AHMED ÜLKER
—¡¿Dónde está el paquete que vino con esta carta?! —me levanté eufórico.
Las palabras que ese maldito había escrito para mi Sultana me enfermaban solo de recordarlas.
Todos me siguieron hasta la entrada, donde estaba el “regalo” de ese maldito. No se que tenía dentro pero era una caja enorme, la cual ni siquiera iba a entrar a la casa.
—¡Asil! ¡Asil! —grité mientras inspeccionaba la caja.
—Dígame, señor.
—Desaparece esta caja de inmediato de aquí y escúchame bien, nadie mete regalos a esta casa sin mi previa autorización y peor aún, si es de Baadir Giray.
—Si señor, ahora mismo voy a…
Regresé sobre mis talones y vi a mi Sultana algo preocupada mientras tenía la mirada perdida en esa caja. La tomé de la mano para ganarme su atención y cuando al fin lo hice, la saqué del lugar.
—¿A dónde vamos?
—A nuestra casa, tenía planeado algo antes de que ese…, ese tipo arruinara nuestra mañana.
Había planeado todo la noche anterior. Desde que me enteré de la llegada de nuestros bebés, supe que era momento para al fin mudarnos a la casa donde le propuse matrimonio. Quise esperar hasta estar casados, pero ahora no le veía mucho sentido seguir viviendo en la casa de mi padre.
No tardamos nada en llegar a nuestro hogar. Al entrar, podía percibir el olor a los muebles nuevos que había mandado a poner.
—¿Cambiaste las cosas? —se dio cuenta de inmediato al entrar a la sala.
—Si, compre estos muebles porque son más bajos que los anteriores. Leí por ahí que la causa más común de accidentes con bebés en el hogar pasaban cuando trataban de subirse a muebles altos y… —sus manos acunaron mi rostro haciéndome callar.
—Pensaste en todo ¿verdad? —asentí orgulloso— Serás un gran padre Ahmed, bueno, ya lo eres. —se paró de puntillas para darme un beso.
Mi ego se elevó con esas palabras. Ya no me importaba ser el mejor hombre de negocios del mundo, ahora solo me importaba convertirme en el mejor padre para mis hijos y sobre todo, el mejor esposo que pueda merecer la mujer que amo.
—Los amo —puse mi mano en su vientre—. Y tú también eres la mejor madre que mis hijos podría tener. No sabes cuanto anhelo tenerlos ya en nuestros brazos.
—Yo también sueño con eso, quiero ver como serán sus caritas, ¿A quién crees que se parecerán más? —sus ojos brillaban cuando hablaba de nuestros hijos.
—Espero sean una mezcla de ambos, así quedará una prueba de nuestro amor en este mundo durante mucho tiempo. —la acerqué a mi cuerpo tomándola por la cintura.
—Entonces ¿Qué quisieras que fueran?
Me encantaba verla feliz mientras hablaba de ellos.
—Para mi no hay diferencia alguna si es un niño o una hermosa princesa dueña de la mitad de mi corazón. —rio ante mi comentario.
—Así que prefieres que sean niñas.
—Si, pero si son niños los amaré por igual ¿Y tú? ¿Qué te gustaría que fueran?
—Niños —dijo sin pensarlo mucho—. Las niñas sufren mucho en esta vida y yo me moriría si ellas llegaran a vivir aunque sea una mínima parte de lo que yo viví. —Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.
Odiaba verla así. Quisiera tener la habilidad de borrar todos los recuerdos que tenía antes de llegar a Turquía o por lo menos el del maldito que intentó robarle su inocencia.
—¡Oh! falta otra sorpresa —limpié una lágrima de su rostro—. Ven.
Subimos al segundo piso y la llevé hasta la que sería nuestra habitación. La dirigí hasta el closet el cual era más grande que el que ya teníamos en la casa de mi padre.
—Cierra los ojos cariño. —pedí y lo hizo.
Presioné un botón para que unos armarios empezaran a abrirse dejando a la vista la sorpresa.
—Ya puedes ver.
Cuando abrió los ojos pude notar que mi regalo fue acertado. Sabía lo mucho que amaba las tiaras y coronas, por lo que personalmente he estado comprando varias piezas en diferentes tiendas por si algún diseño no le gustaba. Eso iba a ser parte de mi regalo de bodas, pero no pude pensar en algo más para distraerla cuando la vi a punto de llorar hace un momento.
—Me encanta, me encanta, me encanta —parecía una niña dando saltitos antes de abrazarme—. Gracias, gracias, gracias. ¿Puedo ponérmelas?
—Claro que sí, son todas tuyas y las compré para que las usaras.
Se separó y tomó una de las tiaras para ponerla en su cabeza.
—Mira, parezco una…
—Una Sultana, una verdadera Sultana con su respectiva corona.
—Iba a decir como una princesa, pero creo que una Sultana es mejor.
Mientras se probaba una a una las coronas y tiaras, yo disfrutaba a un lado viendo su sonrisa que parecía ensancharse más, cada vez que cambiaba de pieza.
—En el armario hay unos vestidos que seguro te harán lucir más como una Sultana, puedes probártelos y… —el sonido del timbre nos interrumpió.
—¿Esperamos a alguien?
—No, iré a ver quien es, hasta eso puedes probarte los vestidos. —la besé antes de salir de la habitación.
Necesitaba conseguir un ama de llaves lo más pronto posible para evitar estos contratiempos.
Cuando abrí la puerta no entendía porqué ella estaba ahí.
—Señora Demir ¿La puedo ayudar en algo? —La persona que menos esperaba tras la puerta era la madre de Mariam.
—Claro que puedes, de hecho, debes. —me miraba con odio.
—¿Y eso sería?
—Quita la orden de restricción de mi hija.
No sonaba como una petición, me lo estaba ordenando. A mi nadie me daba órdenes —a excepción de mi esposa— y peor aún, en mi casa.
—No la haré ¿necesita algo más? —no planeaba seguir perdiendo mi tiempo.
—¿Cómo puedes ser tan cruel con la mujer que toda su vida ha vivido amándote?
—Puedo ser tan cruel como ella lo fue con mi prometida al intentar secuestrarla y hacerle daño. —intenté cerrar la puerta pero su pie no me dejó.