Maison d´ May

Capítulo 19

Su vida pudo volver a correr la mañana siguiente. 

Los besos y los abrazos llovieron todo el día, no hubo momento en que sus abuelos se fuesen de su lado, no había recibido tantos besos desde su décimo cumpleaños. Las preguntas le acribillaron desde el momento en que salió de su trinchera y no hubo un cese al fuego hasta que Adler se sentó en la mesa. Desde ese momento y hasta el momento en que cruzó el pórtico ninguna de las mujeres dijo nada. Solo el Ritter tomaba la palabra de cuando en cuando, mientras Briggette lanzaba miradas severas a Ilda por sobre los hombros.

-Veo que te sientes mejor -dijo a May- tu madre dijo que estabas enferma

-Estoy mejor 

-Y sobre las trastadas que hiciste...

-Déjala, nosotros nos encargaremos de ella -dijo Ritter- haremos que repare lo que hizo.

May miró al abuelo con un la pregunta al borde de sus pestañas, pregunta contestada con leve movimiento que indicaba guardar la calma. Dina se mantuvo callada, miraba de reojo a su hermana como si en cualquier momento pudiera saltar sobre ella, cuando estuvo a punto de decir algo cuando su hermana alejó su silla volteando a otro lado. Su madre a su vez no podía mirarla con mas molestia de la que ya sentía. May se hizo una nota mental para mantener distancia de ellas y evitar molestar a su padre, luego quizás preguntaría que pasó entre ellos, después buscaría congraciarse con ellos de nuevo.

La abuela se encargó de preparar suficientes postres para rellenar a May como pavo. La cocina fue siempre un refugio, el lugar donde todo estaba bien y el sabor a eierschecke era el consuelo que aseguraba que el sol seguirá brillando para ella. Su abuela era lo más importante que tenía, era a quien acudía cuando tenía un mal día, cuando se sentía sola, incluso para cosas tan sencillas como estudiar. Mientras preparaba el plinsen bajo la supervisión de su abuela se sentía bajo las alas de un ángel, las porciones  vertidas en el tazón vertía consigo un recuerdo que confortaba su corazón. 200 gramos de mimos del abuelo cuando mamá y papá viajaban, 75 gramos de besos de la abuela después de un mal día en la escuela, 50 gramos de dulces abrazos después de una noche de pesadillas... 

Las recetas se repetían puntuales en su mente mientras sus manos se movían al batir, mezclar, verter... May conocía al pie de la letra las recetas sajonas de su bisabuela, mejor incluso que ella, las conocía desde que tenía memoria, tenía sus propios secretos para darle el toque diferente a cada receta. Joël Robuchon había dicho una vez que al dar un pan repartías amor y May no podía estar mas de acuerdo. El amor olía a pan recién horneado y a compota fresca. El amor debía saber a una taza humeante de té de hierbas y brioche de mascarpone rellena de crema.  Los postres eran la forma física del amor, dulce y delicioso; el amor era el alimento del alma y la comida la expresión de amor más genuina que podía existir. Cocinar era un fino arte casi alquímico, donde cada ingrediente perfectamente proporcionado se combinaba para crear la única obra de arte capaz de llegar a todos los sentidos y llenar al corazón.

May pensaba, que si el amor olía a pan, entonces el amor de cada persona olería un pan diferente. El amor de su abuela, por ejemplo, debía oler a eierschecke, el amor del abuelo olía a holzofenspeckseele (el favorito de la casa) y sus padres a weizenbrot. ¿A que olía el amor de Étienne? May lo pensó un rato, el brioche era frances, pero su olor no le recordaría a él del todo, debía haber más como nata o crema, como el chiboust tal vez...

-¿Piensas en algo, floreceta?- preguntó la abuela

-Pienso en que quizás la próxima vez podríamos hacer brioche con firschkäse.

-Eso suena exótico -sonrió la abuela- nunca hemos intentado hemos hacer eso.

-Es solo pan francés, no debe ser muy difícil -respondió con serenidad- vi una receta en internet de como hacer queso mascarpone y quiero intentar ambas cosas al mismo tiempo. ¿Recuerdas cuando lo probamos?

-Tenías seis años a lo mucho, me sorprende que lo recuerdes ¿Que mas hay en tu mente?

-En panes y pasteles, abuela -sonrió- y quizás un poco de té frío para acompañar. 

May continuó amasando su pasta base. Nada malo podía pasar al hornear, el cocinar mantenía sus manos activas y su mente ocupada, su corazón se mantendría a salvo de las feroces fauces de las bestias de casa que regresaban con la luna. El delicioso olor de los ingredientes al mezclarse se volvían hechizos de protección cuando el amor maternal transmutaba a la cruel indiferencia de la desconocida que la criaba. Cuando no podía plantar su lugar era la cocina. Cuando llovía, cuando el otoño se llevaba las hojas y el invierno volvía estéril la tierra cubriéndola con su inmaculado manto, el corazón de la cocina se mantenía ardiendo, su hogar seguía guardando su calidez abrigando las almas de frío tempestuoso y los peligros hostiles del exterior.

Recordaba también los días en que el sol brillaba y su abuela le llevaba al jardín para distraer su dolor. Una costumbre heredada de su abuela y está de su propio padre. Cada que estaba triste, frustrada o enojada le daba una pala y una bolsita con semillas para desahogarse. Una flor por cada tristeza, una especie por cada rabieta, una frutilla por cada decepción.."Siembra tus penas querida" decía su abuela arrodillándose en la tierra. Por ello el jardín de la abuela era como una tierra de hadas cubierta de vida, desde musgo y pequeños hongos hasta árboles frondosos repletos de frutos, no había centímetro de tierra sin vida, por ella los jardines de su casa se mantenían floridos.

"Con mi dolor sembraré vida, con mi yerro purificaré la tierra..." Una flor por cada crimen, un fruto por cada pecado. Sus manos arrancaban las malas hierbas y cubrían las semillas con tierra con la esperanza de que la tierra removida trasegara su conciencia, el conocimiento de sus pecados pesaban más que el más denso de los metales sobre sus hombros. Una mano gentil y cálida recorrió su mejilla hasta su mentón y alzando su rostro, sus ojos eran demasiado oscuros para ser azules, tan profundos como abismos y sin embargo desprendían la calidez del sol. "¿Cuántas lágrimas has derramado para que naciera tu jardín?". "Una por cada muerto". "¿Acaso piensas sembrar un bosque?". Claro que lo había pensado, podría convertir la tierra en un bosque infinito de culpa...




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