Maison d´ May

Capítulo 12

La mañana se apresuró a darle la bofetada de realidad que necesitaba para encarar las consecuencias de sus no tan buenas desiciones, tan ansioso estaba el día de arrebatarle el descanso que llegó incluso antes que el sol, acariciando su ser con olor a mar acompañado de migraña, náuseas, culpa y arrepentimiento. Despertó en aquel catre con olor a rosas marchitas y pasado de sabor amargo ligeramente acre que le recordaba al té diente de león con jengibre que bebía después de llorar, en ese momento, unas intensas ganas de beber un poco cosquilleaba por su garganta.

 A su lado descansaba él mientras le miraba con la más dulce sonrisa que había visto, con la punta de sus dedos recorrió su perfil, besó suavemente sus labios antes de sentarse y ver a la nada por quince minutos. Sentir esos fríos labios de miel y hiel era saborear un doloroso paraíso. El suelo seguía cubierto de cartas y fotografías empolvadas, frío bajo sus pies descalzos. El frío toque de sus dedos recorrieron su espalda para apartar su cabello  erizando su piel, transitando por su cuerpo de pies a cabeza; él se incorporó tomándole de la cintura, apretando su espalda contra su pecho, besando su nuca, sus hombros y su cuello. Los tirantes de May seguían colgados y los botones desabrochados dejaban libre la vista de su único sostén de encaje.

No podía verlo a los ojos después del asalto de la noche anterior. Al menos había vomitado antes de llegar a la habitación, después de so no pasó mucho antes de que cayera dormida. ¿Qué pensaba hacer con él de todos modos? O peor, si las cosas hubieran ocurrido en otro lugar, como una casa normal, después discutir con su mamá estando alcoholizada como la noche anterior, si estuviese un chico vivo. Un chico vivo. Mayor. Criminal. Si no hubiese sido él ¿Habría escapado de casa y se hubiese acostado con el primer chico que pasara por el frente? Esa no era ella y le aterraba cometer una locura como esa. Pero ese ángel con piel de lobo era irresistible y tan malditamente atrayente como la gravedad.

-¿La próxima vez puedo quitar algo más que tus medias? -ronroneó

-Eres un idiota –respondió- y hoy en día se considera pederastia. Y se paga con prisión.

- Fuiste tú quien saltó a mí -respondió indignado- no puedes culparme de algo que tú iniciaste.

-Estaba ebria y emocionalmente vulnerable -dijo a la defensiva, totalmente avergonzada- si te aprovechas de ello para acostarte con una mujer, en especial una menor de edad, vas a prisión por violación.

-¿Violación de qué?

-... es algo como así atentar contra la decencia y la dignidad de una mujer.

-Que ridículo. Una mujer que se embriaga no tiene decencia.

-Ya no estás en 1940  –dijo molesta- esto es el siglo veintiuno y las mujeres tienen más libertades y derechos que en tus tiempos.

-Aun así, una mujer ebria no es agradable.

-Tampoco lo es un hombre.

-Es por ello que no me embriago. Soy un hombre decente.

-Genial. Hasta ayer por la mañana jamás había salido a divertirme con amigos, tampoco había bebido, tampoco fui una chica indecente o rebelde. Y esta mañana eres mejor persona que yo.

Cubrió su cara de la vergüenza, incluso si fuera cierto que era un hombre decente o que ella no era una alcohólica, seguía siendo una mala chica. No como en un término cool, sino como una manzana en verdad podrida. Al ver sus hombros sacudirse pensó que comenzaría a llorar, esas no eran sus intenciones, no se perdonaría herirla de esa forma cuando ya había cometido otros errores con ella, algo de culpa floreció en su muerto pecho oprimiendo su respiración, la tomó en sus brazos queriendo acurrucarla, el beso en su frente fue casi cálido, reconfortante: pero no permaneció mucho tiempo antes de apartarse. May no tenía el coraje para abrigarse entre su amor, no lo merecía después de lo que había hecho. Se abrió paso atravesando la habitación para sentir la fría brisa marina.

-En verdad no creo que seas una chica indecente –dijo dulcemente- solo quería molestarte.

-No es solo por lo que dijiste. Anoche discutí con mi madre y puede que la haya lastimado.

-Lo que sea que dijeras, te perdonará. Las madres siempre lo perdonan todo.

Se abrazó a sí misma. Dijo cosas que no debía a su madre, pero su madre también lo hizo, al final no debió tomarlo tan a pecho, su madre podía ser muy dramática, nada de lo que dijera era enserio, al final, May siempre volvía y se disculpaba. Tenía razón, solo quería lo mejor para ella, la regañaba porque la amaba, era más exigente con ella porque sabía que podía ser mejor. Últimamente era ella la rebelde, ciertamente era una ingrata que hacía lo que quería y luego hacía un berrinche cuando no podía tenerlo todo. En ese aspecto se parecía a su hermana, era obvio que no era a eso de lo que hablaba su madre.

-¿Es imprudente preguntar por qué discutieron?

-A mi mamá no le gustan mis amigos y me prohibió volverlos a ver.

-¿Por qué?

- Los juzgó por su apariencia. Cree que son delincuentes, pero son muy buenos chicos, es solo que su apariencia no es a lo que está acostumbrada.

-Tu madre no puede prohibirte amigos si no los ha conocido.

-Es lo que intenté decirle, pero no quiso escuchar. Se que lo dijo por mi bien pero todo se salió de control y ahora no sé cómo arreglarlo. Me cuesta hacer amigos y ellos han sido muy amables conmigo, pero mamá...




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