Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 36

—Realmente eres un problema, Maine querida.

Antes de que alguno pudiera hacer un movimiento, Alexander eliminó la distancia que nos separaba y tomó la cabeza de su sobrino entre sus manos. Un movimiento de sus manos, un sonido espantoso, y el cuerpo de Nic cayó inerte junto al de Ella.

Alexander le rompió el cuello.

Grité mientras mis latidos retumbaban en mis oídos, miré hacia Nic, su cuello estaba inclinado en un ángulo incómodo, su expresión vacía.

El dolor se extendió por cada rincón dentro de mí, más allá de insoportable.

Nic estaba muerto.

No. Por favor, no.

Una risa estruendosa me sacó de mi locura, miré sin entender a Alexander, había sacado un pañuelo de uno de los bolsillos de su traje y se limpiaba las manos como si no acabara de romperle el cuello a su sobrino, a su propia sangre.

—No está muerto, querida. No puedes matar a un vampiro quebrando su cuello. Tienes que sacar su cabeza y quemar las partes. Verás, eso es algo que tenemos en común con esas espantosas criaturas, las brujas; el fuego, del que alguna vez nacimos, se convirtió también en nuestro final.

Miré sin comprender del todo lo que decía, Nic parecía bastante muerto para mí.

Alexander adivinó el camino de mis pensamientos mientras guardaba nuevamente el pañuelo en su bolsillo, haciendo todo un acto dramático de la acción.

—Sólo lo…puse a dormir. Se despertará en unas horas sin saber qué pasó, con suerte todo esto habrá sido un mal sueño y un consecuente dolor de cabeza.

Me obligué a respirar a través del dolor, tenía que creer en lo que decía, la alternativa…era inaceptable.

Intolerable.

Alexander esperó pacientemente a que mi ritmo cardiaco no atornillara mis oídos, como si necesitara un público consciente para terminar su acto final.

—Ahora que dejamos claro que nuestro querido Nic se encuentra bien, dime Maine ¿qué haré contigo?

—Puedes dejarme ir.

Valía la pena intentarlo, ¿no?

Se rio, como si fuese un bufón en su corte mientras negaba con la cabeza.

—Me temo que esa alternativa ya no está entre las opciones —dijo mientras comenzaba a pasearse, alterándome sin saber cuál sería su siguiente ataque —verás, querida Maine, resultaste ser una distracción que ya no puedo permitirme. Pones en riesgo todo por lo que he trabajado. Primero, ocupas demasiado tiempo de mi investigadora principal, tu hermana es una gran científica —dijo mientras le echaba una mirada de lástima al cuerpo desmayado de Ella, suspiró y siguió paseándose —. También está el hecho de que no dejas de cruzarte en el camino de mi familia, Maine. No puedo tener a mis sobrinos debatiéndose qué está bien o mal, si las vidas de simples vacas humanas valen más que nuestros objetivos. Porque no lo hacen, Maine. Sus insignificantes vidas no valen nada. En cambio, sus muertes. Sus muertes pueden hacer una diferencia en nuestro mundo, y no hablo sólo de alimentarnos, no.

Parecía desquiciado, demasiado metido en su discurso para notar mientras me acercaba sigilosamente a Ella, uno de sus bolígrafos metálicos descansaba en el bolsillo de su chaqueta, si tan solo pudiera alcanzarla sin que Alexander lo notara, podría usarlo como arma.

Me detuve cuando Alexander volvió a girarse en mi dirección, prestándome atención.

—¿Conoces el mito de Febo, querida Maine?

¿Qué?

—Ehm… ¿es el que se acercó al sol y se quemó?

La indignación de Alexander era palpable.

—Febo —dijo eligiendo ignorar mis pobres conocimientos de mitología griega —era uno de los tantos nombres del dios Sol.

Estuve bastante cerca, si me preguntan.

—¿Sabes que nuestro mayor enemigo no es el fuego, Maine? Es algo que cualquiera de ustedes, insignificantes criaturas, tiene por asegurado. El sol. El sol, querida Maine, mata a un vampiro más rápido que el fuego, de formas más dolorosas que cualquier desmembramiento. El sol es nuestro veneno más letal. Y también nuestro mayor anhelo.

Miró hacia su sobrino, por primera vez percibí cierto rencor, quizá envidia. Nic y Nathan podían caminar bajo el sol, su hermano había podido.

Su hermano…

—¿Tú los mataste?

No necesité aclarar de quienes hablaba, él también lo sabía bien.

—Una bruja, querida Maine, está decidida a llevar sus secretos a la tumba. Imaginarás que su negativa a transmitirme los conocimientos de cómo había dotado a mi hermano de la capacidad de caminar bajo el sol, no me sentó muy bien. No me gusta que me digan que no, Maine. No me gusta no obtener lo que quiero.

Dios mío, había matado a los padres de Nic y Nathan, a su propio hermano.

—Un sacrificio en vano, ya que la bruja nunca mencionó que tú no puedes forzar a la magia, es la magia la que tiene el control. Siempre.

Tragué, ocultando el bolígrafo con un pie, quizás podía fingir una caída, tenía que hacerlo rápido.




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