pelearía hasta con las últimas de mis fuerzas.

—¿Cómo lo hace? —dije, pensando en las palabras de Nic, me miró sin comprender a qué me refería —Alexander, ¿cómo viaja? ¿no le afecta la luz del sol?

Salté sobre una raíz saliente, apenas evitando tropezar. Nic negó divertido con mi descoordinación.

—Tiene un avión restaurado para protegerse, se mueve durante la noche, y tiene casas especiales en la ciudad, en algunas de las ciudades importantes. Además, hay lugares, donde los vampiros podemos quedarnos, territorio neutro por así decirlo.

Lo miré incrédula.

—¿Tratas de decirme que existen jodidos hoteles de vampiros?

Se encogió de hombros, y obtuve mi respuesta.

Caminamos en silencio un poco más, pero mi curiosidad volvió a interferir.

—¿Por qué él no tiene un brazalete?

Miró hacia adelante en silencio, quizás pensando su respuesta, quizás evitando responder. Entonces lo hizo.

—Sólo las brujas conocen los secretos de este tipo de magia. Incluso entre ellas era algo…taboo. Antinatural. Dotar a un monstruo de la noche con la capacidad de caminar durante el día. El poder detrás de eso es…inimaginable. Muchos vampiros lo usarían para crear caos y destrucción.

Me mantuve en silencio, embelesada por sus palabras.

—La bruja que hizo esto lo sabía, pero una deuda de vida es mucho mayor a cualquier regla. Y mis padres salvaron dos vidas. Por lo que fueron recompensados con dos brazaletes. Dos vidas, por dos vidas. Vidas de luz, vidas de caminar bajo el sol, de tocar el hierro y no caer rendido ante su veneno —nos separamos cuando un árbol se interpuso entre nosotros, rehusándose a salirse del camino —cuando murieron, mi tío intentó usar el brazalete de papá; pero la pieza de alguna manera…lo rechazó. Tocó hierro como una prueba, y el hierro quemó su piel hasta que se formaron heridas, tardó semanas en sanar, débil y enfermo. Pero lo entendió, como fuera que funcionaba la magia, no podía adueñarse de los brazaletes de mis padres. No era su derecho reclamar ese pago.

Vislumbré la casa a la distancia.

—Pero ustedes lo lograron.

Asintió, sus ojos también en la casa, pero algo me decía que su mente estaba en otro lugar. En otro tiempo.

—Fue una especie de arrebato, encontré a Nathan y Netta revolviendo sus cosas, recordándolos; y entonces vi el brazalete, casi oculto entre los diarios de mi padre. No lo pensé, sólo me lo puse. Algo se sintió distinto, diferente en mí. Sólo lo supe. Que había funcionado, como no lo hizo con Alexander. El sol estaba alto en el cielo y jamás teníamos las ventanas abiertas durante el día, pero me dirigí a la puerta sin decirle a nadie lo que planeaba hacer; sólo lo hice. Salí por la puerta, mi piel sintió el calor y no comprendí por un segundo lo que veía hasta que entendí que eran los árboles, sólo que ya no se veían como sombras oscuras, eran brillantes. Y yo los veía sin arder en llamas.

Su mano alcanzó su brazalete ausentemente, me pregunté si lo notó mientras su mente seguía ahondando en los recuerdos.

—Mamá era humana, cuando nos dio a luz, crecimos como humanos, hasta que llegamos a un punto de no retorno. Donde el…virus, el veneno en nuestra sangre se hace más fuerte y no nos permite ignorarlo. La sed se vuelve…insoportable. Teníamos quince años cuando dejamos de tolerar la luz del sol. Crecer como lo hicimos, incluso en nuestra especie, es raro. Los vampiros no forman vínculos con humanos, pero mi padre lo hizo. Y quizás no vimos el sol en décadas, pero crecimos corriendo entre los prados, persiguiendo saltamontes. Recordaba el sol, pero ningún recuerdo le había hecho justicia.




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