Maison d´ May

Capítulo 8.

May dándose cuenta que estaba a punto de enloquecer a su familia subió a buscarlo, hablaría o haría un nuevo trato con él si lo necesitaba. Sus juegos en algunas ocasiones la volvían loca a ella también. Su madre había reclamado por el incesante sonido que había en especial por las tardes, haciendo referencia a las viejas canciones tocadas en el gramófono, en especial ese día, en cualquier rincón de la planta baja se escuchaban los valses llenando al espacio de polvorienta nostalgia, forzando a recordar a sus habitantes que se trataba de un edificio decadente, espectral y olvidado que se sostenía por fuerza de milagros y acaso la fuerza de sus cimientos y paredes gruesas. Las orquestas se encargaron de recordarle a May que la vieja mansión era mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera, mostrándole los interminables pasillos y sus amplios salones mientras buscaba cada maldito gramófono de cada maldita habitación para silenciarlos. Tardó lo que pareció una eternidad hasta llegar al último maldito aparato. La victrola de valija en su habitación. 

Sin embargo, algo le preocupaba. Cuando la música se escuchaba tocar él o algún otra alma amable se encontraban cerca, ese día, las almas que rondaban el primer piso eran apenas sombras que pasaban de una habitación a otra con pasos aletargados, encorvados y distraídos, entes tranquilos y sin fuerzas en la eterna espera de su penitencia cuyo único consuelo para su límbica prisión era escuchar algo más que el suplicio agostado de sus compañeros. May había notado un patrón distintos en estas almas. Al escuchar las melodiosas notas de los discos de acetato solían reunirse en la habitación. May podía grupos de sombras estáticas por toda la habitación enfriando el aire y densificando el espacio, volviendo difícil la respiración y pesada la estadía, solo para dispersarse al terminar la música. Ese día era diferente, la música en realidad había comenzado a tocar cuando May salió de casa y se detuvo cuando llegó a su cuarto quitando el último disco. Pero, aunque llegó a sentir las presencias no pudo ver una sola de estas. No tardó mucho en darse cuenta que en la casa, dejando los sonidos cotidianos de la familia, se encontraba silenciosa y quieta, ni siquiera el susurro del aire podía oírse. 

Al subir, sus pisadas no produjeron sonido alguno y todo lo que se escuchó fue el chirrido insoportable de la reja al moverse. May cerró por precaución, sintiendo el lugar frígido como noche de invierno, más denso y pesado de lo normal, presintiendo que algo malo pasaba. El correr de los insectos se escuchaban con claridad entre aquel silencio espectral, los pasillos con los que se había familiarizado tan bien de pronto volvieron a ser tenebrosas, inquietantes, silenciosas. No había oscuridad, no era de noche, ni había nubes que ocultaran al sol, aún así en el aire persistía ese gris tenue que opacaba la visión como mañana de niebla. Llamar a alguien en voz alta parecía una mala idea, como si en cualquier momento alguna criatura pudiese descubrir su presencia. Los primeros pasos se sintieron pesados y lentos, algo le impidiera moverse con naturalidad, teniendo que hacer doble esfuerzo por moverse, lo que le provocaba ansiedad, haciéndole sentir una marioneta torpe que camina sin moverse de su lugar, o una muñeca que da pasos rígido apenas si sentía que avanzaba.

La soledad era una fría y afilada cuchilla atravesando su piel, los temblores le invadieron acompañado de sudores fríos; su propio palpitar desesperado le impedía enfocarse en algo más que sus propios malestares; el ahogo y los mareos escalaron sobre su cabeza rodeándola como una cúpula invisible, sofocando hasta sus pensamientos. Recorrió el primer pasillo lentamente, como si el tiempo apenas diera pasos, nadie se encontraba donde debía. Ni un solo alma que se asomara por algún rincón. Ni los hombres-sombra, ni Ninel, ni Disan. Su propia voz apenas podía salir como susurros, como silbidos que intentaban formar palabras, la adrenalina comenzaba a correr martillando por sus venas, su interior le gritaba "corre", su cuerpo parecía pausado. Solo una única presencia se sentía y era sin dudas hostil.

Con lágrimas en los ojos, completamente desesperada por no encontrar a nadie intentó gritar por ayuda, que sus abuelos, su madre, su hermana o su padre llegara y le diera bofetadas por su exeso de imaginación, que le diera un golpe o un soplo que le regresara en sí misma. Que la devolvieran con los doctores a terapia por su nueva crisis, que le devolvieran sus medicamentos para los nervios y el insomnio, cualquier cosa era buena mientras la devolviera a su cuerpo y a la realidad. Su voz la abandonó, apenas el leve sonido de su aliento pudo salir de sus labios. Nada. Nadie. Abandonada de pronto en un mundo macilento, demasiado gris y demasiado brillante con alguna entidad hostil al acecho por algún remoto rincón del lugar. La muerte ya no parecía una idea ridícula sino un peligro latente.

El pasillo poco a poco comenzó a llenarse de susurros que resultaron ajenos e irreconocibles a cualquier ente que se hubiese encontrado antes, aquello cortaba su respiración arrancando el oxígeno de sus pulmones asfixiandola, May no podía encontrar de donde provenían aquellas voces que se acercaban cada vez más. Un sonido discordante le devolvió la rapidez de su reacción y al fín pudo moverse con libertad. Con el pecho oprimido y el sudor frío cubriendo su rostro y pecho, May comenzó a respirar con dificultad, agitada, con la mente nublada ¿Donde estaba él? ¿Donde estaban todos? Necesitaba volver a la seguridad de la planta baja, buscar entre su maletín de emergencias y esperar que algo dentro pudiese ayudarle a recobrar la calma, en cambio se encontraba sola a merced de aquellos quienes se aproximaban.

Por una de las ventanas a ver hacía los pasillos del ala este alcanzó a distinguir una explosión luminosa entre el azul del horizonte, en un cambio de colores que fluctuaron a través del cielo, volviendo a su estado inicial después de desprender una bola de fuego dorado que caía en dirección a la mansión. Como estrellas fugaces, entraron por los grandes ventanales volviéndose  figuras de luz y fuego de intimidante aspecto semihumano arrastrando un muchacho suplicando piedad. Encontrándose a la suficiente distancia para no notarla pero demasiado cerca para lo que era conveniente pensó en atravesar la puerta abierta a su alcance. May quedó paralizada por el terror al percibir en cada fibra de su ser el terrible poder que emanaba de aquellas luces semihumanas; frías, hermosas, con un vago aspecto de ángeles alados. La visión era estremecedora, las piernas comenzaron a fallarle debido a los temblores,  su sola presencia le impedía huir y le arrancaba las fuerzas incluso para mantenerse de pie, al desplomarse una fuerza distinta la jaló dentro arrastrándole detrás de la cama. Desde allí podía escuchar con claridad las voces melodiosas que parecían provenir de todas partes.




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