Maison d´ May

Capitulo 30.

-...por eso he pensado en regresar a los cursos de baile, pero no pienso dejar a un lado la gimnasia y sin mencionar el club de porristas, siempre quise ser una porrista y tengo el talento ¿Te imaginas como me vería con ese uniforme? ¿May? ¡May!

-¿Qué esperas que diga? -volteó hacia su hermana- terminarás dejando de lado el baile, no te gusta lo suficiente. Le das demasiadas vueltas al asunto

-¿Qué hay de tí, Mayrin? -preguntó su padre- ¿Volverás a gimnasia o tomarás ballet?

-Aún no sé, quiero intentar algo nuevo. Defensa personal no suena mal. Intentar lucha deportiva es bastante llamativa

-Uhg -gruñó la madre- si quieres tener espalda de hombre...

-Un poco de defensa personal no estaría mal -le apoyó Adler- sería una buena idea para las dos...

Las hermanas caminaban del brazo como si fueran mejores amigas unos pasos por delante de sus padres, después de la heladería no había encontrado la forma de deshacerse de ellas y tener más tiempo con su padre. Pero su padre, luego de llamar a la abuela convirtió una salida de compras en un paseo familiar, no solo eso, había logrado que el día fuese agradable para todos. Por la tarde, antes de regresar a casa dieron un último paseo por la avenida del Ermitaño, no muy lejos de la gran plaza, se encontraron con kiosco donde tocaba una banda de adultos mayores, alrededor había puestos de enseres, golosinas, cachivaches y juegos como las de ferias itinerantes.

May no había bailado con su padre desde que tenía seis años y tampoco había reído tanto a su lado como esa tarde, incluso, para no arruinar el día había prometido volver a gimnasia y canto y Adler convenció a su madre de dejarla escoger lo que quisiera, total, ya estaba grande y era buena chica. Bailó canciones de chachachá tan viejas como los músicos ante los ojos aburridos y desinteresados de Dina y su madre que paseaban sus miradas entre los puestos hasta que dina posó los suyos en una tienda en particular separando de golpe a May y a Adler.

-Papá, papá, papito, papi -lo llamó empalagosa- ¿Puedo entrar allá?

Cruzando la calle había una un local con estatuillas y objetos esotéricos, afuera un cartel se podía leer "Se lee la mano y la bajara".

-La suerte y el futuro no se lee, hija

-¡Por favor!

-May, cariño ¿Puedes acompañar a tu hermana?

Dentro de la tienda había cuatro angostos pasillos con toda clase de objetos curiosos y escalofriantes a la venta, desde cosas de santería hasta cosas que las niñas pensaron que era cosa voodoo. May caminó por delante con su hermana tomando su meñique como cuando niñas hasta el mostrador que se encontraba prácticamente en la entrada. Una chica llena de tatuajes y escarificaciones que fumaba yerba con total tranquilidad mientras leía un libro en algún idioma.

-Disculpe usted -llamó su atención May- ¿Aquí leen la suerte y el futuro?

Apenas si alzó los ojos del libro, escaneandolas de arriba a abajo, dio una calada a su churro y señaló al fondo.

-Sur le mur du fond, dernière porte

-Merci

May caminó entre el pasillo de las yerbas y huesos, estaba tan llena de masos de plantas secas y huesos colgados aquí y allá que apenas podían caminar, al final del pasillo, en el muro había tres puertas, en la primera tenía tallada el signo del zodiaco y tenía palabras en latín, la segunda tenía talladas runas nórdicas y nudos celtas y las palabras que parecían germánicas. La tercera tenía palabras en romaní y May supo incluso antes de leer la palabra taro que era donde debían entrar.

-Oye ¿Entendiste lo que dijo?

-Algo de una puerta al último, dernière significa último.

La habitación en contraste a la tienda, se miraba como debía igual que cualquier otra habitación esotérica, con tapices y cortinas coloridos y arte un tanto extraño, con muchas lunas, estrellas, ojos, manos y otras cosas que cualquiera relacionaría con el tarot y las bolas de cristal, de las cuales había una justo al centro. La gitana tras la mesa las recibió con un halo de misterio, dándoles una presentación que debía de saberse de memoria, algo a lo que May no le prestó mucha atención por observar al chico al fondo leyendo un libro sobre el atril. El chico tenía toda la apariencia de gitano, llevaba collares y aros en su oreja izquierda, apenas pareció notarlas cuando sus ojos miraron directos a los de May, ladeó la cabeza antes pasar página y volvió a su estado.

-Ce frumoasă pereche de aururi... -susuró con una sonrisa volviendo a su lectura.

May imitó su movimiento al escucharlo cuando notó que su hermana y la gitana le hablaban.

-¿Que esperas? -se quejó Dina- Sal, me leerán las cartas primero.

May esperó fuera a que le leyeran su tirada a Dina, en realidad no le interesaba demasiado que una gitana le leyera la suerte, ya sabía que tenía la peor de las suertes. May curioseaba con la mirada el lugar, caminando un poco aquí y allá por el pasillo, había visto en sueños ramas secas colgadas y acomodadas, incluso frascos con especias y otras cosas como esas, solo que en sus sueños no estaba en una tienda sino en una casa, buscaba algo específico aunque no sabía qué y al escuchar la voz de una mujer despertaba, era un sueño que tenía desde los doce, aunque no era uno recurrente, simplemente era uno más que solían repetirse de vez en cuando. Paseó entre las ramas intentando reconocerlas, pensando en que quizás entre ellos encontraría algo cuando una chica topó su brazo.

-Disculpa -dijo volteando a verla- no te ví.

-No, no, ha sido...

La chica había comenzado a disculparse igualmente pero se detuvo al mirarle mejor. Ambas salieron del pasillo de las yerbas y una vez al fondo se miraron una a la otra, como estudiando, con una mirada confusa, la chica entrecerró los ojos, May ladeó la cabeza levemente tratando de hacer memoria, le parecía vagamente familiar. Su cabello castaño siena brillaba en un pulcro moño italiano que no daba lugar a un solo pelo fuera de su lugar. Su precioso vestido blanco le dió celos a May, lucía como si acabase de llegar de una fiesta aunque no era escandaloso, su maquillaje smokey era tan perfecto y limpio como el charol de sus peep-toe negros. La chica escaneó totalmente a May, era diez centímetros más alta incluso sin tacones, por lo que le miraba hacia abajo de forma más bien arrogante. Dió un par de pasos atrás y no disimuló su curioso escudriñar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.