Adler escuchaba el bramido de la tormenta desde su escritorio, divagando entre los papeles frente a él y sus pensamientos, todavía conservaba los fragmentos del correo que Ilda recibió, los resultados de la prueba de paternidad, todavía sin leer. Suspiró largo y pesado, como si su sola presencia le agotara; aquellos trozos de papel impreso se encontraban más presentes en su conciencia que cualquier otro objeto en la habitación. Perturbaba su paz interna, si es que la tuvo alguna vez, se presentía más real que los presupuestos y ganancias -obviamente maquilladas- de la actual y anteriores empresas para las que trabajó, más real que sus ID e incluso que los múltiples certificados de nacimiento de sus hijas.
Faltaba menos de un mes para el cumpleaños de May y, fuese cual fuese su verdadera identidad, lo cierto era que se cumplirían 18 años ya de aquel sinuoso pacto. Pasaría a la mayoría de edad según los únicos testigos de su temprana existencia y los términos del testamento debían ser cumplidos de forma voluntaria o por la vía difícil. Adler se talló las sienes apartándose del escritorio para echar una mirada hacia afuera, era tarde ya y la lluvia continuaba cayendo y no parecía que dejara de hacerlo pronto, de pronto un gato saltó chocando en la ventana y comenzó a arañar los cristales exigiendo con maullidos la entrada. Cerró las pesadas cortinas retrocediendo hasta donde consideró una distancia segura, sintiéndose más oprimido y acorralado que nunca.
Creyó que lo había superado, que todo había acabado quizás, solo quizás, se habían rendido de buscar, pensó también que no podrían encontrarlo nunca hasta que recibió una carta directamente en su oficina a principios de ese año, sin remitente, dirección o firma. El contenido de la misma estaba claro. Solicitaban una restitución en un lapso de uno a seis meses o las consecuencias serían "inestimables"; aquellas terribles noticias escritas lenguaje demasiado frío, demasiado formal y directo le quitaron el sueño todos aquellos meses. No solo eso, antes de poder reaccionar comenzó a ser acorralado, acosado con cartas tras cartas, solicitudes tras solicitudes a las que no respondió, sus cuentas fueron bloqueadas y las opciones de huida se reducían día con día.
Alguien lo vigilaba, llamaba a su oficina, a su número personal e incluso a casa a altas horas de la madrugada, siempre a la misma hora. Podía ver su figura a la distancia, viendo hacia su ventana desde el otro lado de la calle, caminando a unos metros o cenando en el mismo restaurante, una figura oscura cuyo rostro no lograba distinguir. Una figura que lo siguió siempre como una sombra pero que desapareció sin más cinco años atrás solo para volver su vida un infierno de la noche a la mañana.
De la manera má extraña en que pudo manifestarse, aquel vigilante ignoto se presentó con el único objetivo de volverlo loco poco a poco hasta ser consumido por su propia paranoia; le gustaba jugar con su mente usando en su contra los objetos más cotidianos e insignificantes, como objetos fuera de contexto, cambios imperceptibles para el ojo que descolocaban el ambiente u objetos perdidos largo tiempo que aparecían solo para darle mensajes, para traerle recuerdos puntuales que intentaba enterrar y un largo etcétera que le ponía de nervios constantemente. Aquel ignoto le provocó aversiones de todo tipo como ciertos sonidos específicos o la aversión a los animales como los gatos.
Adler odiaba los gatos.
Desarrolló su terrible aversión por los felinos como resultado de un conjunto de ideas delirantes que apuntaron a la misma dirección. Sonaba demente, completamente desquisiado, si, pero su asociación entre la figura del felino con la del ignoto era inevitable. Solía agradarles a los animales, sobre todo los gatos, lo seguían cerca, maullaban como si lo llamasen, se posaban en tapias, en tejados y ventanas como si lo esperaran, con sus ojos clavados en él hasta desaparecer, siempre atentos, siempre vigilantes. Lo peor para él no era el acoso felino hacia su persona, sino que May también parecía estar atrapada en lo que fuera que le pasara; de una manera loca que no lograba comprender los gatos rehuian a Ilda y a Dinora, las ignoraban y evitaban, ello alimentaba sus ideas. Y May adoraba a los gatos por sobre cualquier otro animal.
El ultimátum llegó el seis de mayo a las seis y seis de la tarde. Alguien dejó un paquete sospechoso para él en la puerta de su casa por lo que decidió abrirlo dentro de su oficina; en su interior guardaba tres cuervos vivos y en el fondo un recado. "Se acaba el tiempo. Vuelve a Maison De'Ath". Cuando creyó haber alcanzado un poco de paz, cuando su familia estaba cómoda y feliz tuvo que emprender una nueva huida donde la única contenta de dejar Cinque Terre fue la misma May. Dos días después cruzaban el portal de la gran mansión. Adler recordaba con mucha claridad el día que llegaron a la ciudad, le pareció atestada de gatos y sus ojos fijos le ponían nervioso, se encontraban incluso dentro de la propiedad, gatos pardos ocultos entre la maleza seca y crecida, gatos negros entre las frondosas sombras de las ramas de los árboles, gatos drises sobre los contrafuertes. Ocultos por la gracia de su pelaje pero con sus ojos brillantes y sofocantes dirigidos hacia él. May escondió uno en casa los primeros días, lo tuvo en su habitación hasta que él se deshizo de la pequeña y gris criatura a la que Ilda confundió con una rata, mas no pasó mucho en ver aparentes consecuencias, pues May estuvo absorta en el orden de la casa y el cuidado de ese gatito la mantuvo optimista ante la nueva situación y al deshacerse de este comenzó a recibir quejas y más quejas de una May cada vez más aletargada y ausente.
Las paredes de aquel infierno absorbieron a la niña y parecía que la perdían, incluso él llegó a darse cuenta del deterioro de su estado y no conseguía silenciar las angustias de su madre ni el teatro de Ilda y tampoco sabía cómo ayudar a su hija, temía que su propia locura la lastimara más de lo que su ausencia hizo todos esos años; su hija le pareció una muñeca frágil frente a un bruto de manos destructivas. Todo por un miserable gato que, si bien no volvió a saber nada de él el resto del verano, pareció cobrar venganza pues el resto de su especie no paró de acosarlo en su nuevo trabajo ni aun en su casa. Claro que todo aquello sonaba como una locura, hasta él era consciente de lo desequilibrado que se encontraba mentalmente y, sin embargo, todos sus pensamientos, su lógica y razonamiento le llevaban a la misma conclusión, pero la cúspide de su delirio llegó al iniciar las clases.
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Editado: 05.09.2023