ELIZABETH AYDIN (ÜLKER)
La ropa empieza a estorbarme de alguna forma a pesar de ser muy delgada.
«Que me la quite»
—Te amo —me dice varias veces entre besos y eso solo me hace sentir más segura de mi decisión.
—También te amo Ahmed, más que a nada en el mundo, lo hago…
Como si hubiera leído mis pensamientos de hace rato, empieza a desabotonar mi camisa de dormir y mientras lo hace contengo la respiración pues su mirada no se despega de la mía hasta que termina. No niego que cuando termina me da un poco de vergüenza el que se separe de mí y me vea por mucho tiempo, como si buscara algo en mí, como si no quisiera perderse de algo.
—Eres perfecta ¿Lo sabías? —solo asiento pues no se bien que responder ante esas palabras. —¿Quieres ayudarme? —señala su camisa y vuelvo a asentir.
Vuelve a su posición, encima de mí, pero ahora no me besa, solo me mira mientras mis manos temblorosas van al primer botón de su camisa. Cuando termino después de lo que para mí fueron horas desabrochando unos simples botones, toma mis manos y las aprisiona a cada lado de mi cabeza sin hacer mucha fuerza.
Los besos ya no solo van a mis labios, ahora empieza a dejar un camino de ellos desde la comisura de mi boca hasta mis pechos donde se detiene un momento a desabrochar el brasier. Cuando retira esa prenda que solo estorbaba, vuelve a dejar besos más húmedos en ambos pechos y termina con cada uno con una pequeña mordedura en el pezón, nada fuerte, pero si provoca estragos en mi cordura y pudor que hace rato había olvidado que los tenía.
Cuando sus besos comienzan a bajar por mi vientre, mis manos al no saber que hacer o donde posicionarse, van directo a mis pechos y tratan de imitar los suaves pellizcos que hizo Ahmed con su boca. Detengo mi acción de inmediato cuando una de las manos de Ahmed toman de lleno uno de mis pechos y los comienza a amasar sin dejar de besar en donde ahora se encuentra, mis caderas.
Las mariposas que antes sentía en mi estomago cuando me besaba, migran y se comienzan a arremolinarse en mi vientre bajo causando gran expectativa por lo que está a punto de pasar si Ahmed sigue haciendo eso con sus manos y sus labios. Mi cuerpo está listo o eso pienso yo al sentirlo tan sensible ante cada caricia y atención que recibe.
—Tu pantalón Sultana, estorba ¿Puedo…? —asiento sin siquiera dejarlo terminar pues a mí también me estorba.
No tarda en hacerlo y en segundo estoy casi expuesta completamente ante él pues solo me falta una prenda que estoy segura desaparecerá muy pronto. Él también se quita el suyo y por un instante contengo el aire para no soltar un pequeño jadeo que de seguro me dejaría expuesta ante él. Y por más que trato, mis ojos no dejan de ver en una sola dirección.
—Sabes que en cualquier momento podemos parar Sultana, no tienes que apresurarte cariño.
—Quiero hacerlo, te quiero a ti. —digo casi desesperada y eso lo hace sonreír satisfecho.
—En ese caso…
Vuelve a apoderarse de mis labios, pero ahora su cuerpo se junta más al mío y puedo sentir todo de él, desde el calor que emana, hasta su miembro que por alguna razón siento que no para de crecer a pesar de tener una tela encima que lo debería contener.
Su mano ya no se limita a quedarse en mis caderas pues empieza a bajar hasta llegar a la pequeña prenda que cubre mi sexo. Mi respiración comienza a volverse más rápida cuando sus dedos empiezan a hacer pequeños círculos por encima de la tela.
«Te amo tanto Ahmed Ülker» es lo único que se repite en mi mente mientras él comienza a retirar la última prenda que quedaba en mí.
El sonido de alguien discutiendo a lo lejos me hace despertar de inmediato. No lo niego, quiero matar a la persona que está armando el escándalo, pues siento que no he dormido mucho tiempo desde la última vez que hice el amor con Ahmed en la madrugada.
Reviso a mi lado y no veo a Ahmed en ningún lugar. Mi intento de levantarme de la cama se queda a medias por el dolor que ahora siento en mi entrepierna. No lo niego, al principio fue algo doloroso también, pero también fue placentero, cosa que no pasa ahora pues el dolor es lo único que predomina.
—Ahmed —llamo, pensando que está en el closet o el baño, pero nadie responde.
Agradezco internamente que las voces de las personas discutiendo se detengan de inmediato.
Cuando estoy a punto de gritar otra vez, la puerta de la habitación es abierta dejando entrar a un Ahmed enfadado que cierra con seguro la puerta. Por un momento pienso que está enfadado conmigo, pero cuando me regala una sonrisa me quita de inmediato esa duda.
—¿Qué pasó? ¿Quién estaba discutien…?
—¡Ahmed abre la puerta! —puedo diferenciar que es la voz de su abuelo— ¡Necesito verla con mis propios ojos porque no te creo!
—¿Por qué está gritando el abuelo?
—Tu padre les contó de la carta que dejó tu hermano ayer —lo había olvidado—. A pesar de que tu hermano ya aclaró las cosas, mi abuelo no me cree y quiere verte.
—Déjalo pasar si eso lo calma, yo no tengo problema alguno.
—¿Segura que lo dejo pasar? —me señala y solo ahí me doy cuenta a lo que se refiere.
Estoy solo cubierta por una sábana y es obvio que no dejaré que nadie me vea así —a excepción de Ahmed, claro—.
—¡Abuelo! —grito y los golpes en la puerta se detienen— estoy bien, solo que ahora mismo no puedo salir, deme unos minutos y estaré con usted.