Maison d´ May

Especial de año nuevo

Extra de cumpleaños-año nuevo

Sueños húmedos

Caliente, húmedo, terso. Así es el amor en su lado más perverso. Al caer el sol, la luna, lasciva y anhelante, llama a los amantes a participar de las carnales danzas del amor prohibido; la más sagrada de todas las uniones, donde carne, corazón y almas se mezclan con el otro, en cuerpos que encajan cómo piezas de un mismo rompecabezas.

El vaivén de unas caderas, el girar de una cintura y el tierno jugueteo de un par de pechos tersos al ritmo de las melodías orgásmicas de un par de almas que sincronizan sus latidos llenaban sus sueños húmedos. Entre la oscuridad su piel brillaba como la luna y sus ojos eran oscuridad con un brillo perverso, sádico, desbordante de salvaje lujuria, su sonrisa era la de un demonio sediento de sangre, leche y miel. Un sacrificio profano tan puro que podía perdonar hasta el más sucio pecado.

Sobre ella, él lucía tan hermoso... sus manos lucían tan bellas cuando apretaba su cuello, su lengua era deliciosa cuando su saliva se mezclaba y recorría cada rincón, hasta lo más profundo, ahogandolos en deseo. No había nada que deseara tanto o más que el dolor de sus castigos. Sus embestidas furiosas, las feroces y hambrientas mordidas que marcaban su carne hasta sangrar, los ardientes aruñones que adornaban su figura. La enloquecía en cuerpo y alma. Él era la encarnación del sadismo crudo y lúbrico, el infierno y el paraíso; el castigo y la gloria. La hacia desear la calidez de la cera al caer de las velas aromáticas, las dulces caricias de la fusta antes de arder tras el azote y el asfixiante abrazo de las sogas que la sometía a su impía voluntad.

Era cruel, una bestia salvaje capaz de matar a sangre fría, con sus propias manos, de torturar a sus víctimas por placer y hacer de la vida de cualquiera un infierno. Cómo verdugo era bueno, pero en la cama era aún mejor. Verlo como el demonio que era la volvía loca, despertaba en ella su propio lado oscuro y perverso. El lado oculto que encontraba placer en el dolor, en la humillación y el sometimiento.

La observaba dormir y suspirar, retorcerse y tensar su cuerpo mientras sollozaba y gemía. En un principio le figuró una pesadilla, hasta qué sus preciosos labios de durazno susurraron pidiendo más, sus manos habían subido ferrandose por inercia a los barrotes de hierro en la cabecera y las sábanas habían caído al suelo mostrando su camisón subido. Era tentador. Demaciado. Y el no era un ángel. 
Su fuerza de voluntad no era nada comparado con sus impulsos primitivos; la deseaba como una bestia hambrienta a su presa, quería devorarla con una voracidad que nunca había sentido. Dentro de él su alma ardía enloquecida por profanar aquel ser tan casto como los cielos, de tal forma que un eternidad no le alcanzaría para pagar sus pecados. Ella estaba allí, tan expuesta e indefensa, podía tomarla si quería y ella no podría hacer nada para impedirlo. 
Se relamió los labios cuál lobo, saboreando cada suspiro de su Sol. Retiró los guantes de sus manos, pasando su índice por su ombligo, recorriendo el camino de subida hacia el camisón y siguiendo entre sus pechos. La había visto desnuda más de una vez, y en cada una de esas ocasiones había sentido el inquebrantable impulso de poseerla allí mismo y se había contenido. No le había puesto una mano encima, al menos no de esa forma. Pero justo en ese momento comenzaba a dejar de importarle.
Subió su camisón dejando a la vista sus bellos y suaves senos, tomando los con una delicadeza que no soportaba. Sintiendo, luego de décadas de fría soledad, la suave calidez de su corazón latiente. Las acaricio tiernamente, dando suaves masajes circulares, besando cada una, relamiendo como a un caramelo. Deliciosa. Su pequeño cuerpo se estremeció con violencia permaneciendo dormida por una suerte de milagro; sus manos se apretaron, sus piernas subieron y bajaron entre los surcos de las sábanas.

Sus oscuros y fríos ojos bajaron entonces, ropa interior era de un tono parecido a su piel, sin adornos o encajes, tampoco requería de tales para lucir hermosa. Con el tiempo se había dado cuenta que, en su presencia, podía hacer cosas que por si mismo no logrababa, había podido conectar con el mundo y con ella. Si podía tocarla y tomarla, quizás podría ir más allá. Su mano se escurrió por debajo del algodón tocando el paraíso terrenal que solo su mujer podían ofrecer. La miel, el calor, la fértil promesa de un futuro lleno de amor y placer mortal. El pertenecía a ese corazón, su hogar se encontraba entre esas piernas.

Un gemido sonoro resonó en cada partícula de su alma, mientras ella se retorcía de placer mientras los fríos dedos de su amado demonio hundía sus dedos en su interior, moviéndose dentro con un cuidado que hubiese preferido ignorar, obcequiandole dulces orgasmos de ensueño. Su interior era suave y cálido, abrazándole con una familiaridad que por mucho tiempo había olvidado. Dulce, dulce y sagrada calidez. Puerta del infierno con sabor a fruto prohibido. Paraíso lúbrico y ardiente.

La bestia dentro de él le ordenaba “sin piedad”, pero su conciencia le dictaba que paraba. Pero no podía hacer una cosa u otra. Si paraba, se consumiría en el fuego de la frustración, si seguía, la consumiría a ella en el fuego de su pasión. Si de cualquier forma iría al infierno. ¿Cuál era el mejor camino a tomar?

¡Feliz año!

El 31 de Diciembre ha sido mi cumpleaños y hoy 1 de Enero es año nuevo

Para celebrarlo les he querido obcequiar este especial. Espero lo disfruten




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