Maison d´ May

Capítulo 40.

May salió de su casa aún en contra de las peticiones de su familia, salió para alejarse y dejar salir un grito cargado de furia, miedo y frustración, pero sobre todo dolor, salió para huir por un momento, para alejarse de lo que la hería y buscar auxilio en el viento, salió para llorar a solas, en la privacidad que la más absoluta soledad podía brindarle y para ver el mar e imaginarse que saltaba y se convertía en espuma. Recorrió la orilla del acantilado viendo como el mar golpeaba las rocas, tentada por los pensamientos que la inducían a saltar. Había cierto placer en la idea de dejarse llevar por la gravedad, pero una fuerza mayor le impedía saltar y eso era lo más doloroso. Volvió casi a rastras por su padre que fue en su búsqueda al ver que era tarde y no volvía, reprendiendo que saliera estando enferma.

Su enfermedad no le suponía un inconveniente, al menos no como debía; era perfectamente consciente de que las bebidas calientes y los medicamentos no la iban a mejorar, seguiría enfermando hasta ser consumida o pusiera fin al asunto, la debilidad no la imposibilitaba como la tisis a su bisabuelo y se hallaba más tranquila sabiendo que estaban más seguros de esa forma, su sangre sellaba las puertas que con sangre intentaron abrirse. Como un presentimiento tardío, la debacle formó su huracán con las advertencias de lo que su inacción fue arrastrando junto a lo que no vio venir ni contener, debió verlo venir, las señales estaban allí y sin embargo, no pudo estar más sorprendida y asustada.

Ilda se convirtió en una Erinia en busca de una venganza imaginaria, May comenzó a evitar a la serpiente desde el momento en que se dio cuenta de que no podría seguir soportándolo en silencio, las emociones de su falsa madre la contaminaban y corrompían, tal vez Ilda no supiera el verdadero alcance de sus actos, pero no podría hacerle más daño si así fuera, May no soportaba más oscuridad de la que habitaba en ella misma, oscuridad que sentía incrementar y borbotear por momentos y que temía una explosión que la que tuvo el fin de semana anterior durante su pelea con Ilda; aún no podía creer que se atreviera a gritarle "vete al infierno, maldita bruja" a la mujer que todavía a medio verano le temía, mucho menos creía que hubiese alcanzado un trozo del jarrón que Ilda le lanzó con las intenciones de lastimarla incluso si fuera en defensa propia, pero la cortada estaba en su mano para recordarle que aquello fue muy real.

El abuelo era otra carga presente en la conciencia de May, estaba enfermo y en cama. Tan pronto había vuelto del hospital tanto Briggitte como ella esmeraron esfuerzos para su recuperación, pero no tardó en enterarse que no estaba mejorando, sino que su enfermedad estaba siendo controlada con medicamentos lo escucho por accidente cuando su padre y su abuela hablaban en la oficina una noche más tarde de lo normal, Adler afirmó con pesadumbre que la enfermedad acabaría con él un día de estos, por lo que no había más certeza de curarse que la que tuvo un tísico crónico en el siglo 19. Todo lo que podrían hacer era esperar lo mejor, atenderlo de la mejor manera en el mejor ambiente posible y tomar las mayores precauciones para el resto de la familia. Brigitte lloró por el destino de su padre y ayer se quedó un rato consolarla, y Adler n o pudo evitar expresar su sospecha ante el mal estado de May, preocupado de que se hubiese contagiado desde las vacaciones.

Pero a May le agobiaba lo mala nieta que estaba siendo poque no sabía gestiona sus reacciones cada que su abuelo recordaba algo de su pasado que mantuvo oculto o que, como descubrió por accidente, resultaban mentiras. Mayrin no estaba seguro si era la enfermedad, el hastió del reposo o el sospecharse asechado por la muerte, pero su mente tendía a los recuerdos amargos y el propio cansancio y pésimo humor de la propia May no ayudaban a hacerlo sentir mejor, de esa manera comprendió mejor a qué se refería su abuelo cuando decía que la abuela Amara era una mujer triste que tenía pesadillas, pero también entendió que todos aquellos recuerdos felices de la mujer que adoraba eran ajenos a él y que le lastimó de una forma que May sintió en carne propia y que le remordió la conciencia porque no era capaz de perdonarlo y al mismo tiempo no podía asociar al Erich de aquellos recuerdos con el Ritter que la crió con tanta dulzura.

May cometió el error de llamarlo por aquel nombre que con tanto recelo mantuvo oculto de la familia, una tarde cuando su abuelo dormitaba y, con amargura, susurró las palabras que su abuela Amara tuvo que haber dicho. Apartó su mano de la frente de su abuelo en el momento en que se dio cuenta de se perdió entre aquellos recuerdos y salió espantada de sus propias palabras, por un momento, mientras aquellas memorias transcurrían entre sus pestañas, pudo sentir el rencor y el odio de Amara por Erich y le dolió sentirlo tan propio como la pena hacia su abuelo, el abuelo era el hombre más bueno que jamás había conocido ¿Quién era aquel hombre al que odiaba su bisabuela? El bisabuelo Ritter despertó con la sensación de que aquello fue un sueño y lo comentó a Adler y a Brigitte por la tarde sin saber que May lo había escuchado desde la puerta del salón.

Brigitte había pasado terrores nocturnos por aquellas mismas noches, atormentada por visiones de pesadilla inducidos quizás por el agitamiento de los espíritus, Mayrin se escabullía a su habitación por la noche para hacer ese no-se-qué mágico que la aliviara y volver a sus tareas nocturnas, hasta esa noche, cuando al asomarse notó que no estaba en cama, fue gracias a ello que logró escucharlos. May estaba destrozada, se refugió en su habitación y sin darse cuenta se encontraba sollozando al teléfono en una llamada con Devi. May no quería ser una carga para ella y se arrepintió de llamar tan pronto se dio cuenta de lo que hizo, pero fue amable y comprensiva, la escuchó desahogarse hasta que no pudo más y, al no saber que decir, optó por tararear una canción, aquel "lo siento, no sé qué decir" le supo a más ternura y más preocupación de la que Ilda y Dina pudieron fingir en toda su vida o de la que Adler pudo expresar alguna vez y May pudo haber llorado solo por eso una vez más. No existían palabras suficientes para expresar el agradecimiento que sentía por ello.




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