Maison d´ May

Capítulo 43.

Eissen esperaba en el estacionamiento recargado en el impala de su tío con manos sudorosas y la punta del pie moviéndose al ritmo de la ansiedad. El impala era técnicamente suyo, el tío Eliott lo dejó antes de irse a trabajar a Francia, lo compró usado con los ahorros de su vida y los de su novia, era un modelo 69 en rojo cereza que encontraron en un lote de autos usados que tenían más desperfectos que cosas que funcionaran; Eissen recordaba sus tardes de visita al lado de la hermanita que la chica siempre llevaba consigo y que tenía el hábito de llamarlos mamá y papá, a ellos no les molestaba, incluso el mismo los llamó así en alguna ocasión cuando los llevaban a ambos por helado en el impala y contaban historias fantásticas donde ellos eran los personajes principales. El tío Eliott lo dejó en el garaje cuando la señorita se fue y nunca más lo volvió a sacar, pero de vez en cuando le daba mantenimiento y Eissen era su ayudante. El día que el tio Eliott se casó Eissen fue su muchacho de las flores, esa tarde antes del banquete el tío se sinceró con él como confidencia que no había día que extrañara al verdadero amor de su vida, Eissen también la extrañaba, fue como una segunda mamá, sobre todo en los días dolorosos que su verdadera madre estuvo en el hospital. Antes de iniciar el banquete el tío Eliott hizo un truco de magia para animarlo y le entregó las llaves del impala. “Cuídalo bien, hijo. Encuentra a tu chica y llévala más allá del mundo”. Eissen nunca llevó a Adelie en el impala, ella tenía el viejo tesla roadster convertible en el que su padre solía mandar a recogerla en secundaria, fue por años de un increíble azul eléctrico hasta la última primavera, cuando decidió cambiarlo a rosa metálico, no estaba mal, pero él lo prefería azul. Adelie lo recogía y lo llevaba de paseo, ella pagaba las cenas, los cines vip, los viajes y todos los demás lujos, él simplemente debía lucir apuesto y comportarse de forma elegante, era un “novio de lujo”, eso la escuchó decir a sus amigas una vez.

Con el tiempo Adelie lo convirtió en un accesorio y como todos los demás accesorios que poseía fue haciéndolo menos. Al principio la quería, era divertida, había algo de humanidad en ella, eran amigos y se llevaban super cool, con el tiempo ella fue cambiando, se volvió controladora, manipuladora, imperiosa, simplemente irreconocible; la ambición y sus padres acabaron con aquella chica rebelde, divertida y soñadora que alguna vez fue la mejor amiga de Devi. Eissen no solo seguía con ella porque temiera a las consecuencias, lo hacía porque quería creer que en el fondo aún estaba la increíble Adelie que quería y porque sabía que si se iba de su lado quedaría sola. Las personas que le rodeaban eran marionetas y parásitos que le repudiaban en secreto y ella a ellos, ninguno de ellos era su verdadero amigo, lo más real en su vida era él.

-¿Cómo se encuentra? -preguntó Eissen al ver a Devi llegar sola

-Está mejor ahora.

-¿No es mejor ir mañana? Se miraba muy mal la última vez que la vi.

-Demasiadas responsabilidades para una chica tan enfermiza -respondió, luego bajó la voz- ¿Qué me dices de…?

-No sé qué decir, está cada vez peor, ni siquiera sé que pensar… o que sentir al respecto.

-Siempre fue así.

-Antes podía escuchar, pero ahora…

Ambos guardaron silencio. Aún la quería. El motor produjo un ruido sordo y profundo al arrancar “Le falta aceite” se dijo así mismo antes de iniciar la marcha. May faltó por enfermedad, aun así, quiso dejar la urna en el cementerio ese mismo día, Devi no dio explicaciones, simplemente dijo que era decisión de May que así fuera. La salida del lugar fue un poco incomoda, el silencio no alcanzaba a cubrir el tenue sonido de la tensión entre ellos, hacía mucho que no se encontraban a solas, en realidad, fueron muy pocas veces las que estuvieron solos, la mayoría como ese momento, donde ambos, nerviosos, inquietos, no supieron decirse una palabra, aunque quisieran decírselo todo no obstante se les atoraba en la garganta y el ardor les quemaba las pestañas mojadas. Devi le indicó un atajo por el túnel del fin del mundo, un túnel de aspecto interminable, con poca luz obscuro a falta de uso y mantenimiento.

 Devi pasó en silencio todo el camino con los dedos casi encajados en sus rodillas, los espacios liminales siempre le causaron inquietud, cuando salieron del túnel ya estaban en ciudad Costera, soltó un largo suspiro de alivio que provocó la risa de Eissen y un par de burlas. El resto de camino fue más ameno con sus recuerdos de secundaria, tenían tantos que les pareció increíble como habían hecho tantas cosas en tan poco tiempo muchos años atrás, nada volvería a ser lo mismo, era un conocimiento que dejaba una sensación amarga al final de cada risa. Ambos desearon alargar el tiempo, pero fue Devi quien puso un alto al deseo para recordar por qué estaban allí, entonces Eissen suspiró, ella siempre fue así, tomó una vincha alejando sus rizos desordenados de la cara, el viento soplaba como tornado desde que las lluvias terminaron el miércoles por la tarde y era muy molesto que se se revolviera el pelo en la cara. Devi se burló de él, a ella nunca le importó enredar su cabello ni que se le fuera a la cara, era cosa suya, la hacía salvaje, más ella, el caos le sentaba bien, algo que él amaba en ella.

La mansión se impuso frente a ellos, a él siempre le pareció un castillo como el de los libros de terror, tenía todo para serlo, era parte de lo que le maravillaba. Fue la primera vez que entró, quedó estupefacto, dentro era otro mundo, aun de terror, muy extravagante y fantástico; miró embobado todo cuanto hubo alrededor corriendo cada que se alejaba de Devi, estaba seguro de que se perdería se la perdía de vista. La siguió entre los pasillos hasta dar con unas puertas dobles, Devi lo detuvo “espéranos un momento” le dijo y él se quedó fuera con la piel erizada, el lugar le puso nervioso, no solo era el frío lo que le daban escalofríos, era la sensación de que en cualquier momento aparecería un fantasma para llevárselo, decidió que era mejor distraerse. Anduvo divagando entre los cuadros, los detalles del cielo, en las monturas y los remaches, cuando estaba en secundaria le gustaba dibujar, ya tenía tiempo sin practicar, estaba perdiendo la condición, pero aún tenía amor por los detalles y el “castillo” estaba lleno de ellos. Eissen se encontraba perdido en los detalles florales de un jarrón rococó cuando sintió que tocaban su espalda.




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