Maison d´ May

Capitulo 1. Primera parte

Esa primera noche la tormenta que se vino fue terrible. Desde el cielo bajaban al mar gigantescos rayos que se ramifican dándoles el aspecto de telarañas y raíces, caían una tras otra, una tras otra. Impidiendo así un solo segundo de oscuridad total. Lejos caían dos o más rayos cercanos entre sí. Iluminando la noche de grises y azules, profundos y oscuros, y a la vez tan claros y deslumbrantes como el día. Ni May ni su familia habían conocido o escuchado sobre una cosa así. Los truenos retumbaban estremeciéndose hasta los huesos. Eran estruendos que pareciera, podría dejar sordo a cualquiera.

Las paredes crujían y algunas veces se tenía la sensación de que la casa se mecía. May sabía dentro de sí que aquello era obra de su imaginación, solo era el miedo natural a las tormentas, incluso sus padres lo sentían. Mientras la familia guardaba la calma, escuchaba hastiada las quejas de su hermana desde el cuarto contiguo preguntándose qué había hecho para merecer aquello, May pensó en que tanto debía alejarse para dejar de escucharla. Los pasos de las ratas y las cucarachas eran callados por los truenos, y permitían la oportunidad de esconderse entre los rincones, por detrás de los muebles y las paredes. De pronto entre las pisadas y los chillidos le pareció escuchar un pequeño grito de niña.

May salió de su habitación pensando que alguna araña saltó sobre la cabeza de su hermana, o quizás alguna cucaracha corrió por sus pies. Volteó en dirección de su habitación y nada estaba fuera de lugar. Fue cuando dio media vuelta que notó una sombra corriendo por el pasillo, girando por este; algo confundida siguió en dirección a la sombra, pensando en que quizás fuera su madre o su abuela buscando algo o explorando el lugar, algo había que hacer para entretenerse en aquella tarde de tormenta. Debió notar lo extraño que era que aquella persona siempre caminaba más rápido que ella, alcanzando siempre a girar al siguiente pasillo o cerrar la puerta de la siguiente habitación, pero tampoco tenía mucha prisa por avanzar.

Al girar por tercera vez se encontró con una pared al final de un pasillo no muy largo. Una reja entreabierta rechinó al final indicando la habitación donde había entrado, sin embargo se encontró con que no era una habitación sino unas escaleras que subían. Fue allí cuando se detuvo a pensar. ¿Por qué su madre o su abuela recorrerían el lugar sin compañía? Su abuela necesitaba compañía, su madre no era curiosa en lo absoluto. Al final de las escaleras no se encontraba nadie, solo la oscuridad parpadeante por la luz, el viento y la lluvia que entraba por las ventanas. Nadie subiría solo, en especial en un lugar de apariencia tan poco amigable. Pero allí estaba el sonido de pasos a la distancia.

Mayrin llamó a su mamá y no respondió, llamó a su abuela y tampoco hubo respuestas, los pasos ya casi no se oían, pero con el eco resonando entre el pasillo alguna debió escucharla, a menos que se encontrara ya alejada. May volvió sus pasos hacia su habitación, encontrando sus voces del otro lado del pasillo. No había señal más clara, había alguien más en aquella casa. Aunque esto le alarmó de primera pensó en lo más lógico. Habiendo estado tantos años abandonada, quizás algún desafortunado sin techo decidió alojarse allí, dado que su llegada fue tan inesperada y sin preparaciones debió darse cuenta muy tarde de que ya había nuevos dueños. "Pobre hombre". Pensó May. "Debe estar asustado, intentando salir de aquí". Movida por la lástima y algo de compasión, regresó a las escaleras esperando que no se encontrara tan lejos.

Al subir las viejas escaleras el aire salado y frío podía sentirse en sus mejillas. La vista a través de las ventanas era tan terrible y monstruosa como cualquier historia de terror. El mar rugía lleno de furia, agitándose, elevando las olas hasta alturas devastadoras, May se encogió de terror al pensar que cualquiera de esas olas podría alcanzar la costa y borrar toda la ciudad en solo segundos, o que cualquiera de los rayos pudiese alcanzar tierra y acabar con todo. Pero lo realmente peligroso se encontraba lejos para la fortuna de las personas, solo el viento huracanado golpeaba los edificios que luchaban inamovibles por permanecer, aferrándose a sus cimientos.

Las gotas de lluvia que bajaban desde el cielo golpeaban tan fuerte su rostro que se sentían como granizo que alguna vez, en una lejanía temporal, llovieron acompañados de olvido y soledad sobre una pequeña e infortunada Mayrin. El ácido recuerdo que golpeaba sus mejillas le obligó a adentrarse por entre los pasillos y las habitaciones, llamando ocasionalmente alguna alma viva, pérdida en aquel sucio y polvoriento limbo. Nadie respondió. De vez en vez creía escuchar una especie de susurro entre el viento, una risa, un lamento, con tanto ruido de fondo no sabía si era alguien o solo ella y su imaginación. Le pareció que alguien la llamaba aquí o allá y nadie apareció.

Ventanas sin cristales, balcones viejos y agrietados, manchas negras en techos y paredes desnudas y grises o sobre tapices decorados en colores que huyeron con el tiempo, solo eso había; solo habitaciones completamente distintas a la anterior, al menos, era un alivio saber que las habitaciones y los estudios no solo eran espacios vacíos, habían muebles disfrazados de fantasmas, abandonados y olvidados, May no tocó nada, buscaba a alguien y no valía la pena perder el tiempo en cosas como esas, menos aún de noche. En algún punto de su recorrido llegó a tropezar con libros escritos en otras lenguas, incluso con libros en blanco. No podía imaginar qué clase de personas vivieron allí antes que ellos.

Dio vueltas y vueltas estando perdida, hasta llegar a una sala de estar repleta de blancos fantasmas de algodón. Frente a ella una pared de cristal recibía el azote del agua y el viento. Un viejo reloj sonaba bajo las sábanas marcando la hora en punto le dio aviso de que había pasado ya mucho tiempo en el primer piso. Al descubrirlo, las manecillas señalaban las doce, May no era muy buena calculando el tiempo, pero estaba segura de que no había pasado tanto tiempo allá arriba, al menos, no había pasado cuatro horas buscando vagabundos.




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