Maison d´ May

Capítulo 44.

Lady Dalia se unió todas las damas cuando todo se calmó, su madre y hermanas le recibieron con alegría disculpándose con ella hablando en tropel, Dalia abrazó a May con fuerza al despedirse dándole la bendición de la familia nombrándola nueva señora. “Yo estaré bien, estoy en casa, encuentra tu felicidad”. May subió bañada en lágrimas, pareció que estuvo allá por horas, estaba tan cansada que sus piernas temblaban al caminar, le ardían las manos y los brazos, Devi subió detrás de ella con las manos en su espalda como si esperara que en cualquier momento se desplomase, por un momento May pensó en qué explicación darle al chico, pero Devi la detuvo “deja de pensar en cosas, no hace falta”; Eissen se encontraba en el vestíbulo parado junto a un ventanal viendo sus manos. Era común ver al menos tres anillos en cada mano y pulseras trenzadas con esclavas de acero inoxidable, pero parecía absorto en una mano en especial por lo que no notó su llegada. Cuando creyó que alguna de las chicas se fue en dirección a las escaleras el vio el anillo rodar lo recogió sin más, se olvidó de él hasta que se quedó a solas en el vestíbulo, entonces lo sacó, era un anillo de plata opaca por el tiempo con una calavera y unos símbolos rúnicos a los lados dentro de figuras geométricas de los cuales solo identifico la esvástica, por dentro llevaba gravado “S. Lb. Oppenheim H. Himmler 28.6.42. ”

-¿Anillo nuevo o solo aburrido? -preguntó Devi sacándolo de su trance.

-Algo de eso -respondió sorprendido- creí que tardarían un poco más. ¿Está todo bien?

-Estamos cansadas, supongo ¿Podemos irnos?

El camino fue tranquilo, May dormitó escuchando la voz suave de los chicos conversando, ellos se querían, sus corazones latían en perfecta sincronía, pero él no hizo nada por arreglarlo y ella tampoco se lo permitió. Una vez dentro de la mansión Eissen confesó que el anillo no era suyo. “Lo encontré tirado por los pasillos, rodó por las escaleras y lo recogí pensando que sería de alguna, luego olvidé devolverlo”. May vio en su mano el viejo anillo y sonrió, ninguna joya le fue valiosa como ese anillo y ahora estaba en su mano. “Puedes conservarlo, un anillo por un anillo”. Devi se despidió de Eissen en la puerta; ambos los observaron a los chicos acercarse sin llegar a tocarse, ella pensaba sobre si estaba bien o mal lo que hacían sabiendo que el chico seguía siendo novio de la presidenta. May se quedó en la entrada del salón esperando por su propio chico, Étienne llamó desde las escaleras y apareció a su lado, le besó luego vio en dirección a la entrada extrañado de la escena.

- ¿Quién es él? - preguntó 

-Él es el verdadero amor Devi -respondió susurrando- es una larga historia.

Le abrazó por la espalda, le acarició tiernamente los brazos, las mejillas le besó en cada una preguntando como se encontraba mientras ella respondía susurrando como si fueran a escucharlos, tomó sus manos meciéndola levemente mientras esperaban. Observó atento al chico, no esperaba que la chica también estuviera enamorada, aunque tampoco le sorprendía, las chicas, sobre todo las jóvenes, vivían soñando, deseando el amor, buscándolo en cada chico de lindos ojos y sonrisa coqueta, era parte de su naturaleza estar enamoradas, así que era natural que ella suspirara por alguien. El chico en cambio no era quien hubiese pensado para ella, pensó que el joven extraño de cabello azul fuese algo de ella, era tan extraño como ella, hubiesen estado a la altura uno del otro, este en cambio lucia más normal y un tanto familiar en su apariencia, no se atrevió a verlo de cerca cuando lo dejaron a solas, cuando se acercó apenas pudo creer lo que vio, quiso tener más tiempo para observar pero sintió el movimiento en la habitación donde se encontraba su Sol, así que lo dejó antes de que ellas se dieran cuenta. En ese momento lo observaba con la misma intriga mientras acariciaba las manos, pero algo más llamó su atención.

-¿Dónde encontraste el anillo?

-Hice un intercambio, le permití quedarse con el otro a cambio de este.

-Creí que no lo volvería a ver

-Lo lamento, lo perdí aquel día, se me atoró la mano entre los escombros, debí perderlo al sacarla, quise buscarlo, pero no pude. Lo lamento. ¿Cómo lo encontraste?

-Llegué a Dresden muy tarde, no quedaba nada; intenté buscarlos, encontré el anillo removiendo los escombros, pasé días buscando, unas mujeres me ayudaron, encontramos muchos niños, entre ellos a los nuestros en donde estaba nuestro departamento, pero no encontré a Marlene ni a Fritz, supuse que Mariam logró escapar por los túneles con ellos, tuve que escapar del lugar, pero supe que hubo muchos que murieron atrapados.

May se tapó la boca entrando al saló para ocultarse de Devi y Eissen, sollozó y comenzó a tartamudear llena de culpa.

-Cuanto lo siento, Étienne, lo lamento -lloró- Yo no morí ese día. Esa noche dejé a Mariam al cuidado de los niños para visitar a los Pfund, entonces no pude volver…

May le contó todo. No solo lo vio al ver el anillo en la maleta, soñó con aquella noche muchas otras veces como una pesadilla recurrente que volvía de vez en cuando. 

A veinte minutos de su hogar, del otro lado el rio Elba, los Pfund tenían una lechería en calle Bautzner, un lugar hermoso del que estaban orgullosos, para las festividades de cuaresma los visitaba la joven señora Leander, una pariente suya y amiga por carta de Amara, en la espera de su segundo hijo; el martes de carnaval Greta tuvo complicaciones y comenzó el proceso en casa, mandaron llamar a las parteras y Greta solicitó la presencia de su amiga. Amara paseó con sus niños por el Großer Garten disfrutando del carnaval hasta pasadas las ocho y preparó la cena con tranquilidad, recibió la noticia cuando la comida estaba en el horno, así que dejó a sus hijos con la cena servida, listos para tomar un baño al terminar e ir a dormir, todo bajo el cuidado de Miriam, la nana y se fue en bicicleta hasta la casa de los Pfund para acompañar a su amiga. Fue un varón hermoso que fue recibido por los árboles de navidad de los aliados. Eran cerca de las diez cuando se escucharon las alarmas, minutos más tardes los árboles de navidad iluminaron el cielo, pero nadie vio por la ventana al tratar de auxiliar a la madre desvanecida, cuando se escuchó la primera explosión Amara sintió la necesidad de correr, desde la ventana vio la luz de las detonaciones en dirección a su casa e intentó correr, pero fue detenida por los hombres de la casa. Los minutos fueron una eternidad por cada vuelta de la manecilla, lastimó a los señores y a las enfermeras antes de escuchar la súplica de su amiga y desistir, sin embargo, cuando todos se olvidaron de ella salió en su bicicleta tan veloz como pudo, escuchando nuevamente las sirenas mientras cruzaba el Albertbrücke que se volvió más largo que de costumbre. El Altstadt se volvió un infierno, las llamas lo cubrían todo, no había más que humo y ceniza. Los llamó a pesar de no escuchar nada más que las detonaciones que cayeron más tarde, el fuego comiendo los edificios se volvió una bestia que resonaba en el eco feroz de sus fauces devorándolo todo. Erich apareció entre las calles arrastrándola cuando el humo le robó el poco oxigeno que le quedaba. “Debes venir conmigo” gritó sacudiéndola y ella le rompió la nariz, aun así, la llevó por la fuerza de vuelta al rio para resguardarla de las llamas. El fuego siguió al día siguiente, el miércoles recorrió junto a Erich el río con la esperanza de que, entre los sobrevivientes se encontrara Miriam con sus hijos, auxiliando a todo el que podía en el proceso, niños, mujeres, ancianos, algunos gravemente heridos, otros marcados para el resto de sus vidas, caras demacradas bajo décadas de dolor producidas en una sola noche. Lloró amargamente al medio día cuando escuchó más explosiones y a altas horas de la noche cuando se agotaron los recatados y heridos; el jueves cayó la catedral sucumbiendo a los estragos del incendio y con ella las esperanzas de Amara, esa tarde logró llegar al departamento encontrando solo escombros, aguantándose las lágrimas completamente enloquecida, gritó sus nombres hasta quedar sin voz y sin fuerza en sus manos, quedando atorada entre los escombros, Erich la sacó y se la llevó de la ciudad. La mañana del martes de carnaval Amara lloró la muerte de su amado antes de sonreír para sus hijos y disfrutar de la festividad. Por la noche lo perdió todo, su hogar, sus hijos, su vida y la última conexión con el amor de su vida. Amara sobrevivió al bombardeo, pero su corazón murió la noche del 13 de febrero de 1945…




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