ELIZABETH AYDIN (ÜLKER)
Han pasado ya varias semanas desde aquel día en el que mi hermano intentó secuestrarme y las cosas han marchado muy bien, empezando porque ahora el abuelo no solo es cercano a mí, pues después de tantos pedidos de mi parte, le dio la oportunidad a mi hermano de conocerlo y ahora son inseparables. Ahmed incluso se molestó con el abuelo pues estaba celoso de que haya llevado a George a jugar golf y a él ni siquiera lo invitó.
Mi padre en cambio ha empezado a trabajar con el señor Faruk en lo que puede, pues no tiene ningún título profesional que le permita ocupar algún puesto dentro de la empresa de la familia de mi futuro esposo el cual ha empezado a ir a su empresa a trabajar; antes solo lo hacía mediante la computadora, pero ahora dice que es necesario que vaya a la empresa pues la ha descuidado por mucho tiempo.
Yo, en cambio, he pasado la mayor parte de mi tiempo con la madre de Ahmed preparando todo lo que respecta a mi boda. La verdad es que ni siquiera hago mucho pues Ahmed contrató unas personas que lo hacen todo y solo necesitan mi aprobación para cumplir con mis deseos respecto a mi boda de ensueño.
Jamás me he sentido tan feliz como estas últimas 3 semanas pues todo ha marchado bien, no ha habido peleas ni apariciones de personas inesperadas que arruinen mi felicidad. Y la cereza del pastel a mi felicidad es que Ahmed no ha dejado de darme noches inolvidables que solo me hacen sentir amada de distintas formas.
—¿En qué piensas? —la madre de Ahmed chasquea los dedos frente a mí y me saca de mis pensamientos.
—En su hijo —digo la verdad—, ayer me trajo unos tulipanes tejidos a crochet y me enamoré más de él.
Llegó casi a la media noche y de no ser porque hizo mucho ruido, no me habría levantado y visto el hermoso regalo que me trajo. Él sabe que no me gusta que me regalen flores porque prefiero verlas plantadas a que estén en un ramo donde se marchitarían muy rápido. Esa fue la explicación que le di hace unos días y el día de ayer me sorprendió con eso pues son mis flores favoritas.
—Buenas tardes —llega una de las organizadoras de mi boda y tras ella trae a dos personas más, cada una con platillos diferentes en sus manos.
Comienzan a acomodar todo en la mesa frente a mí y por alguna razón las náuseas empiezan a surgir otra vez. Trato de respirar profundo y hacer mi cara hacia un lado para poder calmarme, pero aun así las ganas de vomitar se hacen más fuertes.
—Yo…, permiso —salgo casi corriendo al baño donde devuelvo todo lo que había comido en la mañana.
Trato de limpiar bien mi boca antes de salir para que no me quede un mal sabor antes de probar los bocaditos que se servirán en mi boda.
—¿Estás bien? —pregunta Anastasia— ¿Por qué saliste corriendo? —se acerca a mí preocupada— Estás muy pálida, debemos ir al doctor.
—No, no, de seguro son los nervios por la boda —dice la organizadora mientras me da una sonrisa—. Todas las novias pasan por eso semanas antes de la boda, no te preocupes, solo necesitas descansar un poco.
—Si, tiene razón, no es necesario ir al doctor, estoy bien, solo necesito dormir un poco.
—En ese caso, creo que haremos la degustación otro día, pueden retirarse. —dice Anastasia y la organizadora asiente antes de empezar a retirar todo.
—Iré a descansar, creo que lo necesito —me siento muy cansada y espero que el pequeño descanso me ayude a recobrar las fuerzas.
Las voces a mi alrededor me molestan y trato de taparme con el edredón, pero este es retirado provocando que abra mis ojos para ver quien se atrevió a quitármelo.
—Yo le dije que debíamos ir al doctor, pero… —Ahmed que está sentado a mi lado, está mirando a Anastasia y no se da cuenta que ya he despertado—, ¡Despertó!
Amplío mi campo visual y logro distinguir a todos en la habitación. La cara de todos denotan preocupación y eso solo hace que mis alarmas se activen al no ver a mi papá aquí.
—¿Q-qué pasó? —trato de sentarme, pero me mareo y siento como mis manos pierden fuerza haciendo recostar nuevamente. Ahmed ya no solo me mira con preocupación— ¿Dónde está mi…?
—Ya fui a la casa de la doctora —entra mi padre a la habitación y me tranquiliza—. Dice que viene en unos minutos ¿Cómo está ella? ¿ya despertó? —se dirige al señor Faruk el cual me señala.
—¿Papá? ¿Qué pasa? ¿Por qué están todos aquí? —las náuseas nuevamente regresan con fuerza y trato de respirar profundo lo cual me doy cuenta de que no es tan buena idea pues todos se alarman aún más.
—¿Qué pasa Sultana? ¿No puedes respirar? —retira lo que sobra del edredón mientras me mira asustado— ¡¿Dónde está la doctora?!
Sin poder soportar más las náuseas, saco fuerzas de donde sea para levantarme e ir corriendo al baño donde alcanzo a cerrar la puerta con seguro antes de vomitar. No me gustaría que alguien me vea vomitando y por eso hago caso omiso a los llamados de todos los que están gritando tras la puerta para que los deje entrar.
—¡Déjame entrar! —es Ahmed— ¿Qué te pasa? —los demás empiezan a murmurar algo que no entiendo— Esto no está bien, llamen a una ambulancia.
Me enjuago rápido la boca con un poco de pasta antes de salir y detener a Anastasia que ya está con el teléfono en la oreja.
—¿Por qué te encierras? —Ahmed se pone frente a mí y su semblante ya no es de preocupación, ahora se nota que está enfadado— ¿Qué tienes? ¿Por qué no quieres ir al doctor?