Maison d´ May

Capítulo 23.

May entró angustiada viendo como Devi se dejaba llevar de la mano de Eissen. Algo le sacó de su conciencia, le había tomado, manejando sus extremidades como si cuerdas invisibles controlaran sus acciones.

 Eso es lo que quería creer. Por qué aquella voz que resonaba en su mente solo pedía algo que era justo, cuya responsabilidad era de May y de nadie más. caminaba y luchaba para cumplir con ello, porque sabía que era lo correcto, aquello iba mucho mas allá de la conciencia, era algo que podía sentir en su alma. Étienne se lo había advertido, no era la primera vez que sucedía. Devi tampoco parecía sorprendida de aquella presencia, tal vez por ello y no por Étienne era que actuaba extraño de vez en cuando. La única que parecía ignorarlo era ella. Alguien tras esa puerta la llamaba cada noche a la misma hora.

Las paredes de su habitación le brindaron el abrigo a sus nuevos sentimientos. Se dejó caer en la cama arrojando los zapatos al aire toda exhausta, lanzó lejos su sostén y quedó tendida viendo el techo con pesadez. Un largo suspiro desde la puerta llamó su atención, May sonrió para él moviendo su mano llamándolo. Él obedeció con una sonrisa, su chica estaba bien, nada importaba después de eso.

-¿Estas cansada? -ronroneó

-Muchísimo

-¿Busco tu camisón? –preguntó con dulzura

-En el tercer cajón de la derecha, la rosada de lazos.

El camisón era adorable, de viejo corte amplio de algodón, con mangas de princesa y encaje en los bordes. Étienne se tomó su tiempo de apreciar la prenda antes de entregarla, al ver que su chica no tenía la menor intención de moverse procedió a desvestirle, conteniéndose de admirar más de lo que era decente de un hombre de su clase. Se limitó a besar con la mirada la belleza de su blanca piel, recorriendo con su ese azul profundo las viejas cicatrices en su cuerpo. Podía reconocer aquellas que dejaron huella en su piel a través del tiempo, las nuevas eran desconocidas para él, pequeñas e insignificantes en comparación. Claro que no debía sorprenderse, no era una damisela propensa al peligro, más bien era un dragón de ardientes fauces, labios dulces y ojos bonitos. Contó cada lunar, viejo y nuevo en su espalda, en su vientre, en sus piernas.

Se preguntó con algo de tristeza si alguien más ya había sido testigo de su perfección, si alguien había besado sus labios, si habían escuchado los latidos de su corazón, si alguien la había amado en su ausencia o si se volvió a enamorar. Su Sol, tan luminosa, tan cálida, imposible no enamorarse de una diosa en la tierra. No reclamaría si así fuera, fue él quien no estuvo para ella, no merecía que le esperara todo ese tiempo porque, a fin de cuentas, tendría que seguir esperando y esta vez no podría darle la vida que merecía. Ella merecía ser feliz, divertirse cuanto pudiera, enamorarse de nuevo, ser besada por labios cálidos y ser abrazada por un corazón palpitante. Tendría que dejarla ir en algún momento, dolía en cada partícula de su existencia, pero era la verdad. Al menos, quería sentirla suya el tanto tiempo como pudiera.

-¿Esta noche fue mejor que la anterior? -preguntó

Étienne le dio un masaje de pies, de piernas, subiendo por sus muslos. May le contó cuan divertida estuvo su noche, necesitaba compartir con alguien su vida, lo bueno y lo malo, lo que decía y callaba, alguien que la escuchara, que conociera esa parte de ella que nadie más podía conocer. Alguien que le demostrara que el amor no tenía por qué ser difícil y por sobre todas las cosas, podía amarse incondicionalmente. Ese era Étienne. Solo él miraba a sus ojos mientras escuchaba sus palabras, solo él había sido tan amable y paciente para conocerla, la trataba como si fuese la cosa más frágil y valiosa del mundo, le hablaba con palabras delicadas y calculadas, dulces y gentiles; él la amaba y la conocía mejor que sí misma. Todo lo que podía desear para ella era él.

Étienne subió su masaje a la espalda sobre el camisón, frotando en círculo por su cuello y hombros escuchando la voz de ángel de May. Era bueno escuchar su alegría de vuelta, su armónica risa y suspirar lleno de ensoñación. No podía estar más agradecido con el Cielo por que al menos ella tenía la oportunidad de una vida tranquila, lejos de crímenes y culpas, lejos del horror y la muerte. Podía hacer lo que quisiera, era libre. Si lograba liberarse del peso que las brujas arrojaban sobre ella entonces podría ser tan dichosa como siempre deseó. De pronto una chispa traviesa iluminó su rostro.

-Esta noche no estoy ebria –dijo en un intento de ser coqueta.

-La vez pasada tampoco –respondió tranquilamente- pero también estabas exhausta.

-Esta vez no lo estoy –ronroneó.

Étienne rió. Su intento de seducción era más bien tierno, si fuese la misma de antes caería totalmente indefenso ante ella, pero era algo que no había aprendido hasta los veinte con muchos intentos torpes. Sin perder la calma o la dulzura la cubrió con las sábanas, no era la ocasión. Finalmente había aceptado que no estaba lista para ello, los tiempos eran diferentes, no había por que darse prisa. Esta vez entendió que era mejor para ella crecer más despacio, estaba bien seguir siendo una niña.

-No es justo –reclamó de pronto- Conoces casi todo de mí, pero yo no conozco casi nada de esto...

-¿Quieres verme desnudo? –Sonrió con picardía- ¿Estas lista para ello?

May se sonrojó encrespándose de la vergüenza al darse cuenta de lo que había dicho. No había sido nada propio de una chica, de hecho no había sido muy propia ese último par de meses para empezar. ¿Se estaba volviendo como su hermana? May se imaginó de pronto junto a su hermana, usando vestidos cortos, bebiendo su costoso frappe mientras coqueteaba con chicos lindos en la playa. Solo imaginarlo le produjo un dolor tan fuerte que le provocó mareo. No era ese el tipo de chica en el que deseaba convertirse. ¿Qué le diría su abuela si la viera de ese modo?




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