Maison d´ May

Capítulo 18

La tormenta persistió durante el día siguiente, y al siguiente, y al siguiente...

En algún lugar de la casa el radio anunciaba que un huracán grado cinco seguía azotando la zona causando estragos en los pueblos cercanos. En el interior de aquellas paredes, los lamentos se cruzaban con los gritos de furia al compás del golpeteo de objetos al caer o al ser arrojados. Sin su carcelera los espíritus se dieron libertad de vagar entre los espacios abiertos buscando un lugar donde reposar, sus explosiones se traducían de desastres algunas veces pequeños y otros demasiado evidentes. El malestar se traducía en energía acumulada y esta era expulsada de cuando en cuando desordenando el lugar. Existir en un campo lleno de vivos no era lo más placentero, no importaba si los espíritus fueran conscientes o no de su estado, podían sentir la presencia de algo intangible que robaba el aliento y volvía el espacio más denso. 

No era la primera vez que la familia pasaba por una situación así, cuando el estudio del padre amaneció con todos los objetos en el suelo y las ventanas rotas sospecharon de lo que se trataba. En la mansión De'Ath no solo los entes abrumados por la muerte susurraban. Desde su escritorio un par de erinias susurraban en los oídos del padre para trazar el rumbo que su familia tomaría antes de que las oportunidades se presentaran. Ilda se encargó de desplazar a Brigette y Ritter fuera de la vista de Adler y a May fuera de sus pensamientos. No había otro culpable en esa casa que quien ya había hecho cosas como esas años atrás. Ilda rabiaba cada que veía un nuevo estrago, más aún cuando se dirigía a la habitación y encontraba que esta seguía bajo llave cuando ella ya la había abierto. Nada podía explicar lo que sucedía y Briggette, que parecía no sorprenderse, se negaba a decir algo al respecto.

La puerta produjo llamados arrítmicos que con los días disminuyeron. Los reclamos de la arpía enfurecía también a Étienne que solo podía mirar como esa perra aullaba contra la puerta de su dulce sol; mientras su alma lloraba tras esa puerta, la horrible mujer y su vástaga seguían su vida como si nada pasara. Una tarde cuando su ira explotó se dio cuenta de que sus poderes podían atravesar las barreras si se concentraba en ello con todas sus fuerzas; la pequeña bestia se acercó reclamando por sus cosas, maldiciendo e insultando al aire mientras forcejeaba la puerta, de un momento a otro su poder se concentró en una pequeña parte, sintiendo como sujetaba a la chica tiró hacia sí. Dina cayó al sentir que algo la había tomado del pie, miró aterrada a un lado y a otro sin ver nada, al intentar levantarse una fuerza invisible tiró de nuevo arrastrándola, no fueron más de 10 centímetros, pero eso bastó para alejarse.

-Eres una maldita perra -escupió disimulando el terror- ¡Jamás dejarás de ser el fenómeno que eres!

El pequeño monstruo no volvió a acercarse a ese lado del pasillo. La gran bestia por otro lado fue difícil de ahuyentar, pensó que al ser mayor y tan malditamente dramática saldría corriendo al abrir la ventana del pasillo, pero no. Al tirar de ella solo produjo una blasfemia. Estaba asustada, pero no sorprendida, al caer sentada lejos de la puerta maldijo su existencia, maldijo que ella y aquella mujer de nombre similar fueran aberraciones tan parecidas, maldijo a los ancianos por darle todo y, finalmente, maldijo a su padre porque por él estaba en este mundo. A diferencia de su pequeña alimaña ella murmuraba, esa infame mujer la despreciaba, Étienne no había visto tanta repulsión hacía alguien desde su trabajo en la SS, la ferocidad de su habla solo podía compararse a fräulein Grese cuando mencionaba a su padre. 

-Vas a lamentar meterte conmigo pequeño engendro -amenazó por lo bajo- recuerda lo que pasó la última vez que intentaste algo como esto.

Étienne dejó de molestar a la banshee por temor a las represalias que pudiera tomar contra Amara cuando entendió que aquello se lo atribuían a ella. Su mujer era todo un misterio para él, desde el momento en que la conoció y hasta el último de sus días. Pero en tan poco tiempo había cambiado tanto que apenas la conocía. Sus gustos eran los mismos, todavía tendía a comer y comer cuando algo le angustiaba, todavía se quitaba los zapatos y subía los pies al leer, se mordía el pulgar al pensar y, sobre todo, seguía siendo esa misma chica que entendía el sufrimiento de los otros y se preocupaba por quienes más amaba. La chica que estaba dispuesta a pagar lo que fuera para proteger y cuidar a quienes la necesitaban. La Amara de la que estaba perdidamente enamorado.

Tan pronto verle la primera vez se dio cuenta de que, una de las cosas que conservó fue aquella aflicción que solo mostraba en privado, pero no la fuerza de carácter con que se había formado. Kasyade, su madrina, le había forjado un carácter temible y sólido, la volvió una mujer impetuosa llena de orgullo, capaz de ser arrogante y cruel frente a quienes intentaban menospreciarla. Cualquiera que se encontrara con ella solo podía respetarle como la imponente dama que era, nadie dudaba de sus habilidades, nadie se atrevía a contradecirla. Su madrina siempre quiso convertirla en una copia suya y, en apariencia, lo había logrado; fuera de casa Amara era la figura viva de una femme fatale, peligrosa, intimidante, soberbia, seductora. Dentro de la seguridad de su hogar, su corazón era frágil, la templanza era olvidada para rellenarse de galletas mientras fumaba y lloraba descalza en la sala entre sus brazos.

Étienne adoraba su bondad, pero admiraba más la fuerza con la que se levantaba cada mañana y tomaba su papel. En especial cuando, después de tantos años dejó de ser una mera actuación para satisfacer a su mentora a ser una parte genuina de ella sin perder su esencia el proceso. En el presente, en ese momento, no estaba siendo ella, no había luz ni fuerza, no había esperanza ni lucha. Su alma lloraba quedamente detrás de la puerta recibiendo el veneno de las arpías sin intenciones de enfrentarse a ellas, eso le atemorizaba. ¿Que había paso en los años en los que estuvo ausente? ¿Cuánto la habían herido para derrumbarse de ese modo? Maldijo a todo aquel le la hirió y maldijo no poder hacer nada para protegerla.




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