Maine Warlock: Y Los Vampiros De Febo

CAPÍTULO 37

No esperé a que actuara.

Esta vez, ataqué.

Quizás lo tomé desprevenido, quizás no esperaba que fuese tan estúpida como para creer que podía luchar contra un jodido vampiro. No lo sabía y no me importaba. Lo único que importaba era que logré llegar a él, y clavé el jodido bolígrafo.

En su maldito ojo.

Alexander aulló de dolor mientras me empujaba, con fuerza, y se arrancaba el ofensivo utensilio del ojo. O lo que quedaba de él.

Hice una mueca, ante la vista y ante el dolor que sentí al chocar contra la pared a mi espalda. Mi cabeza se dio un segundo golpe y todo se nubló durante unos segundos.

Pero no podía permitirme esos segundos, no si quería sobrevivir.

Avancé a ciegas, todavía un poco mareada, mientras me alejaba de donde escuchaba a Alexander quejándose. Mi mano se cerró entorno a una barra fría y comprendí que había caminado directo a la jaula frente a mí.

Apoyé mi frente contra los barrotes mientras instaba al frío metal a calmar el dolor y trataba de enfocarme lo suficiente como para pensar un plan. Ese había sido un golpe de suerte, no era estúpida como para creer que podía luchar contra un vampiro, no cuando un simple movimiento de su mano podría partir mi cuello en dos. Tenía que pensar otra manera de deshacerme de Alexander, una en la que yo saliera respirando preferiblemente.

Una mano se cerró alrededor de la mía, el contacto más frío que el metal contra mi piel. Abrí los ojos para encontrarme con ojos obsidiana mirándome fijamente. Miré nuestras manos unidas, no me estaba atacando. Me estaba alentando. Sus ojos miraron a una esquina de la jaula, una pantalla que no había notado casi oculta, entonces volvieron a mirarme. Hazlo, parecía decirme, puedo ayudarte.

Libérame.

Pude escuchar a Alexander a mi espalda, ya recomponiéndose. Era ahora o nunca. No había tiempo de considerarlo.

Me acerqué a la pantalla, cada paso costaba más que el anterior, mi cabeza todavía zumbaba por la fuerza del golpe. Me sorprendía que no me hubiera desmayado. Resbalé en el siguiente paso. Bueno, siempre podría desmayarme ahora.

Llegué a la pantalla, un teclado se hallaba en la parte inferior y, al igual que la puerta de la trampilla, me pedía una contraseña de cuatro letras.

F-E-B-O.

Antes de que pudiera aceptar, sentí un fuerte tirón en mi cuero cabelludo, mi cabeza se giró hacia atrás mientras un enfurecido Alexander me alejaba de la pantalla, y de mi única posible ventaja, y me arrastraba de los cabellos por el pasillo.

Mi cabeza ardía mientras el dolor se amplificaba, intenté sujetar su mano para evitar que me arrancara el cabello, pero simplemente me soltó con fuerza. Vi estrellas mientras mi cabeza rebotaba en el suelo. Definitivamente tendría una conmoción después de esto.

—Eres. La. Criatura. Más. Despreciable.

Escupí, ¿sangre?, mientras lo miraba, o al menos esperaba que fuese el Alexander correcto entre los dos que veía, con todo el rencor que sentía.

—Y tú eres un monstruo, hijo de puta.

Una risa diabólica escapó de él. Entonces su rostro cambió; los rasgos se volvieron más letales, las líneas más oscuras y siniestras. Colmillos crecieron en su boca.

Oh, carajo.

Mierda, mierda, mierda.

—Tienes razón. Soy un monstruo.

Iba a morderme, el hijo de puta iba a morderme y drenarme.

Se lanzó hacia mi garganta, como lo supuse, sentí su aliento gélido en mi piel, pero antes de que sus colmillos hicieran contacto se detuvo abruptamente.

Sus ojos se abrieron grandes mientras mi sonrisa crecía.

—Come hierro, hijo de puta —dije mientras terminaba de empujar mi pulsera, la pulsera que me obsequió Nic, al interior de su boca con fuerza, apenas evitando cortarme con sus colmillos en el transcurso.

Gruñó como una bestia desquiciada mientras salía de encima de mí, cayendo de bruces, luchando por sacar la pulsera de su garganta; sólo podía imaginar el dolor que le estaba causando. Me regocijaba con la idea.

Finalmente, escupió la pieza metálica, sangre y humo saliendo de su boca herida. Seguía esperando la parte en la que caía enfermo, pero para mí mala suerte, al parecer los efectos del hierro tardaban en hacer presencia.

—¿Cuántas veces tengo que demostrarte que tú no puedes matarme?

Me preparé para su ataque, claramente iba a romperme el cuello en dos. Al menos había peleado con todo lo que tenía hasta el final.

—Ella no —dijo una voz oscura, ambos nos giramos para ver al vampiro de la jaula; fuera de ésta. Un bolígrafo descansaba en una de sus manos, alcé las cejas cuando comprendí que lo había usado para terminar de ingresar la contraseña; lo dejó caer —pero yo sí.

No fue bonito.

Ni rápido.

El vampiro se tomó su tiempo, y todo ese tiempo Alexander sufrió.




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